Visita sorpresa.

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Nunca había sido una persona de siestas y mucho menos de sueño pesado, pero a su favor había que decir que la universidad le estaba matando, metafóricamente hablando, claro está.

Solía tener suerte si se acostaba a la medianoche. Los trabajos eran tediosos y casi siempre le tocaba hacerlos solo, cuando se suponía que eran en grupo. Por otra parte, le había tocado el peor horario posible, el horario de tarde. El precioso horario que empezaba a las seis de la tarde y acababa a las nueve y media de la noche, cuando no había ni un solo autobús que saliese hacia su casa, provocando que tuviese que andar unos treinta minutos a paso rápido como mínimo.

Pero volviendo al tema principal; se había dormido. Y, teniendo en cuenta que el 60% de la nota era la asistencia, pues iba jodido. Jodidísimo.

—¿Y esas prisas, DipDop? —se burló su hermana cuando lo vio bajar de su habitación corriendo, casi cayéndose en el camino. Claro, para ella era todo muy fácil. Tenía el horario matutino.

—Muy graciosa, Mabel —dijo con sarcasmo el castaño, quien buscaba algo por todas las habitaciones—. ¿Has visto mi libro de Química?

—Puede que debajo de toda esa montaña de papeles que tienes en tu nuevo escritorio —rió la castaña.

Dipper hizo gesto de querer replicar, pero se lo pensó mejor. Dos minutos después, bajaba otra vez y con su libro en las manos.

—¡Adiós, Mabs! —se despidió saliendo de la casa al mismo tiempo que guardaba el libro en su mochila.

Corría por la calle, empujando a todo ser andante que se cruzara por delante pero, al final, no le sirvió de nada. Se había perdido casi la primera hora. Frustrado consigo mismo, entró al finalizar la clase y se sentó en su sitio. Aquella noche tendría que hacer "horas extras" para ponerse al día.

El resto pasó más rápido y cómodo de lo que en un principio habría esperado, por lo que ahora se encontraba acomodándose la chaqueta al mismo tiempo que miraba su reloj, el cual marcaba las 22:17. Chasqueó la lengua y miró a su alrededor. Ni un alma. Que típico.

Empezó a caminar tan rápido como sus piernas le permitían, mirando de vez en cuando atrás. Tenía un mal presentimiento y la paranoia empezaba a invadirle. Dipper odiaba con toda su alma andar solo por las noches justamente por aquello, por todas sus malditas y espeluznantes paranoias. Éstas le hacían oír cosas y ver sombras imaginarias. Aunque puede que aquella vez fuese un poco diferente ya que aquella vez sí había una persona siguiendo sus pasos entre calle y calle.

Puede, que si Dipper hubiese prestado un poco más de atención, o se hubiese dignado a girar la cabeza, podría haber evitado que aquella mano que le había agarrado fuertemente no le pillara por sorpresa.

No sabía quien era, y tampoco tenía claro si quería saberlo. Forcejeaba, pataleaba, lloraba y gritaba por ayuda. La única respuesta que tuvo fue un trapo cubriéndole la nariz y boca, empapado con cloroformo y un intento de dulce voz susurrándole antes de quedar dormido.

—Shhh... Ya está —susurraba, acariciando el cabello de Dipper, quien ahora sólo era un peso muerto en sus brazos.

Le cargó en brazos y, mirando a su alrededor, lo metió en el coche. No tardó más de quince minutos en llegar a la casa, donde entró a trompicones. El castaño pesaba más de lo que aparentaba. En cuestión de segundos, Pyronica llegó a la sala, con una taza de café que se acabó estrellando contra el suelo al ver al chico.

—Por dios... —susurró, impactada—. Bill, ¿qué coño has hecho?

—Algo que debería haber hecho hace mucho tiempo.

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