29. Hakuna Matata.

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― Debería existir una tienda de galletas, una galletería. ― protesté, mientras seguía a Chris por los pasillos del supermercado.

Teníamos que comprar algunas cosas para esa noche, ya que Chris y Skylar se quedaban a dormir a nuestra casa.

Había una razón para esto: mi hermano y su amigo tenían que hacer un trabajo.

Y Skylar venía porque, según mi hermano, no quería ser el sujeta velas durante la noche.

Continué tirando cajas de galletas aleatorias en el carro de la compra mientras Chris estaba distraído buscando las palomitas.

― Hay fruterías, heladerías, ¡hasta nutellerías! ¿Qué les cuesta construir una galletería? ― proseguí, indignada, y noté una sonrisa formarse en el rostro de Chris, haciendo que frunciera el ceño.

Me crucé de brazos y aligeré el paso, acercándome hasta dónde estaba él.

― ¿Por qué sonríes? ― pregunté, reprimiendo una sonrisa.

― ¿Abandonarás la manifestación si te compro un paquete de galletas? ― asentí rápidamente y me paré en frente de la sección de galletas por enésima vez ese día.

No puedo elegir un sólo paquete. Hay de muchos sabores.

Fruncí el ceño de nuevo y me puse de puntillas, tratando de alcanzar un paquete de galletas de chocolate.

― Déjame a mí, medio metro. ― se burló Chris, alcanzando el paquete, y me lo dio.

― Yo no soy baja, tú eres demasiado alto. Pareces un árbol al que le han salido brazos y piernas.

Se giró, ofendido, y se fue arrastrando el carro detrás de él dramáticamente.

― ¿Y luego soy yo la reina del drama? Ah, perfecto. ― murmuré, le seguí hasta la caja y pagó todas las cosas.

Salimos del supermercado, y seguimos caminando de camino a mi casa.

Saqué mi móvil de mi bolsa de deporte y miré a mi derecha, donde había una pequeña mariposa revoloteando.

― Mira, Chris, una mariposa. Es preciosa, ¿verdad? ― indiqué, tratando de sacar un tema de conversación.

Pero, en vez de eso, lo único que conseguí fue que éste diera un salto hacia atrás y se cayera al suelo, llevándose ambas bolsas con él.

Es más, los refrescos salieron volando de la bolsa de la compra y se fueron rodando sobre la acera.

― ¡Aleja ese bicho satánico horroroso de mí! ― gritó, y retrocedió.

Espera, espera, espera. ¿Qué?

La mariposa voló en su dirección y éste volvió a gritar, se levantó y empezó a correr en dirección contraria.

Me empecé a reír descontroladamente mientras él seguía corriendo en círculos.

El insecto se fue volando en otra dirección y Chris paró de correr, aún aterrorizado.

― No me lo puedo creer, ¿te dan miedo las mariposas? ― pregunté, sin dejar de reírme.

― ¿El qué, esas cosas de cuerpo alargado, alas grandes y...?

― Cálmate, Chris. Tampoco es para tanto. ― recogimos las bolsas de nuevo y seguimos con nuestro camino.

― Sí es para tanto cuando tienes un trauma con esas cosas.

― Y dime, ¿qué te llevó a tenerle ese pánico a algo tan inocente como las mariposas?

Suspiró, se pasó una mano por el pelo y reprimí una risa.

No soy tu princesa.©Where stories live. Discover now