Segunda visita.

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Dipper no reaccionó hasta el día siguiente, cuando la puerta se volvió a desatrancar y por ella apareció una chica de estatura mediana, cabello rosa y ojos negros que expresaron preocupación y tristeza al ver a aquel chico en tal estado.

Sin atreverse a mirarle a los ojos, ella entró por completo en la habitación con una bandeja de comida en las manos, la que dejó en una mesa cercana y se acercó al amordazado castaño, quien le suplicaba con la mirada su libertad. A Palmer se le encogió el corazón. Bill y ella habían hecho cosas y cosas, pero aquello se había pasado de la raya.

—Dios, chico —susurró—. Perdóname, no creí que llegara hasta tal punto.

Dipper miraba atentamente a aquella chica. Aquella que podría ser su única esperanza para salir de allí con vida.

—¿Py? —se oyó la voz de Bill al otro lado de la puerta, aunque ésta sonaba lejana y adormilada.

—Mira, no tenemos mucho tiempo —continuó, volviendo a coger la bandeja—, pero intentaré sacarte de aquí.

La voz del rubio sonó de nuevo, pero esta vez iba acompañada de sus pasos. Los preocupados ojos negros de "Py" se clavaron en los suyos.

—Aquí no ha pasado nada —le dijo aún más bajo, amenazadoramente.

Poco después, la puerta se abrió, dejando ver a Bill, confundido con la escena que tenía delante. Antes de poder articular palabra, Pyronica caminó hacia él, aparentemente enfadada y le tendió con brusquedad.

—Por fin te despiertas, pensé que estabas en coma —se burló—. Sigue siendo un ser humano, Bill —apuntó Palmer, alejándose

El rubio abrió la boca pero en seguida la volvió a cerrar y miró perplejo por donde la pelirosa había desaparecido. Después, volvió la vista hacia Dipper y le sonrió mientras el castaño se temía lo peor por cada paso que aquel loco daba. Sin darse cuenta empezó a hiperventilar.

—¿Estás bien? —preguntó preocupado, Bill—. ¿Eres asmático?

Como respuesta, sólo consiguió una negación frenética por parte del chiquillo. Con cuidado, quitó la mordaza de la boca de Piney.

N-no —tartamudeó.

Después de unos minutos en incómodo silencio, consiguió controlarse a si mismo y miró con miedo a Bill, quien estaba sentado en el borde de un sofá color café desgastado, de piernas cruzadas y con la barbilla apoyada en la palma de su mano. La indiferencia en sus amarillos ojos sólo le recordaban a Dipper lo mal que llegaba a estar aquel sujeto.

—Bien —dijo de la nada, asustándole—. Supongo que tendrás que ir al baño...

Sin estar demasiado convencido, Bill le vendó otra vez y le desató de la silla para, a continuación, cargarle en brazos. Ya libre, Dipper intentó moverse, pero sus extremidades estaban demasiado adormecidas como para poder moverlas libremente, por lo que sólo pudo apegarse más a Bill, rezando para no caer. El mayor soltó una risita; definitivamente haría aquello más a menudo.

Al llegar, encendió la luz y dejó a Dipper en el suelo, de pie.

—Espero fuera —le comunicó. Por lo menos no se quedaría allí con él—. No tardes.

Al cerrar la puerta, lo primero que hizo el castaño fue quitarse la venda y mirar lo que le rodeaba, intentando encontrar en una salida. Para su mala suerte, el baño carecía de ventanas. Resignado, acabó de hacer sus necesidades y abrió la puerta, pero no vio a nadie. Confundido, salió unos pasos del baño,con cuidado. No, ni un alma.

En silencio, siguió caminando por el pasillo que daba, al parecer, a la entrada principal junto con el salón y a Dipper le pareció ver una luz de esperanza, pero la repentina aparición de Bill por una esquina les hizo gritar del susto. O, por lo menos a Dipper. El rubio, por su parte, por poco escupe el agua que llevaba en la boca al oír gritar al menor.

—Joder, sí que te has dado prisa —observó al acabar el agua, sonriendo —. Eso es buena señal.

Esta vez de la mano, Bill volvió llevar al muchacho a su peculiar celda, pero cuando los dos estuvieron dentro, el rubio acorraló a su víctima contra la pared más cercana y pudo ver aquella mirada inundada de miedo con la que le observaba Dipper, aquella que le ponía tanto.

Sin esperar su consentimiento, besó al pequeño chico como si la vida le fuese en ello y no tardó mucho en desviar los besos más hacia abajo. Hacia el cuello para ser más exactos. Succionaba, mordía y besaba, mientras Dipper intentaba no soltar todos aquellos sonidos que estaba reteniendo en su garganta, pero todo se fue al traste cuando soltó un suspiro de excitación justo la oreja del mayor, quien no se pudo resistir más y le cargó hasta el sofá, poniéndose encima suya. A estas alturas, Dipper ya sabía lo que se le venía.

—No, Bill —se quejó intentando levantarse del sofá color café, cosa que no permitió el loco que tenía encima— ¡Bi-Bill! —soltó al sentir que éste tocaba su miembro por encima de su pantalón.

—Lo siento, Pine Tree, pero no puedo esperar para jugar contigo.

Pero él no paró de quejarse y retorcerse, intentando que le soltase, pero Bill tampoco paró y llevó las cosas a otro límite. Uno que hundió más a Dipper en la miseria y le provocó otro llanto, tanto de dolor físico como mental. Y el rubio, a pesar de las constantes súplicas, no se detuvo.

¿Cuánto más duraría aquello?

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