Crónica de una noche agitada

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—¿A dónde fue Eclipsa? —preguntó Leopoldo, mientras me ofrecía un cigarrillo—. Es temprano. ¿Te dió su número de teléfono?

—No, no, solo se levantó y se fue —balbuceé.

—Qué raro, ni siquiera son las cinco de la mañana y la noche está en pañales —dijo mientras miraba serio su reloj pulsera.

De pronto, le hice señas a los chicos para que nos vayamos, porque acababa de escuchar que unos pibes de otro barrio se iban cagar a piñas a la salida de la discoteca. Cuando llegamos a la puerta de salida, alguien me golpeó fuerte en la cara y luego me preguntó a los gritos si era del barrio de la Recoleta. Un muchacho me gritaba. Era un tipejo vestido con un conjunto deportivo y una gorrita Adidas.

—Vladimir, ahora me va a conocer ese hijo de re mil putas —gritó Leopoldo mientras corría al tipo entre los autos.

—¡Elmer! —chillé— , ¿dónde mierda está Epifanio?

—¡Está adentro del antro, que esperas de él!  —me gritó Elmer, enojado por la cobardía de su amigo.

—¿Estás bien, nene? —me dijo un hombre que traía una cartera dorada de mujer.

—No sé que está pasando, siento que me voy a desmayar —dije mientras mis ojos no paraban de ver como Leopoldo le propinaba un golpe en medio de la jeta al muchacho que me había golpeado sin razón alguna.

—¡Hijo de puta, cállate! —gritó Leopoldo mientras arremetía de nuevo—. ¡A llorar al campito!

Empezamos a caminar. Quería desmayarme en el auto o fumarme un porro o volver a hablar con Eclipsa hasta quedarme dormido. Quería sumergirme en un jacuzzi y no salir más. Tomar diez litros de cerveza hasta vomitar. Olvidarme de esta noche de mierda, olvidarme de la hermosa dama, de mi vida rutinaria, de la oficina, de aprender a jugar pocker, de tener que limpiar las heces de mi gato, de todo.

—Hey, no se vayan sin mí —gritó Epifanio.

Leopoldo río burlonamente, mirando para atrás. Como si él no quisiera detenerse.

—Vamos, Epifanio —grité.

—No me digan nada, ni me miren raro. Ustedes saben que con mi metro y medio me pueden matar —repitió Epifanio—. ¿Por qué salieron tan temprano? Yo no sé como vino la mano, pero después de todo los cuatro estamos bien.

—Si insistes —respondí por decir algo—. Mañana voy a tener el ojo morado.

—La puta madre, Vladimir —se burló Epifanio— , tenés el ojo rojo, tenés el ojo a la miseria.

—Epi —dice Leopoldo friamente—, subí al auto por favor.

Epifanio lagrimeó y se frotó los ojos con la punta de su corbata negra.

—Me parece que no voy a poner nunca más un pie en este boliche bailable —murmuró Elmer—. Me parece que estos boludos estaban pasados de merca.

—Seguro —añadió Epifanio.

—Te juro que si vuelvo a ver a ese desgraciado le voy a bajar los humos —añadido Leopoldo mientras pegaba un volantazo.

—Me pregunto —balbuceé.

—¿Qué pasa, Vladimir? —dijo Elmer.

—¿Por qué tengo tanta mala suerte? 

—Ya es tiempo para que seas más rápido y así puedas esquivar las piñas inesperadas —alegó Leopoldo.

—Muy bien dicho —agregó Epifanio mientras esbozaba una sonrisa.

Leopoldo lo observó por el espejo retrovisor y dijo:

—Cállate, banana.

El rubio frenó con tanta violencia que Epifanio gritó y después se quedó quieto como si hubiese visto un fantasma.

—¡Jua! Gritaste como una niña —bromeó Elmer.

Aquellas palabras se clavaron en la mente de Epifanio como si fuese un asqueroso vino barato de cartón deslizando por su garganta. Él pensó que pese a su baja estatura tendría que salir de ese cascarón que lo protegía de los males de este mundo.

—Saben algo, Eclipsa me pareció una dama de sociedad y yo no soy ningún caballero, me siento como si fuese un pequeño grano de arroz —reflexioné en voz alta.

Leopoldo no pudo desoír aquello que estaba diciendo. Pero se concentró en llegar a su casa y hacerle el amor a su novia que seguramente dormía. Pero después recordó que su novia estaba enfadada por haberse ido sin permiso.

Llegué a mi departamento, prendí el ventilador de techo y me recosté en mi cama de sábanas tibias. Cerré los ojos e imaginé a esa mujer de cabellos negros, ojos miel y caderas anchas tendida en mi cama.

—¿Vladi, sos vos? —dijo mi madre através de la puerta.

—Sí, mami ya llegué.

—¿Qué te pasó? —mi madre palideció angustiada.

—No pasó nada. Me pegaron por error —repliqué.

—¿Cómo? ¿Estás loco? ¿Sabés que no tenés que salir de noche? ¿Sabés que sos mi único hijo? —bramó mi madre, mientras sostenía una taza con té de manzanilla.

—Mamá, me pegaron de una, no sé quién fue—exclamé y me puse de pie.

—Hijo te pasás de pelotudo.

—En esta ciudad hay una élite que vive con el culo fruncido y no sale a disfrutar la movida nocturna por temor a que les roben o que los maten a sangre fría —contesté muy rápidamente.

—No, no. Quiero saber porque tienes el ojo así.

Mi rostro se volvió pálido y no sabía como explicar lo que realmente sucedió al fin.

—Estaba distraído, oye mamá, no quiero que pienses que soy un bueno para nada —agregué.

—Pero... Vladimir, ¿qué te pasa? ¿no aprendiste nada en siete años de taekwondo? —protestó mamá.

—Mamá, tenía doce años.

—Hijo, te inscribiré de nuevo —dijo. Y alzó la vista para observar nuevamente mi ojo derecho.

—Mami, estoy como un barco pesquero que quiere hundirse en el mar argentino.

—Usted ahora se va a dormir y mañana vamos a inscribirte a boxeo o karate —protestó mamá.

—Doña Rosa, duermase de una vez —dije enarcando mis cejas.

—¡Madre mía, mi hijo está chiflado! —dijo mamá sin vacilación.

Esperé que mi madre se acostara en su habitación y para ir sigilosamente a la cocina a buscar un vaso de licor de huevo casero. Pensé en que tendría que estar en forma y aprender a pelear. Por suerte mi amigo Leopoldo era un hombre robusto y demasiado corajudo, y está vez me había defendido a capa y espada. La lealtad es algo que no se consigue fácilmente.

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BALADA DE OBOE  (𝙽𝚘𝚟𝚎𝚕𝚊 𝚝𝚛𝚊𝚜𝚑) Where stories live. Discover now