Tercera visita.

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[Maratón final 1/3]

Palmer trataba los arañazos y golpes que Dipper le había propinado a Bill cuando éste le forzó. Era bastante obvio que el castaño no iba a quedar quieto mientras le violaban, pero el rubio tampoco esperaba que reaccionase tan violentamente.

En la otra sala, el castaño lloraba desconsoladamente. Él aún tenía las muñecas rojas por su agarre, igual que en sus muslos. No le importaba que le escucharan las dos únicas perdonas que habían en la casa. Ahora ya no le importaba nada. Sólo quería dejar de existir y que aquella tortura acabase al fin pero, como siempre, la suerte no estaba de su lado.

Por la puerta de la habitación apareció el rubio. Dipper no sabía como leer su expresión. Dudaba de si estaba iracundo, preocupado o, de nuevo, excitado. Fuese como fuese, le agarró y le cargó al hombro, caminando hacia el cuarto de baño. El castaño no se resistió en ningún momento. No es como si pudiese mover las piernas, de todas formas.

Cuando ambos entraron, Cipher le quitó de un tirón la única prenda que llevaba puesta, la camiseta y le metió en la bañera, la cual estaba llena.

Pines ahogó un grito de dolor al sentarse, pero sus ojos cerrados fuertemente y dos lágrimas recorriendo sus mejillas delataban el gran dolor que estaba sintiendo en sus caderas.

Sintió una esponja recorriéndole la espalda y parte del torso, con algo de brusquedad. Al mayor le daba igual todo mal que estuviese sintiendo Dipper en aquellos instantes. No se arrepentía fe nada, y sería mejor que el muchacho se empezara a acostumbrar a aquello. Sólo había escuchado aquellos gritos de súplica y piedad hacía un día, pero ya se había hecho adicto a ellos.

Mordió con brusquedad el cuello del joven, arrancándole un grito de dolor, provocando que el rubio se mordiese el lado y sonriera, lascivo.

-Déjame ir -suplicó de nuevo el castaño, en medio de un llanto silencioso, con pequeños espasmos.

Sintió la mano de Cipher agarrarle el cual lo con fuerza, empezando a dejarle sin aire.

-Jamás, ¿escuchas? -le dijo, frío, sin soltar su agarre. El menor asintió frenéticamente, intentando quitar la mano de su cuello, en busca de alguna bocanada de aire.

Complacido, Bill aflojó el agarre y el baño acabó tan rápido como empezó, con la diferencia de que ahora el chico iba enrollado en una toalla.

Pronto, volvió a encontrarse encerrado en la misma habitación, sin poder hacer más que escuchar una acalorada discusión que se había montado de fondo, mirando a la nada.

En cierto momento, un portazo resonó por toda la casa y el grito de Palmer tampoco se quedó atrás.

-¡Eso, huye como siempre! -gritó la pelirrosa, a la nada-. ¡Cobarde!

Unos cuantos golpes sonaron antes de que la casa se volviese a sumir en un silencio sepulcral, con el crujido de algunos muebles y algunos cajones abriéndose y cerrándose, deprisa y bruscamente.

El castaño buscó con la mirada, de nuevo y ya sin esperanza, alguna manera de salir, escapar. Sólo que aquella forma entró en el cuarto de un portazo, asustándole y con una mochila al hombro.

-Venga, nos vamos -dijo Pyrónica con unas cuantas prendas de ropa entre sus manos.

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