A veces no podemos cambiar las cosas

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Leopoldo por las noches no dormía. Estábamos tristes de verlo así, entonces le sugerimos que contacte a Amira para que hablen frente a frente y así haya un cierre legítimo de su relación.

Impulsado por su malestar mental, Leo decidió enviarle un email para invitarla a tomar un café en una cafetería que quedaba a unas pocas cuadras de la oficina.

Contáme ya como te fue —preguntó Raquel al verlo entrar por la puerta de la oficina luego del encuentro con Amira.

—Del uno al diez, un uno.

—¿Qué pasó? ¿No me digas que tu ex no fue?

—Sí, ella fue —afirmó Leopoldo.

—¿Entonces? ¿Acaso te fue mal con ella? —interpeló la pelirroja.

—Mal es poco. Recontra mal —dijo Leopoldo bajando la mirada—. ¿Por qué querés saber? ¿Qué les pasa a todos ahora?

—No soy chusma... —masculló Raquel mientras se acomodaba los anteojos que se habían deslizado por el puente de su pequeña nariz —. Si no quieres hablar, no hables. Comienza a jugar pocker y listo.

—Creo que ella no acepta que aún me quiere. Lo niega o se hace la boluda —dijo farfullando—. ¿Qué difícil que es coincidir, no? Hasta cuando parece que está todo bien podés comerte un garrón.

—Vos tenés que entender que lo que te pregunto es sin mala intención, pero lo que te pasa es muy extraño —inquirió Raquel.

—También es extraño que vos hayas decidido hablarme —balbuceó Leo.

—¿A vos te preocupa mi repentina normalidad? —exclamó Raquel mientras apagaba el CPU—. ¿Por qué me tengo que preocupar de ser genuinamente yo?

—No sé que decirte. Sos la hija de la dueña de esta oficina. Todos teníamos que ser cuidadosos contigo, ¿entiendes?

—Vos sos... —respondió dubitativa— , no sé, siempre imaginé que eras distinto. Por suerte las cosas cambiaron ahora y ahora puedes mirarme a la cara.

—¿Quién te dijo que no podía mirarte a la cara?

—Lo escuché murmurar al petiso —dijo Raquel.

—¡Ja! Qué raro de Epifanio —dijo subiendo el tono de voz.

Epifanio asomó su cabeza y no contestó nada. Después de unos minutos dijo:

—¿Qué pasa conmigo?

—Pasa que hay gente que tiene la lengua floja —dijo sin ninguna cavilación.

Bajé la música que estaba oyendo en mi casetera.

—Déjalo a Epi. Él no tiene la culpa de hablar en tonos graves —dije lanzando una risita—. A él le dicen boca de jarrón.

Leopoldo estaba con cara larga. La singularidad de la situación con Amira lo había dejado como un verdadero cadáver.

—Todos aquí, y hablo también por mí, tenemos una curiosidad sombría. Estamos preocupados porque la soledad pronto comenzará a agobiarte —le dijo Raquel.

—Uf... ¿De qué están hablando?  —exclamó Elmer, mientras se quitaba los auriculares de su discman.

—Pasa que Epifanio es un chismoso con patas. Te conté que fuí... —Leopoldo no pudo terminar esa frase.

—¡Leo, anoche vi a Amira!. Casi me aplasta con un auto de morondanga.
Elmer le contó el accidente y también le contó quien conducia el auto.

Leopoldo estaba ojiplático y Elmer estaba tan concentrado en relatar que todos olvidaron que tenían que ir a Anagrama esa noche. El rubio parecía que estaba en un transe y no sabía que responder.

—Ese tipo debe ser el hijo de re mil putas del encargado del edificio —alegó Leo encolerizado.

Nadie hizo ademán alguno al oir su grito. A nuestro amigo se le acababa de agotar su paciencia. Las luces de la oficina decrecieron, se apagaron y se volvieron a encender.

—Mejor apaguemos todo. No sea que se vayan a quemar las computadoras —dijo la pelirroja con cara de preocupación.

—Parece que se viene una tormenta —dije mientras me asomaba al ventanal. Tal vez hasta se corte la luz.

—Vamos a abajo. Vayamos al bar de la esquina —añadió Leopoldo—. ¿Quieres venir Raquel?

—Primero que todo, quiero que me traten como su compañera y amiga. No piensen que voy a ir con mi madre a contarle los chismes para que los corran de la oficina —explicó Raquel con normalidad.

—No te preocupes. Tenemos la educación de un chimpancé, pero sabemos tratar a una dama —respondí con un tono risible.

En el bar tomamos unos cervezas y miramos un partido de fútbol en la televisión. A eso de las diez de la noche había comenzado a relampaguear. Casualmente lo había advertido, miraba a través del cristal en un momento de abstracción.

—Vladis —dice Elmer.

—¿Qué pasa?

—¿Vamos a ir a Anagrama esta noche? —preguntó mirándome a los ojos.

—Sí, quiero ir hoy.

Todos se pusieron lentamente de pie.

—Vayan a sus casas a ponerse guapos —dijo Leopoldo mientras tomaba el último sorbo de cerveza —, a las doce y media los paso a buscar a todos.

—¿Y Raquel no va ir? —exclamé.

—No, no, no sé —tartamudeó Leopoldo mientras saliamos a la vereda.

Parecía que Leo tenía miedo de explorar y de sentir algo nuevo.

—No sé, Vladimir, creo que nadie me invitó —dijo la pelirroja bajando la mirada al suelo.

—Te invito cordialmente a mi fiestita... —bromeó Epifanio.

—¡Basta, no estoy para bromas! —bramó Leopoldo —. ¿Raquel, quieres que te pase a buscar por tu casa?

La pelirroja lo miró, se puso roja como un tomate cherry y dijo:

—Epifanio parece que desayuna vinagre.

Tras ella, Elmer se burlaba notoriamente de la embarazosa situación y está vez el que ruborizó fue el petiso.

—¿Raquel, quieres ir? —exclamé.

—¿Vos crees que Leopoldo sabe mi dirección? —comenzó la pelirroja a preguntar.

—Dejá. La llevaré en el auto ahora asi veo donde vive.

—Bueno, los veo enseguida, ¿eh? Tengo que ir a bañarme y maquillame —dijo ella en cuanto subia al vehículo de Leo.

—¡Jua! No te olvides de ponerte la ropa —chilló Elmer haciéndose el gracioso.

—Eso es técnicamente incorrecto —gritó nuevamente, mientras sus caballos cobrizos revoloteaban en la ventanilla del auto.

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BALADA DE OBOE  (𝙽𝚘𝚟𝚎𝚕𝚊 𝚝𝚛𝚊𝚜𝚑) Where stories live. Discover now