De regreso. Las dos.

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Me estiré como un gato en aquella enorme cama. Como extrañaba despertar en casa. Mi cuarto olía a dulce y lo echaba de menos.

Con la boca pastosa y los pies fastidiando por haberlos echo usar tacones toda la noche fui al baño, tiré la bata que llevaba y me metí a la ducha.

Con el bienvenido contacto con el agua los recuerdos de esta madrugada se agolparon en mi cabeza.

Las sabanas se me habían hecho ásperas y como nunca antes en esta época del año hacia un jodido calor. La incomodidad terminó por despertarme.

-¡Puaj!- me quejé mientras me estiraba en la cama y me quitaba unas gotas que me bajaban desde la frente hasta el cuello.

Como pude con el aparatoso vestido y envuelta en la funda nórdica me estiré hasta encender la lamparita de noche y llenar la habitación con una luz escuálida y amarillenta.

Me senté en la cama y me cayó en el regazo un paño empapado. Lo tomé con dos dedos y noté que estaba tibio, pero eso no fue lo que captó mi atención. Fue una figura sentada en el piso con los brazos en la cama y la cabeza descansando entre estos.

Tenía los cabellos revueltos y desde aquí se veían algunas arrugas de su fino pantalón, ya no llevaba chaqueta y la camisa estaba arremangada por los codos.

-¿Ángel?- lo llamé y cuando no me respondió me hice con mi vestido hacia el borde de la cama y lo moví con una mano-Ángel

Se sentó de golpe estregándose los ojos con las manos hecha puños. Cuando sus ojos se adaptaron a la oscuridad me miró alarmado.

-¿Te sientes mal?- preguntó levantándose y poniéndome el dorso de su mano en mi frente y en el cuello- ¿Llamo a un doctor? Pensé que te había bajado…

-¿Ah?- lo interrumpí- ¿Por qué habrías de llamar a un doctor?

Sus ojos curiosos con las pupilas dilatadas por la falta de luz me evaluaron.

-Has pasado toda la noche con fiebre- respondió en un susurro mientras iba hasta la mesita de noche y tomaba un bol de cocina lleno.

¿Toda la noche? ¿Qué hora era?

-¿Y los invitados?- pregunté tratando de hacer una revisión mental de todos los acontecimientos antes de venir a mi cuarto en los brazos de Christian.

Se encogió de hombros mientras se arrodillaba frente a mí cama y miraba en busca de algo por todos lados.

-Deben estar en sus casas, yo que sé- se desentendió con indiferencia antes de soltar un ruidoso bostezo- ¿Y el pañito?

-Oh- murmuré y distraída alargue el brazo para tendérselo- ¿Y mi familia?

-Durmiendo- respondió entre otro bostezo. Metió el pañito en el agua repetidas veces y lo exprimió.

-No he sentido que tenía fiebre- murmuré tratando de entender a que jugaba. ¿No podía lavar sus trapos en otra ocasión?

-Estabas dormida- se estrujó con ojos con la muñeca y luego se inclinó sobre mí- ahora acuéstate.

Negué.

-No- extendí mis brazos con pesar- no podía dormir. Creo que era el vestido.

-Era la fiebre.

-Que no he sentido que tenía fiebre- le contradije poniéndome de pie.

-Es que estabas dormida- dijo con resignación tumbando el paño dentro del bol.

Caminé hasta el espejo al lado del armario que era más alto que yo y llevando mis manos a la espalda traté de aflojar el vestido. El maldito cierre o los malditos botones estaban delicadamente escondidos detrás de un doblez de tela que no alcanzaba ni siquiera a sentir.

Aléjate de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora