Punto para el rompecorazones

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(Por: Axel)


—¿Sabes cuándo tardarás en recuperar el habla? —Preguntó Abi.

Mi boca emitió el mismo sonido indefinido que llevaba haciendo desde que abrí la puerta y la encontré allí.

—¿Al menos podrías dejarme entrar? No traje mi chaqueta y me estoy congelando.

Me hice a un lado para dejarla pasar, todavía incapaz de emitir una palabra. ¿Qué diablos hacía en mi casa? ¿Cómo sabía dónde vivía?

—¿Axel? —Volvió a preguntar Abi, mirando alrededor como si esperara que alguien viniera al rescate.

Increíblemente, alguien apareció.

—Buenas noches, ¿tú eres la novia de Axel?

Gina se había detenido en su camino a la cocina y observaba a Abi con tanta curiosidad que la hubiera intimidado, de no ser porque había estallado en carcajadas.

—No —logró responder mientras se sostenía el estómago e intentaba dejar de reír—, por supuesto que no.

Mi indignación logró que recuperara el habla.

—Es amiga de una de mis ex novias —aclaré.

Eso le cortó la risa al instante.

—De tres —me aclaró, desafiante.

—Los dejaré hablar —dijo Gina rápidamente, al darse cuenta de que ni siquiera éramos amigos.

Señalé las escaleras y para mi sorpresa, Abi entendió que no podía pelarse conmigo en el primer piso mientras Gina estuviera allí. Por un segundo me pregunté qué diablos estaba haciendo llevando a alguien que me odiaba a mi habitación. ¿Y si tiraba mi laptop por la ventana? ¿Y si destrozaba algo importante?

Sin embargo, para cuando terminé de preocuparme, Abi ya había terminado de subir.

—¿Vienes? —Preguntó de mala gana.

Tenía toda la pinta de alguien que ha venido a disculparse pero a medio camino recuerda que odia a la otra persona.

Resignado, la guié a mi cuarto y lo primero que hice fue esconder mi laptop en el cajón de mi escritorio. Abi me estaba dando una mirada que decía a todas luces que me creía loco, y se mantuvo cerca de la puerta, como si no se atreviera a alejarse de la salida más cercana. Yo elegí la ventana y rogué para que los arbustos amortiguaran mi caída.

—Esa no era tu mamá —fue lo primero que dijo.

—¿Qué? —Logré decir después de un gran esfuerzo.

—El lóbulo de su oreja...

—No es mi mamá —la corté antes de que me diera una clase de genética—. ¿Podemos volver al tema principal?

—Ah, vale.

De repente, ambos caímos en la cuenta de que no sabíamos por qué estaba aquí. Nos quedamos en silencio al menos un minuto, lo cual debería haber sido incómodo, excepto porque Abi decidió alejarse de la puerta y pasear como si yo la hubiera invitado para una visita turística. Caí sobre mi silla rodante, tal vez podría usarla como arma.

—¿Tocas la guitarra? —preguntó pasando los dedos sobre la funda.

—Estoy aprendiendo —admití—, pero por favor no le digas a nadie o voy a tener una lista de espera para serenatas.

PROHIBIDO tener citasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora