Capítulo 28.

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Maratón 3/3

Camino con pies de plomo sobre la tierra húmeda y las raíces de los árboles. Espero ver algo que pueda cazar, pero con el invierno cirniendose sobre el doce, es casi imposible.

Al no encontrar nada decido moverme de sitio caminando un par de kilómetros más. Me escondo detrás del tronco de un árbol y espero.

Pasados un par de minutos consigo ver un conejo a unos metros. Apunto y disparo. La flecha corta el aire y da de lleno en su ojo izquierdo. Cae en el suelo, derribado.

Sonrío y me doy una palmadita en la espalda mentalmente. Es cierto que me he alejado de mi ruta de caza normal, pero he conseguido algo de carne.

Sin embargo, ya no pienso lo mismo cuando me resbalo y mi pie acaba hundiéndose en un agujero entre las raíces de un árbol.

«Mierda»- maldigo.

Me sujeto la pierna desde el gemelo y al terminar de contar hasta tres, tiro y vuelvo a tirar. El pie consigue salir de un chasquido, rompiendo alguna que otra raíz mientras me caigo de espaldas.

Entonces sin previo aviso un ciervo que estaba escondido entre unas ramas de árbol caídas, sale corriendo en mi dirección asustado por el ruido. Reacciono rápido, y antes de que me atropelle consigo saltar hacia unos arbustos que hay detrás de mí.

No me doy cuenta de lo que ocurre hasta que me hundo entre las hojas y al caer las veo desde abajo. Impacto de espaldas contra la tierra dura y ruedo cuesta abajo entre piedras y arenilla. La primera roca se me clava en un costado, y las siguientes en la espalda y extremidades.

Llego al final de la cuesta con un golpe seco y sordo. Para entonces soy incapaz de moverme y me cuesta respirar por el dolor en el pecho.

Alzo un poco la vista y veo un río cerca, miro hacia arriba y encuentro aquellos arbustos traicioneros. La masa de ramas y hojas habían conseguido ocultar a la perfección el precipicio por el que había caído.

Intento encontrar mi voz para pedir ayuda, y lo primero que sale de mi boca es un alarido. Pido ayuda en voz alta, pero el sonido que mis cuerdas vocales emiten es amortiguado por la corriente de agua que tengo al lado.

Miro hacia todas partes de nuevo, pero no hay nadie. No hay nada.

(.....)

Ya es de noche y consigo sentarme por primera vez.

Tengo varios cortes por todo el cuerpo. Pero la pierna izquierda ha sido la más perjudicada; los demás cortes son la mayoría profundos, no tanto como el de la pierna, pero si lo suficiente para que moverme sea un completo infierno.

El bosque se ha teñido de negro y apenas me deja reconocerlo. Suspiro por lo bajo y me recuesto sobre una roca.

El dolor ataca a mi espalda y me obliga a soltar un gemido.

Cuantos más minutos pasan me voy dando cuenta de que no reconozco la zona. Precisamente por eso sé qué no debería quedarme aquí. Por eso y porque por la noche los animales salvajes están más activos que por el día. Quedarme sentada sin hacer nada es lo mismo que ponerme un cartel en la frente que diga en letras grandes y luminosas: "COMIDA".

Lo único que se me ocurre es subir a un árbol, sin embargo no encuentro muchos por aquí cerca. En todo caso debería cruzar el río y caminar un poco más allá para poder adentrarme en el espeso bosque de nuevo.

Pienso en más opciones, pero ninguna me parece lo suficientemente buena y las descarto rápido. Mi plan del árbol y yo nos quedamos en silencio oteando los alrededores.

"There will always be hope" - Peeta y KatnissDonde viven las historias. Descúbrelo ahora