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¡Lo sabía!

—¡Nicholas VanDaner, yo tenía razón! — bajé rápidamente las escaleras.

Aclaración: intenté bajar rápido las escaleras, pero el cuerpo de Nicholas me lo impidió justo luego de atravesar la puerta del dormitorio.

—¿Qué te pasa, mujer? — me miró un poco descolocado.

—ellos han estado usando fondos de tu empresa para conseguir bienes en el extranjero— estampé los papeles en su pecho— revísalo por ti mismo, pero tengo razón.

Nicholas agarró los papeles, confundido.

—¿Por qué dices eso?

—mira— le señalé una de las hojas— dice que los bonos emitidos en el mes de julio fueron enviados a Portugal y tú no tienes empresas, ni terrenos allá— lo miré— además, en esa semana la ganancia bajó un quince por ciento y casualmente, si haces la cuenta, ese quince por ciento da unos ochocientos dólares— recalqué— ¿De cuánto crees que era el bono emitido a Portugal, Nicholas?

—no creo que sea así, Sophia...— carraspeó.

—dices eso porque no quieres admitir que tengo razón— lo piqué— porque sabes que tengo razón— seguí— no quiero que lo reconozcas, Nicholas, simplemente quiero que veas que soy más que un florero para decorar tu casa— me giré y con toda la dignidad posible, me encerré de nuevo en la habitación.

No tardó más de tres segundos en entrar, aun con los papeles en la mano.

—¿Por qué creerías tú que eres un florero?

—eso es lo que siempre has remarcado— me crucé de brazos — más bien, siempre has remarcado que querrías que yo fuera un florero, pero que no lo soy.

—yo no quiero un florero— la vena de su cuello se marcó— ni quiero que lo seas tú.

—¿Estás seguro? — arqueé una ceja— siempre me has pedido que dejara mi rebeldía de lado y que me comportara como una mujer debe hacerlo, enganchada del brazo de su esposo durante las fiestas y sumisa en la casa.

—¿Te has levantado con ganas de pelear, Sophie? — me sonrió, relajándose un poco— ¿Estás de mal humor?

No vayas por ese lado, esposo mío.

—estoy como siempre he estado.

—¿Y cómo has estado siempre, querida?

—solo... déjame en paz— mi cara estaba roja y me sentía sofocada.

Era una de las cosas que me hacían desear no estar embarazada.

—Es la primera vez que dices eso sin que yo te haya hecho algo con anterioridad— se mofó— solo admite que estás molesta porque el embarazo te tiene así.

—admitiré eso el día que tú admitas que yo tenía razón sobre esos hombres— alcé mi cara, orgullosa.

—dijiste antes que no necesitabas mi admisión— se burló.

—con permiso— quise esquivarlo y salir de la habitación.

—¿A dónde vas?

—necesito salir a tomar un poco de aire, porque voy a ponerme más loca de lo que ya soy — le gruñí— simplemente iré al banco que está debajo del árbol.

—Oh, así que es eso, ¿Estás hiperventilando?

—simplemente necesito aire —volví a gruñir— y tú más que dármelo me lo quitas. Con permiso— otra vez, insistí para pasarlo a él y a la puerta.

Esta vez me dejó y bajé las escaleras, atravesé la puerta de entrada y caminé dando largas zancadas hasta el banco. Simplemente necesitaba la reconfortante brisa de aire contra mi piel. Algo que no había sentido en más de tres meses.

—¿Nicholas te ha dejado bajar? — Gretel se sentó del otro lado de la banca y me observó— lo has ablandado.

—no puedo llevarme el mérito por eso— casi sin pensarlo, la mano izquierda se me fue sobre el corsé, a la altura de mi abdomen, a mi hijo — supongo que cambió por su hijo, no por mí.

—lo ha hecho por ambos.

—Gretel— carraspeé— ¿Crees realmente que Nicholas va a cambiar por alguien como yo? Ambos sabemos que nuestro matrimonio fue una conveniencia económica, nada más.

—solo...— suspiró— dale tiempo. Mi hermano no es un monstruo, solo tarda un tiempo en mostrar su lado amable.

—hija— Elias VanDaner llegó a la casa, bajándose de su carruaje y seguido de una mujer joven, que debía rondar los veinticinco— ¿Recuerdas a tu prima?

La mujer se detuvo frente a nosotras, con el corsé más ajustado y revelador que jamás haya visto y con una sonrisa de prostituta. Empiezas bien, Sophie.

—hola, soy Katherina.

—Sophie— intenté no sonar desubicada— con permiso, iré al dormitorio.

—¿Necesitas...? — Gretel me observó.

—estoy bien, gracias— le sonreí y comencé a caminar dentro de la casa.

Nicholas estaba sentado en la mesa, aún con los papeles.

—¿Has tenido suficiente aire ya?

—no me molestes— me senté frente a él— tu prima llegó.

—¿Mi prima?

—Katherina, creo.

—oh, ella— su rostro se desfiguró— no comentes nada sobre el embarazo, por ahora.

—no pensaba hacerlo, tiene cara de loca— le dije.

—bueno, no solo es la cara— carraspeó— ¡Katherina! — se paró cuando la mujer con más aspecto de prostituta que Lady entró a la casa— han pasado años.

—oh, sí, han sido cuatro años— respondió sonriendo— desde que cancelaste nuestro compromiso.

Miré estupefacta a mi esposo y a su prima.

—¿Compromiso? — inquirí.

—es una larga historia— le restó importancia.

—es una historia bastante breve, en realidad— corrigió la prostituta— Nicholas me dejó porque comenzó a interesarse en la hija de uno de sus socios y estuvo detrás de ella por un largo tiempo.

—no sigas por ahí, prima querida— siseó Nicholas.

—y supongo que la consiguió, después de todo — me miró — ¿Eres la hija de Jeremías Witerpool?

Miré a mi esposo con la ceja lo más arqueada posible. Crucé mis brazos y lo observé.

—¿Tienes algo que decir?

—espero que tu estadía en esta casa sea placentera, Katherina— gruñó Nicholas— y breve, en lo posible.

Z

Ámame.Where stories live. Discover now