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Iba de camino hacia el aeropuerto de Granada (España) después de pasar las vacaciones de verano en mi pueblo. Debía volver a Gran Canaria, la isla donde había nacido dieciséis años atrás.

Justo unos días antes de que mis padres me concibieran, a papá le ofrecieron un trabajo en aquel lugar, y dada la situación económica en la que se sumía mi familia en aquellos momentos, no dudaron ni un segundo en aceptar la oportunidad. Tuvieron que trasladarse a una nueva cuidad junto a mi hermana, de tan sólo siete años por aquel entonces, y allí continuábamos viviendo ahora.

El trabajo de mi padre era un tanto extraño y poco usual para la gran mayoría de las personas. Él era veterinario de vacas. Yo ya estaba totalmente acostumbrada, así que lo veía como cualquier otro trabajo normal. Éste además tenía algunas ventajas que no muchos conocían. Papá era el único en la isla, lo que hacía que ganara una cantidad bastante generosa de dinero al mes, pero como consecuencia debía trabajar mucho y muy duro.

El trabajo de mamá ya era algo más común. Se ocupaba del ámbito jurídico de una empresa. Años antes había llegado a ejercer la abogacía, pero era algo que, tras los dos embarazos que tuvo, se vio en la necesidad de dejar debido al agotamiento que le causaba.

—¿Llevas tus documentos de identidad? —preguntó mi abuela mirándome. Ella iba sentada en el asiento del copiloto, al lado de mi abuelo que conducía.

—Sí, lo llevo todo —le respondí.

En cuestión de minutos llegamos a la entrada del aeropuerto. Tuve que despedirme de ellos justo en ese momento, ya que por causas que desconocía, debían volver cuanto antes al pueblo.

Cuando hube terminado de facturar las maletas y de pasar el control de seguridad, me acerqué a la única cafetería abierta de aquel pequeño aeropuerto y ocupé una de las mesas. Necesitaba un café bien cargado para despejar mi mente y no agobiarme pensando en el nuevo curso. Pero no funcionó. Como siempre, debía pensarlo todo para hacerme una idea de como iba avanzando mi vida.

Este sería mi último año de secundaria y mi octavo año estudiando piano en el conservatorio de música. Tocaba el piano desde pequeñita, comencé con la edad exacta de ocho años. Aún no podía asegurar que esa fuera a ser mi fuente económica en un futuro, ya que muchas veces quise dejarlo al sentir que no era lo suficientemente buena, pero cuando me paraba a pensarlo me daba cuenta de que era una afortunada por saber hacer lo que muchos otros adolescentes no sabían. Así que por ahora, mi intención era seguir para adelante y esperar a ver que dirección iba tomando mi vida.

Otra cosa que también hacía desde que era pequeña era jugar al voleibol. Planeaba dejarlo este mismo año, debido a que el curso pasado me había visto muy agobiada con los estudios. Aunque realmente ese no era el motivo principal. La entrenadora y yo no congeniábamos muy bien. Ella era muy estricta y seria, si había algo de ti que no le gustaba o que hacías mal, te lo decía a la cara de muy mal humor. Raro era el entreno en el que no acaba afónica de tanto gritar. Cuándo eso pasaba, yo solía terminar con el ánimo por los suelos. A mí, o me animaban con buenas palabras, o era un caso perdido.

Dejé el dinero del café encima de la mesa y me fui hacia la puerta de embarque. La gente ya comenzaba a entrar al avión, así que me puse en la fila y esperé a que mi turno llegara. El avión no iría directo hasta Gran Canaria, sino que haría escala en Madrid. Allí tendría que esperar cuatro horas más hasta la salida del otro vuelo.

* * *

Me encontraba ya en el aeropuerto de Madrid. Lo primero que hice fue ir hasta las pantallas para revisar que el avión no se hubiera retrasado. Tras comprobarlo decidí ir a dar una vuelta por allí para hacer tiempo. Me compré una revista, vi tiendas durante más de dos horas, paseé... y cuando mis piernas no aguantaron más, me dirigí a la puerta de embarque.

Te NecesitoWhere stories live. Discover now