Millionaire: un Amor Imposible #2 [EDITANDO]

I

Capítulo 1: Un nuevo comienzo

Bella

El canto del gallo.

El olor de la naturaleza.

La brisa del mar.

Fue todo un acierto mudarme a ese pequeño pueblo de Luisana, fue la mejor idea que tuve en un momento tan vulnerable. Lejos de la contaminación, del ruido del claxon a primera hora de la mañana, de la ansiedad de la ciudad... Lejos de él, de su familia y de su vida perfecta.

El tiempo que llevamos aquí, que ya van para casi cuatro años, no ha habido día en el que no apareciera su recuerdo por mi cabeza como una ráfaga del viento, pero entiendo que si lo tuve tan presente fue por la mini-copia que ahora juega a tirar piedras al lago y me sonríe cada vez que una impacta en el agua.

La genética es muy caprichosa y Aisha es el claro ejemplo de ello.

Debo de reconocer que fue duro al principio mi nueva situación: cuidar a un bebé recién nacido, sola, en un lugar nuevo y sin contar con el respaldo de mis padres, amigos y hermano. Pero poco a poco fui comprendiendo que no necesitábamos a nadie para estar bien, ella me tenía a mí y yo la tenía ella.

Aisha me enseñó lo que era el amor incondicional.

Mi hija es la niña más hermosa y asombrosa que he conocido en el mundo, y sé que suena mal que yo lo diga porque soy su madre, pero nadie me va a hacer cambiar mi opinión.

A diferencia de lo que pensé cuando nació, no ha heredado mi cabello rojo o mis ojos verdes ni las pecas. Su cabello es dorado como el oro, sus grandes y observadores ojos son de un color azulado con pequeñas motas grisáceas que aparecen cuando llora o se enfada, sus labios rosados y muy finos, dos mejillas tan redondas que te invitan a morderlas y los hoyuelos como herencia familiar.

Nació a mediados de diciembre, dos semanas antes de que la noticia del momento fuera el matrimonio de Oliver con Elda. No voy a mentir, fue un momento duro para mí. Ella en el hospital, luchando por seguir creciendo día a día en la incubadora mientras su madre se tragaba las lágrimas por quien nunca las mereció. Ella fue el impulso de mi vida en aquella época tan mala, tenía que seguir adelante por y para ella. Solas las dos, como debió haber sido desde un principio. La mejor dupla.

Dejamos atrás New York a finales de enero, cuando los médicos dieron el visto bueno para darla el alta. En ese momento, Aisha ya tenía un mes y medio y empezaba a rellanar la ropa que había comprado junto a mi madre. Los dos siguientes meses los pasé con mi familia, pero llegó un punto en el que no toleraba que me recriminaran y me dijeran, una y otra vez, "te lo dije". Por lo que decidí que lo mejor para ambas era empezar en otro lugar donde curarnos mutuamente.

Y así fue como acabamos llegando al que ahora es nuestro hogar. Un pequeño pueblo con mucho encanto, lleno de viñedos y de pequeñas casas digas de un cuento, Charlottesville. Se sintió como una señal cuando lo leí en el mapa y reconozco que no pude elegir un destino mejor.