En busca del verdadero amor

850 315 347
                                    

Estaba en la fila para pagar el gas, cuando vi a Jey por primera vez. Sabía que era él, sus ojos lo delataban. Empecé a transpirar y sentía que la camisa de demin me apretaba el cuello. Cuando él me vió, se puso blanco como un fantasma. Entonces, todo se volvió incómodo.

La fila no avanzaba y no aguantaba más. El destino trataba de decirme algo que yo no lograba entender y me daba escalofríos. A lo lejos, me pareció oír un grito. Era el primo de Leopoldo, le dijo que se tenía que ir. Jey se puso mucho más nervioso y su rostro se ruborizó por la situación incómoda que estaba pasando. Me sentí tan desanimado al ver al verdadero Jey, vistiendo una chomba de polo y un jean azul gastado. Parecía otra persona, no coincidía con la glamorosa Eclipsa del club night.

De pronto una mariposa comenzó a revolotear y la espanté. Llegó mi turno de pagar y estaba más ansioso que nunca por salir de ahí. Casi enseguida oí la voz de Jay cerca de mi nuca. Me incorporé y apenas escuché un «espérame». Entonces, me volteé y miré el suelo... Y, claro, allí estaba Jey con la boleta de la luz en la mano.

Casi en puntas de pie, floté y me senté en una banca del mall. Él se acercó nuevamente. Me levanté, estiré mis brazos y se quedó viéndome frente a frente sin mediar palabra. Luego dijo:

—No tenés idea de cuantas veces nos cruzamos en la calle.

Abrí los ojos como platos de lo asombrado que estaba. Cuando pensé que ya no podía aguantar más callado, yo dije:

—Así que... éste sos vos.

—¡Aquí estoy yo para contestar esa pregunta! —dijo Jey—. Para «desencantarte», te diré toda la verdad.

—Claro, después de todo, hay que «atreverse» a entender las cosas a tu manera —ironicé.

No, solo quiero que me comprendas —explicó— yo no conseguía trabajo como hombre. Tocar el oboe es raro para muchos.

—Creo que falta un tornillo, estás loco como Don Quijote —chillé. De nuevo sentí dolor y furia.

Tu no entiendes que tocar el oboe es desafiante, es el instrumento de viento más complejo —repuso Jey—, los oboeistas se mueren de hambre.

—¡Ja! Qué magnífica excusa. Seguro que sos uno de tantos anónimos que se animaron a hacer lo que querían, cueste lo que cueste ¡eh!

—Vayamos a sentarnos a la cafetería. Aquí nos están mirando como bichos raros —sugirió Jey.

—Esta bien. Pero está vez pagás vos —dije angustiado.

—Tranquilo —ordenó con voz serena, y dando un paso formidable se sentó en la esquina del bar.

—¿Te pasa algo? Puedo ver estás muy nervioso desde aquí.

—¿Cómo así?

—La nuez de tu pescuezo está palpitando.

—Creo que moriré de los nervios —dijo Jay, angustiado, extendiendo los brazos sobre la mesa como para recibir mis manos.

Jey puso los ojos en blanco y se desplomó en el piso. Todos en el mall corrieron a auxiliarlo, pero Jey, incorporándose; y aunque se veía bastante mareado y aturdido, dijo:

—Estoy bien, solo me bajó la azúcar. Por favor tráiganme una gaseosa cola.

La encargada del local le dió una botellita de medio litro y se le quedó mirando atentamente.

—Estoy mucho mejor, gracias querida... —pero su palidez le desmentía.

—Gracias, Vladimir. Llévame a mi casa —dijo Jey, con la impertinencia propia de su extravagante personalidad y añadió: Aunque seas un mojigato, llévame a mi hogar por favor.

—¡Ja! Ni siquiera sé dónde vives —contesté, mientras me ponía de pie.

—Vladimir, si que eres un charlatán... necesito mi medicamento para la diabetes —balbuceó nuevamente.

Yo veía que Jey estaba más débil que una hoja. Se me ocurrió buscar en el bolsillo de su chaqueta de jean la boleta que habia pagado hace unos instantes.

—Aquí está tu dirección: Av. Virrey Baltasar de Cisneros 1.858 —dije en voz alta.

—Llama a un taxi por favor —murmuró por lo bajo.

Llegamos a una casa exquisitamente decorada con pinturas al óleo, en todos los cuadros había retratos de gatos. Felinos de todos los colores y tamaños.

—Veo que te gustan los gatos —dije, no muy emocionado—, toma tus medicinas; hazlo de una vez.

—Las pinturas son de alguien más, no son mías. Son de mi familia.

—Cool, me gustan.

—Sí.

—Mejorando... —dije.

—Un poco. ¿Aburrido?

—¡Bastante!... —y la mirada de Jey se había vuelto más penetrante.

—¿Qué tal si toco una balada para vos?

—Bueno —respondí—, ¿te gusta romper los moldes del arte?

—Me gusta destruir los mitos. No fui lo que mis padres quisieron que sea. Odio ser como los demás, odio las reglas sociales.

—¿Tienes un vacío familiar? —cuestioné.

—Mi familia se ocupó de mi hermano que tenía leucemia mieloide aguda y yo crecí encerrado, tocando el oboe como si fuese mi vocación rompiendo todo tipo de convenciones.

—Entiendo —dije.

—El pasado está olvidado. Descuida.

—¿Te casaste? —dije al ver una foto en un portarretratos.

—Me casé con una mujer mayor. Me casé a los diecisiete para emarciparme y nos fuimos a vivir a Estados unidos. Ella me dió un espacio de contención y me ayudó a crecer en el arte y la tecnología.

—Qué vida rara la tuya, muy osado y sorprendente —dije—, y ahora te has despertado de un curioso sueño.

—Y lo hice en un tiempo relativo muy corto.
Pero todo se volvió efímero —explicó Jey—. Tuve que salir del laberinto neo hippie y volví a mi país.

—¿Qué pasó con tu esposa?

—Se fue a París. Me cambió por otro hombre —respondió.

—Estoy muy confundido. ¿Pasó algo malo?

—En realidad, no. Se fue con un tipo que le gustaba la vanguardia, uno de su edad. Se fue con un pelado verborrágico y extravagante que tiene un estudio de fotografía en París.

—¡Ah! —dije después de pensar un poco—¿Eso te dolió?

—No, ella me lleva veinte y tres años y merece vivir como ella necesita y desea vivir. Nunca le puse limitaciones —explicó serenamente—. Ella es una persona muy pura y muy intelectual.

—¡Qué liberal! —contesté.

—¿Alguna vez te casaste, Vladimir?

—No, jamás. Nunca encontré al verdadero amor.

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
BALADA DE OBOE  (𝙽𝚘𝚟𝚎𝚕𝚊 𝚝𝚛𝚊𝚜𝚑) Where stories live. Discover now