Capítulo 02: Más que mentiras.

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 El ceño de mi madre continuaba fruncido, en espera de mi contestación a su pregunta. Aún no la había encontrado, lo único que pude hacer fue negar con mi cabeza energicámente, en el mismo intento de poder hacer salir ese recuerdo de los rincones más oscuros de mi memoria. El doctor nos observaba de pie, con un semblante serio y profesional, pero a la vez entristecido.

Lo estaba pasando mal, muy mal. No podía llevar conmigo semejante peso del olvido, con piezas desordenadas de mi vida, de lo que había echo con ella, de las decisiones que había tomado durante ella, de todo lo importante que hubo y existió alguna vez, pero ya desaparecidos.

— ¿Q-quién es H-harry? — Pregunté en un asustado tartamudeo. Mis labios comenzaron a temblar, acompañando a los movimientos incontrolables de mis manos. Aquella voz...

— Abby... él es... un chico. Solo un simple chico que te encontró y como buena persona que fue, te trajo hasta el hospital — Mintió, se notaba fácilmente que no era capaz de formar una frase coherente y firme. Incluso se había saltado el diminuto detalle de que aquel chico estaba conmigo, en el mismo coche, y sufrió los mismo golpes que yo. Él no me había encontrado por “casualidad” como ella quería que yo creyese. Algo estaba mal, se negaba a contarme la verdad con todos sus detalles, ocultando parte de mí tras esa mentira.

— Mientes — contesté firmemente, aguantando las nuevas lágrimas que amenazaban con salir de mis azuladas y dilatadas pupilas. — Mientes, mamá — volví a repetir, en un hilo de voz. Mi madre erguió su cuerpo, como si mi acusación se semejara a un cuchillo internándose en los más profundo de su ser. Sus labios temblaban y no era capaz de articular palabra. Se levantó de mi lado, caminó hasta la puerta, con su rostro escondido tras su oscura melena.

— Lo siento Abby... yo... ahora no puedo... Tengo que irme. Volveré en unos minutos — aclaró, dirigiendo una mirada suplicante al doctor, que observaba la drámatica escena que habíamos interpretado madre e hija, y como buen público, se mantuvo en silencio hasta el fin de ésta. Asiente con la cabeza, dando a entender que el permiso estaba concedido.

Una vez fuera de la presencia de mi quebrada madre, noté como el doctor Grey comenzaba a caminar hacía mi, dando lentos pasos, cauteloso, encontrándose cada vez más cerca de mi persona. Mis acristalados ojos estaban clavados en el suelo, intentando mantenerse lejos de las lágrimas. Odiaba esta situación con todas mis fuerzas. Quería volver a mi vida anterior, sin olvidos, sin mentiras, sin secretos... sólo yo siendo yo. Deseaba que esto sólo fuera una pesadilla, llegando a su fin. Que pudiera volver abrir mis ojos, y toda la impotencia que me rodeaba, desapareciera, y con ella toda esta mierda. Pero sabía que nada de eso iba a ocurrir. Que nada volvería ser como yo tanto anhelaba. Simplemente no, aunque mi subconsciente se empeñara a darme entender lo contrario, a darme esperanzas de que podía comenzar una nueva vida. Que podría comenzar desde cero.

De repente, siento como el doctor Grey se arrodilla frente a mi, y baja su cabeza, en busca de mi extraviada mirada, que observaba los grises azulejos. Sonríe, obligándome a repetir se gesto, pero no muy convincente.

— Abby — comenzó a hablar — tu madre lo ha pasado muy mal durante todo el tiempo que te encontraste lejos de ella. Ha estado contigo todos los días, cantándote canciones, acariciando tu cabello, durmiendo a tu lado, esperando que en cualquier momento despertaras... — Un fuerte suspiro escapa de sus labios y continua. — Sabíamos que cuando lo hicieras, te ibas a ver sumamente perdida y desorientada. Dale tiempo a ella, date tiempo a ti, poco a poco volverás a ser la Abby que fuiste antes de ese accidente.

Mi vista se mantuvo clavada en el suelo, no era capaz de levantarla y enfrentarme a sus palabras de consolación. Quizá porque no sabía si salían desde lo más profundo de él, o si lo decía porque eso era lo que conllevaba ser un prestigioso doctor, consolando a las familias que pasaban por sus consultas. Posiblemente lo había hecho durante tanto tiempo, que le era sumamente fácil mentir y mostrarse compasivo, a pesar de que no le importara cómo nos encontráramos en realidad.

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