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Nicholas

¿Habéis visto esos momentos en los que unos quiere hacer el mea culpa más enorme del mundo?

—espero que a tu esposa no le desagraden tus malas rachas en el juego, Nicholas -Adrián me miró divertido.
Era enorme el cabreo que tenía conmigo mismo, en especial desde el estúpido segundo en el que había accedido a perder a Sophie por un par de cartas.
—ella no puede cabrearse por algo que no la incumbe— gruñí, sabiendo que en realidad mí esposa no tenía la culpa de que yo quisiera demostrar mí grado de inmadurez frente a los demás—si yo le digo que haga algo, ella debe hacerlo. Fin.
Oh, claro y debía convencerla primero. ¡Con su carácter no sería nada fácil!
El otro tipo- el que había ganado- me miraba sonriente, a sabiendas de su inmerecido triunfo.
Mia, mía. Ella es mía.
Me tenía como un poseso. Como un niño al que le habían dado un juguete nuevo y que no quería compartirlo con nadie.
—no será esta noche—me adelanté a decirle- mejor dicho, no será enviado mí luna de miel— seguí—será luego.
Podía ser un imbécil, haber hecho una mala jugada, pero... ¡Joder, a quién pretendía engañar! Soy una mierda
—ese no era el trato, VanDaner— el hombre fijó su vista colérica en mí. Me importa poco.
—pues nunca hemos hecho una fecha, simplemente me has dicho que querías a mi esposa una noche.
Detrás de mí, escuché un jadeo de sorpresa. Me tiré, sabiendo con qué iba a encontrarme —Sophie...
—¡Pues espero que sepas que tú te acostarás con él!— gritó de la nada. Así que había escuchado— no me metas en tus negocios, Nicholas VanDaner.
La chiquilla histérica se giró y salió del salón a trompicones, con la vista de todos puesta en ella. También me daban algunas miradas a mí, echándome la culpa del sufrimiento de esa pobre mujer. ¡Si supieran!
—¿Vas a romper un trato?
—¿Ella no debería estar de acuerdo?— lo piqué—¿O acaso pretendes violar a mí esposa?— le dije ya de pie, dispuesto a ir detrás de las mujer—no creo que quieras poner en juego tu dentadura, amigo.
Salí y busqué con la mirada a mí esposa, entre el gentío en cubierta. La localicé en la proa, apoyada tiesamente contra la barandilla que evitaba que cayera al mar, mirando el agua mientras el barco avanzaba.
Dudé por unos segundos si acercarme o no, porque interiormente reconocía mi error de haberla apostado a ella y haberla tratado - en esa situación- como un objeto.
—no escuches mis conversaciones y menos a medias, Sophie —finalmente, me acerqué— es de mala educación y puedes sacar conclusiones equívocas— ella me ignoró —¿Me has oído? Te he hablado.
—me iré a la habitación, el movimiento está mareándome— murmuró después de varios segundos en los que siguió ignorándome— supongo que te veré en la noche.
—Soph...—no terminé de decir su nombre, que ella ya había desaparecido en dirección al camarote.
Estaba realmente frustrado. En serio. Sophie sacaba lo peor de mí.

