13. Cambio de corazón.

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Nota de la autora (la pongo al comienzo porque casi nadie lee las de el final) :

Siendo sincera, planeaba tirar estar historia por la borda, pero algunas personitas que quiero mucho me alentaron a que continuara escribiéndola. Así que vengo con todo, incluso puse una nueva portada. ¿Ya la vieron?

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"La ira es una gran fuerza. Si la puedes controlar, puede ser transformada en un poder que puede mover el mundo entero."

William Shenstone

EVELYN

Tocaron la puerta al mismo tiempo que yo ataba cabos y sentía que me ponía pálida de repente.

Damien fue a abrir la puerta frunciendo el seño.

—¡No lo hagas! —grité, pero era demasiado tarde.

Andrew entró haciendo a un lado a Damien y se apoyó en el marco de la puerta, mirándome.

—Evangeline —canturreó—. Adivina quién salió de prisión —dijo como si no fuera algo obvio, sonriendo.

Sentí mi cuerpo temblar ante la desagradable sensación que me produjo su voz, la cual me trajo horribles recuerdos que creía haber enterrado en lo más profundo de mi mente.

Después de tantos años, lo veía de nuevo.

Se veía diferente. Más agotado, más enojado con todos.

No parecíamos hermanos, de hecho. Nunca lo parecimos.

Mientras que yo heredé el cabello rubio de nuestro padre, sus ojos grises y las pecas de nuestra madre él heredó el cabello pelirrojo de ella y sus ojos azules.

Así es, éramos un desastre genético.

—¿Q-qué haces aquí? —logré preguntar aferrándome al sofá.

—¿Acaso no es obvio? Vine a verte.

Intentó dar un paso para acercarse más a mí pero Damien puso sus manos sobre sus hombros, deteniéndolo.

—Parece que ella no quiere que la veas —dijo con voz calmada.

—No necesito su permiso —replicó safándose de el agarre de Damien—. Ven a darme un abrazo, Evangeline —dijo abriendo los brazos.

Me paralicé.

—¿Qué está pasando? —preguntó Frederick poniéndose a un lado del sofá.

No sabía cómo había llegado tan rápido pero se lo agradecí internamente. Me levanté y fui a esconderme trás él.

—Por lo que más quieras, no dejes qué el se me acerque. Te lo ruego —susurré lo suficiente alto para que me oyera.

Asintió.

—Oh, vamos, Evangeline. Ven a saludarme cómo se debe y dile a tus... guardaespaldas que nos dejen solos para hablar como los hermanos que somos.

—No —dije sin saber exactamente cómo logré encontrar mi voz.

—¿No? —repitió, chasqueando los dientes— Es lo menos que me debes.

—Ella no te debe nada —dijo Damien—, así que, lárgate ahora mismo.

Andrew se volteó hacia él, mirándolo con la furia haciendo centellear sus ojos.

—¡Tú no sabes nada! ¡Ella arruinó mi vida! —le gritó señalándome.

Engaños mortalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora