40. Alma de la fiesta.

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Me desperté el día siguiente, y entreabrí los ojos sólo para darme cuenta de que no estaba en mi cuarto.

Me incorporé, quedándome sentada, y observé a mi alrededor. Tanto el suelo como las paredes y el techo eran de madera, y había un armario y una puerta al lado de éste.

Me quedé sentada tratando de asimilar qué estaba pasando, y después me levanté, dispuesta a descubrirlo por mí misma.

Lo único en lo que pude pensar mientras bajaba las escaleras era en si debería golpear al secuestrador con una sartén o con una escoba.

Llegué al primer piso, y al no ver a nadie, me dirigí a la cocina.

Sí, secuestrada o no, la comida es lo más importante.

Busqué por todos los estantes con la esperanza de encontrar por lo menos una triste galleta, pero no había ninguna.

— Ah, ¿en serio? ¿qué tipo de persona no tiene no una sola galleta en...? — dejé la frase colgando al ver un papel amarillo pegado en la nevera, y me acerqué para leerlo.

'Suponía que tendrías hambre al despertarte, y sé cómo eres, así que he salido a comprar galletas.

Tu idiota favorito ♡.'

¿Cómo sabía que iba a buscar galletas?

Quizás porque es lo único que comes, no sé.

Agarré una de las sartenes que había ahí y volví al cuarto de antes, cerrando la puerta detrás de mí.

Me tumbé sobre mi cama con la intención de dormirme, con la sartén sobre mi pecho, pero al oír la puerta abrirse, me incorporé y levanté mi arma improvisada, lista para atacar.

— ¡Atrás, pedófilo! — grité, y lancé la sartén, la cual fue a parar en la pared que estaba justo al lado de la puerta.

— Veo que ya estás despierta — rió Chris, arqueando una ceja, y se acercó a la cama para dejar algo de ropa encima de ella.

— ¿Qué ha pasado? ¿Qué hacemos aquí? — pregunté, confundida.

— Bueno, ayer hicimos algunas cosas...

— ¿Qué? — le grité, interrumpiéndole, y sintiéndome despierta de repente.

— Estaba bromeando, tranquila. — suspiré y rodé los ojos. — Te quedaste dormida en mi coche, y como no quería despertarte, te llevé aquí. Es la casa de campo de mis padres, pero hace mucho que nadie viene aquí, y yo tenía las llaves. — explicó, riéndose, y asentí.

— ¿Pero y mi...?

— Ya he llamado a tu madre y le he dicho que te quedarías en mi casa a dormir esa noche. — respondió, y me llevé ambas manos a la cara.

— Menos mal. — suspiré, y dejé caer mis manos antes de sonreírle a Chris. — Y gracias.

Sonrió también y volvió a dirigirse a la puerta.

— Te he dejado algo de ropa ahí, yo estaré abajo preparando el desayuno, ¿vale? — asentí, y salió del cuarto cerrando la puerta detrás de él.

Miré la camiseta de Winnie the Pooh doblada sobre la cama y sonreí para mí misma. Me quité la ropa que llevaba puesta y me puse la camiseta, que era tan grande que me llegaba por encima las rodillas, y unos pantalones cortos.

Doblé mi ropa antes de salir del cuarto y bajé las escaleras. Chris estaba en la cocina, con una sartén en la mano, y me acerqué a él para abrazarle por la espalda.

No soy tu princesa.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora