Cuarta visita.

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Y como prometió, la mañana del sábado Dipper volvió allí.

Esta vez, lo llevaron al jardín trasero, donde pudo ver de espaldas a Bill, sentado en un banco. ¿Qué se supone que estaba haciendo allí? Sin hacer mucho ruido, rodeó el banco y se sentó a su lado.

Después de cuatro visitas -aunque la última fue más bien una especie de chantaje para que soltara a aquel empleado- seguía sin notar que aquello le estuviese haciendo bien a Bill. Cada vez que le veía, parecía que que fuese un poco más dependiente a su presencia.

"Ese tipo de personas son como niños. Pueden desear un juguete durante meses y años pero cuando lo tienen, se acaban cansando de él tarde o temprano y justo eso es lo que queremos provocar" le habían dicho la primera vez, pero Bill no daba indicios de querer separarse de él, aunque sólo en cuatro reuniones, puede que no se hiciera mucho.

—¿Qué haces aquí fuera? —preguntó Dipper sin molestarse en mirarle.

En cambio, el rubio le miró unos segundos antes de devolver la vista al "paisaje" que tenía enfrente. Tampoco era mucho. Sólo un jardín ancho, bastante verde que se suponía que era relajante. Para él, era una completa estupidez.

—Estoy en mi terapia de relajación —soltó sarcástico poniendo una mueca de asco—. Aunque sigo sin ver que tiene esto de relajante.

—Em... Pues no sé. Se supone es la naturaleza, y los pájaros cantan, y el aire puro... —intentó explicar el chico castaño mientras reía de su propia descripción.

—Sí, se supone —sonrió.

Y otro silencio se formó entre ellos. Bill se había dado cuenta de que Dipper se veía mucho más cansado y desanimado. Algo no iba bien y lo sabía. Después de todo, había estado meses acosándolo y se sabía de memoria lo que significaba cada gesto, cada mirada, cada tono de voz... Obsesión era poco.

Sin embargo, decidió no preguntar. Si quería decírselo, ya hablaría él mismo, para algo tenía boca y cerebro. Además, sabía que le acabaría diciendo algo. No por nada se había estado ganando su confianza en cuatro días. Era demasiado confiado, demasiado fácil de acceder, demasiado fácil de manipular y solo pensar en lo que le podría llegar a hacer le ponía a mil.

Y cómo de bien conocía aquel hombre enfermo la personalidad de aquel chiquillo, porque había acertado de pleno. Con una mueca de tristeza, tomó aire y se giró para poder mirarle y al notarlo, Bill también le miró, sonriendo para sus adentros. Tan previsible... Seguramente, Dipper le hubiese contado sus angustias si unos gritos y gruñidos procedentes de un hombre con un ojo tatuado en la frente y el cabello rosa no le hubiera interrumpido. Bill y él se saludaron con un simple "Hola Tom" y "Hola Bill" y el hombre volvió a pasar de largo, gritándole a la enfermera del mal que tenía que morir.

—¿Ibas a decir algo? —le preguntó el rubio, curioso.

Dipper apartó la vista hacia otro lado.

—No, no es nada. Olvídalo.

No volvieron a hablar en lo que quedaba de hora y cuando ésta pasó y el castaño se fue con un simple "Hasta el lunes", Bill volvió a sentir esa angustia y opresión que le provocaba no estar con aquel exquisito niño tan inocente y moldeable.

Y cada vez, aquel sentimiento de necesidad iba a más.

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