Primera visita.

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Se revolvió un poco antes de abrir ojos, cosa que no le ayudó en nada. No veía. Lo siguiente que notó fue el fuerte dolor en las muñecas, las cuales al parecer estaban atadas a su espalda, más exactamente detrás de un respaldo.

Entonces fue cuando el miedo empezó a invadirlo. Por instinto, forcejeó, intentando soltarse. También intentó gritar, pero algo callaba sus gritos. Estaba completamente indefenso y cuando al fin lo comprendió, paró y lloró, desesperado.

Sentado en una esquina de la habitación, Bill miraba las acciones de Dipper, divertido. Estaba ante él maniatado, amordazado y vendado de ojos en una de las tantas sillas del oscuro salón en el que se encontraban los dos.

Se levantó de su asiento y, poco a poco, se acercó al pequeño chico, quien temblaba y lloraba sin parar. Cuando le acarició suavemente el cabello, él dio un respigo y grito quedó ahogado en la mordaza.

—Buenos días —le susurró, para luego darle un beso en su húmeda mejilla por las lágrimas.

Con delicadeza, le quitó la mordaza al chico, quien tuvo que esperar unos segundos para poder hablar por la falta de saliva. En esos segundos, Bill no paraba de toquetear su cabello.

—Déjame ir, por favor —suplicó, con la voz rota y aguda por el llanto.

—Oh, Dipper. No pienso ni quiero hacer eso —rió levemente, bajando sus caricias a las sonrosadas mejillas de Pines.

—Te lo suplico —rogó.

—No, Pino. No voy a volver a permitir que te separes de mí —sólo al oír su apodo, a Dipper se le encendió la bombilla.

—¿Bill?

No se lo podía creer. No otra vez él. Cuando la venda fue retirada de sus ojos, no tardó demasiado en adaptarse debido a la poca luz que alumbraba la habitación. Dirigió su vista a las ventanas y pudo notar que éstas estaban cubiertas por tablones de madera.

La habitación no era muy grande, pero tampoco pequeña. Delante suya había una televisión apagada de apariencia vieja. Al lado derecho, una estantería de madera oscura, vacía. Igual que las demás que habían repartidas por la habitación. En cambio, en el izquierdo, más concretamente en la pared, habían decenas de fotos suyas, junto con apuntes y un mapa de fondo. En él, dos chinchetas rojas destacaban junto con dos papeles con palabras claras y legibles desde su posición. 

"Casa" y "Universidad"

Sintió como se le helaba la sangre, al igual que el fuerte agarre de Bill sobre sus hombros, pero no podía apartarle.

—No me costó mucho encontrarte, ¿sabes? —le hablaba. Su tono de voz no reflejaba emociones.

No podía hablar.

—Estuve planeando un máximo de tres días, tampoco eres alguien difícil de seguir —continuó el rubio, paseándose por la habitación.

No podía gritar.

—Y al fin te tengo aquí —dijo acucliyándose frente a él y agarrándole de las mejillas—. Tú y yo. Sólo tú y yo.

Se acercó a Dipper, quien sólo miraba a ningún punto en concreto y con loa ojos abiertos de par en par. No sabía si le estaba escuchando siquiera, posiblemente no. Estaba demasiado aterrado como para hacerlo, pero le daba igual. Y al final la distancia se redujo y acabó en un beso que el castaño no rechazó no correspondió.

Porque al fin y al cabo, no podía hacer nada.


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