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Tres semanas después.

―entonces cuando él gritó tierra a la vista, William se acercó por detrás y le arrojó polvo a la cara.

―aquí las cosas se toman muy literales, al parecer― Iskander y yo estábamos en la cocina. Le había pedido ayuda para cargar un saco de arroz porque mi cuerpo no era lo suficientemente fuerte para subirlo a la mesada― ¿No es así?

―sólo cuando se trata de molestar― el hombre gruñó y cargó una bandeja con tazas de arroz a la mesa― les diré que vengan a comer―dejó las cosas ahí y me habló―: ¿Por qué no le llevas una a William?

Agarré dos de las tazas y caminé al timón. William estaba ahí con dos hombres más. Esperé a que terminara de hablar para pasarle un plato. Los otros dos se fueron.

―¿Todo bien? ― el hombre apoyó uno de sus brazos sobre mi hombro y caminó conmigo hasta el borde.

―no creo que sea buena idea dejar eso sin controlar― señalé el timón.

―Sophie, relájate― apretó mi hombro― nada malo pasará.

―tienes razón― apoyé mi espalda contra el borde y mezclé el arroz en mi taza.

―Así que...― William me imitó y se apoyó contra la barandilla también― ¿Te estás adaptando?

―¿Sería muy raro decir que me siento más cómoda aquí que en la tierra? ― levanté la cuchara y la llevé a mi boca luego de enfriarla un poco― porque eso es lo que pasa.

―sería algo muy propio de una persona que no quería estar allí― su acento se liberó.

Finalmente estaba viendo al verdadero William. Un hombre desaliñado, que cuidaba a sus compañeros como si fueran familia. Me encantaba ese William.

En una de mis tantas preguntas inquisitivas, había logrado sacarle un poco sobre su vida. Era de Escocia― aunque no pareciera― pero se había criado en el bajo Londres, con su madre. Su padre había sido mandado a matar cuando era muy pequeño. Por eso recurrió a la vida en altamar.

―¿Tienes frio? ― William acomodó su brazo sobre mis hombros al ver que temblaba.

Me había acostumbrado a su tacto casi tanto como a respirar. Era reconfortante sentirse querida. Se sintió un poco incómodo para mí al principio. Las únicas caricias que había recibido por parte de un hombre, eran las palmaditas de mi padre. Luego estuvo Nicholas. Nada en él me resultaba reconfortante.

William, en cambio, lo era.

―no, fue simplemente la brisa― me giré, mirando el sol caer― esto es precioso.

―tú eres preciosa― William recorrió mi espalda con su mano.

Mis heridas habían sanado por completo. Las físicas. A veces reculaba un poco al sentir su tacto en las zonas bajas de mi espalda. Había estaba acumulada la mayor parte de mis temores. ¿Qué si a William le sale su lado Nicholas?

―William...― enfrenté su cuerpo. Pecho a pecho. Mis manos entre nosotros. Él sacó la taza de mis manos y dejó ambas en el suelo― no...

―nunca te lastimaría, Sophie― la intensidad en sus ojos color miel me hizo flanquear.

―lo sé― mi cabeza se apretó contra su pecho. Cálido,, fuerte, tibio, seguro― sé que no lo harás.

―pero tienes miedo― acertó.

―no quiero repetir la historia, William.

―te prometo que nosotros haremos historia― me sonrió― me gusta ser original, Soph. No seré ni de cerca como fue Nicholas.

―¿Lo prometes?

―joder, haré un juramento si quieres.

Sonreí.

confío en ti.

―señor― Ankor, uno de los hombres más confiables para William, se acercó― habrá una tormenta esta noche.

Me alejé un poco del capitán. No me gustaba estar tan cerca de él cuando tenía que hablar con alguien más. No me sentía cómoda.

―eso es bueno. Veremos qué nos trae la marea― Ankor se fue, luego de que William le hiciera un gesto con la cabeza― ¿Te gusta la lluvia, Sophie?

―no sé si vaya a gustarme estando en el medio del agua.

―créeme, te encantará.

William estaba equivocado. Cuando me encerré en la habitación que me habían dado, lo último que pasaba por mi mente era que esa lluvia estaba encantándome. Más bien, sentía terror. Era una tormenta extremadamente fuerte.

Mi cuerpo estaba tenso sobre la cama. Estaba cubierta de pies a cabeza y no pensaba cambiar eso hasta que la lluvia se detuviera.

La madera crujió cuando el barco se movió. No pude más. Salí de la cama, sin importarme que solo vistiera una camisa de hombre y corrí fuera, buscando la habitación de William.

Golpeé con fuerza su puerta. Él salió con cara de dormido y me arrojé a sus brazos.

―¿Sophie, estás bien? ― negué― ¿Te han hecho algo?

―¡No!-sequé mi cara― tengo miedo. La lluvia está poniéndome mal y tengo miedo.

―entra― William cerró la puerta detrás de nosotros― Sophie...

―lo siento― la vergüenza me invadió― sé que no debía interrumpirte, lo siento mucho― lloriqueé.

William me acercó a su cuerpo y me dejé abrazar.

―no lo sientas. Siempre estaré aquí para protegerte― susurró con su barbilla apoyada contra mi cabeza.

―no quería molestarte― mi voz salió ahogada contra su delgada camisa― pero tenía miedo, realmente estaba asustada.

―puedes interrumpir mi sueño cada vez que lo creas necesario, Sophie― pasó lentamente su mano por mi cabello― ven, vamos a dormir. Aquí estarás segura.

―pero...

―nada pasará, Soph― sus manos acunaron mi cara― nada que tú no quieras pasará―William caminó a su cama y se sentó― ven aquí― señaló un lugar a su lado y me senté, aun con mis manos aferradas entre sí― Sophie...― William ladeó mi cara hacia él― Quiero besarte, ¿Puedo hacerlo?

Mi pecho se contrajo. No sabía si sonreír o correr. Lentamente moví mi cabeza para afirmar. William me sonrió. Lentamente se acercó. Lentamente apoyó sus labios en los míos y los movió. Lentamente recostó mi espalda en el colchón y se ciñó sobre mí.

Esa noche, con la tormenta musicalizando el ambiente y el vaivén del barco... esa noche, lentamente nos amamos.

William levantó la camisa y la sacó por mis hombros. Hice lo mismo con la suya. Jamás detuvo los besos. Jamás me insultó. No hubo un solo golpe. Sólo cuidado y cariño. Me sentí querida.

―eres tan hermosa...― su susurro llenó mis oídos entre la lluvia. No tuve más miedo de la tormenta. Éramos parte de ella. ―Sophie, me detendré si...

―no quiero que lo hagas― mi mano tomó la suya, apretándola― por favor, no quiero que lo hagas.

Nicholas destelló brevemente en mi mente, pero reduje su recuerdo cada vez con menos fuerza. William estaba ahí. Nicholas no iba a hacerme daño mientras William se mantuviera cerca.

―no quiero hacerte daño― musitó.

―no me estás lastimando― acaricié su barbilla con la punta de los dedos― estás reparándome.

Sonrió. Alejó su cara de la mía por un segundo y nos acomodó mejor en la cama. Acarició mi pelo, me acarició. Esa noche, a pesar de que el cielo estaba cerrado por las nubes y estábamos dentro de un cuarto oscuro, vi las estrellas. Las toqué, las apreté contra mí hasta el amanecer.

Estaba pérdida por William. Me había perdido en su océano y estaba segura de que me iba a resultar muy difícil salir de ahí.



Ámame.Où les histoires vivent. Découvrez maintenant