Sophie
Si no inspiraba y soltaba el aire una vez más, me hubiese largado a llorar. ¡Maldito Nicholas!
Él no tenía derecho de poner en mi vida en esa apuesta de cuarta, ¡No tenía el derecho!
Me sentía denigrada. Creo que estoy sufriendo más esto que la noche de bodas...
Él me había seguido. Sabía que no iba a disculparse por ser un... ¡Un cretino! Pero al menos esperaba que reconociera que haber apostado a su esposa estaba mal. ¡Claro que no! ¿Qué hizo él? Me echó la bronca por "escuchar a hurtadillas".
Lo siento, pero está mi vida en juego y es literal
—¡Maldito infeliz!— grité cuando estuve en la soledad del camarote.
No era del todo mentira que me estaba comenzando a sentir un poco descompuesta, por el vaivén del barco en el agua. Además, se le debía sumar el estrés de haberme casado, más tener a Nicholas como esposo, más viajar a un país desconocido, más...
¡Uf!
Iba a tumbarme en la cama, pero antes debía sacar todo el desastre previo. Guardé en un dos por tres todos los vestidos de nuevo en la maleta y la dejé debajo de la cama nuevamente.
Luego sí, me tumbé en la cama y cerré los ojos. La noche previa a embarcarnos había sido la tan desgraciada noche de bodas, en la que Nicholas me había tomado a la fuerza. Todavía estaba padeciendo su brusca intromisión. ¡Quería olvidarlo! Quería sacar su recuerdo, sus manos, ¡Todo eso lejos de mí!
Una lágrima solitaria se derramó de mi ojo derecho, mientras que hacía un esfuerzo por reprimir las imágenes de la violencia con la que me había tratado mi esposo.
—Vete de mi cabeza, joder— me murmuré a mi mismas tirando de mi pelo.
Terminé parándome. Estar acostada no me ayudaba, de hecho, empeoraba mi cabeza.
Caminé, tomando el tiempo de recorrer la habitación y analizarla a gusto. Era sencilla, pero bastante pomposa. Tenía un escritorio de caoba oscuro, con varias hojas y un tintero. Luego estaba la elegante silla y la cama a juego, todo en madera fina y tallada. El piso tenía los zócalos de metal y le daban un aire moderno.
Después, estaba el espejo— que había intentado ignorar—, ocupando un tercio de la pared que estaba a la izquierda de la cama.
Con un poco de miedo sobre qué se podría reflejar, me paré frente al vidrio metalizado y me observé. La mejilla en la que Nicholas me había golpeado estaba empezando a tornarse verdosa y púrpura, con un claro hematoma. Tal vez debía ir a la cocina o alguna barra a pedir hielo e intentar reducir la hinchazón para el día siguiente, pero quería mostrarle al resto de la gente en el barco que mi esposo era un hijo de puta.
—¿No te han dicho que ver tu reflejo por mucho rato es narcisista, Sophie?— Nicholas mostró su reflejo detrás de mí, asustándome.
Me giré para evitar que me volviera a acorralar pero él fue más rápido, como siempre, y me retuvo por los codos.
—basta.
—Quiero que te mires, Sophie—habló cínico—. Quiero que veas tus marcas y sepas quién te las hizo— siguió.
En un rápido movimiento me giró, dejándome de frente al espejo con él en mí espalda, mostrando el reflejo de ambos. Él sonriendo. Yo con los ojos llorosos.
—no me molestes, Nicholas— Él ignoró mí pedido y comenzó a desabrochar las espalda del corsé que traía—basta— otro intento por girarme, otro logro por su parte reteniéndome.
Con una mano me sostuvo el rostro, obligando a que mí vista quedara fija en el reflejo mientras él hacía lo que quería sin que pudiera hacer nada.
En silencio siguió con la desagradable tarea de sacarme la ropa hasta bajarlo por completo.
—quiero que te veas, Sophie—repitió—¡Hazlo!
Intentando no mostrar el terror en mis ojos, miré mí cuerpo. Gran parte de mí abdomen tenía largas marcas amoratadas, con la forma de sus dedos, al igual que mis pechos—que además tenían mordiscones—y las piernas, en especial en Los muslos. También seguía con el tobillo hinchado, pero no le había dado mayor importancia. Tengo cosas a las que debo darle más prioridad
—quiero que me digas que ves—Nicholas agarró mí cara y la centró para ver sus ojos en el reflejo—¿Qué ves, Sophie?
—a un tonto que hace malas apuestas—escupí.
Nicholas apretó mí quijada, sacándome un gemido de dolor.
—prueba de nuevo, cariño.
—estoy segura de lo que he dicho— me mantuve firme.
No volvería a darle el gusto.
Con furia, me giró.
—¿Tú deseas verme enojado, no es así?— caminó conmigo de espaldas hasta dejarme contra las cara, empujándome a caer en ella—porque estás buscándote una buena zurra por desobediencia.
—no soy tu perro.
Nicholas se rio.
—ya veremos—de repente, se sentó y me tiró sobre sus piernas, dejándome con el abdomen apoyado en sus muslos—¿Quieres ver cómo te hago ladrar?
No le respondí.
Con fuerza desmedida bajó su mano en mí culo y le dio un golpe de lleno. La picazón llegó instantes después y no pude evitar chillar.
—déjame —intento de incorporación fracaso número diez mil.
—voy a hacer que las respuestas como el perrito que eres, ¿No que sí, Sophie?
Dos, tres, cuatro golpes más.
Ya no podía aguantarlos.
—¡Detente, basta!— le chillé entre hipidos.
—¿Quieres que me detenga?— me preguntó cínico.
—si.
—bien, ladra.
—¿Qué?
—si quieres que no te meta otra zurra, ladra, ¡Que ladres!— otro golpe.
—no.
—hazlo o te dejaré el culo tan rojo que no podrás sentarte mañana.
—Nicholas...
—voy a mostrarte, Sophie— Nicholas me incorporó de frente a él— que si yo quiero un perro, en vez de una esposa, simplemente te hago ladrar — me apretó los hombros hasta hincarme frente a él— ladra.
Esto es tan humillante
Tomé una respiración profunda.
—Nicholas...
—¡Ladra!
Miré al suelo y abrí la boca. No quería, no debía, no podía... Pero lo hice.
Ladré

Ámame.Where stories live. Discover now