La pasión de la muerte

966 388 384
                                    

Caminé hacia la parada del colectivo. Tenía que volver a casa para ver revisar si tenía plata para comprar una maleta y para los gastos del viaje. También tenía que pensar en quien podría segundearme para cuidar a mi madre y a mi gato en mi ausencia. Estaba bastante entusiasmado por pasar unos días disfrutando de la playa y el sol.

Sin embargo seguía pensando en Eclipsa, pero después reaccionaba y pensaba que era en vano recordar el beso, la escena era pedorra ¿podré olvidarla? ¿será que ella aún me recuerda? “Esto es como una duda existencial”, ¿qué me pasa? Repetía una y otra vez mientras esperaba el bondi, ¿por qué no puedo volver a Anagrama y buscarla? Soy un pusilánime.

De repente me di cuenta que tenía que volver una vez más al antro. Al mismo tiempo estaba aturdido y enojado conmigo mismo. Bajé del colectivo, caminé dos cuadras, vi un cartel pegado bajo un puente, era una publicidad de Anagrama. “Damas gratis”, decía. Pareciera que fue una indirecta del universo, justo, como si fuese una señal. Caminé más. Llegando a mi casa estaba mi tío con cara larga esperándome en su camioneta.

—Pero, Vladimir, ¿qué pasa con esa vitalidad? ¿por qué caminas como tortuga ninja, eh? —quiso hacerme reír, pero no lo consiguió.

—¿Qué tal, tío? —dije esbozando una media sonrisa.

—La radio de la cocina esta prendida, pero Rosa no abre la puerta, no sé que pasa —dijo mi tío Alberto preocupado.

Entramos. La televisión también estaba encendida, mamá estaba sentada en el sofá pero no se movía. Alberto la sacudió violentamente y se puso a llorar. Mamá estaba muerta con los ojos entreabiertos.

—Rosa no tiene pulso —gritó eufórico.

Corrí a la cocina y llamé a los paramédicos.

Me puse a llorar como un loco, ver a mi madre sin vida era nefasto y muy triste.
Me dolía no haber presenciado el instante de su partida. ¿Qué fue lo que le pasó a mi madre? Mi madre estaba con el cabello húmedo, parecía que hacía poco que había salido de la ducha.

Había llegado la ambulancia y el patrullero. Entraron. Uno de los oficiales me había dicho que tenía que hacer una declaración oficial del fallecimiento de mamá para obtener un acta de defunción, pero antes tenía que ir al hospital para que un médico la declare muerta oficialmente.

Después que todos se fueron de casa la música de la radio se apagó.
Mi vivienda quedó totalmente vacía y oscura. Me acosté en la cama de mi madre e intenté dejar de llorar. La oscuridad que me rodeaba era densa. Pero tenía que irme. Respiré hondo intentando juntar coraje.

Me tomé un taxi y llegué al nosocomio. La recepcionista me saludó con un gesto amable y me dió el pésame.

Fui directo a donde estaba mi tío.

—Parece que no sufrió, tuvo un infarto —masculló.

Sentí alivio. Mi cuerpo se balanceaba como si estuviese a bordo de un navío.

—Ahora tendrás la enorme libertad de estar solo. Extraño, ¿verdad? —dijo Alberto mientras me apretaba mi hombro derecho.

—¿Por qué querría estar solo? —exclamé—. Ah, para hacer fiestas y poder drogarme ¿no? Para tomar mucha cerveza y traer algunas prostitutas a casa. Mejor no te digo lo que siento ahora... parece que un tren me acaba de atropellar.

—Cállate. No es lo que quería decirte —dijo Alberto con indiferencia.

—Vladimir, ahora verás en que mundo extraño vivís. Nada dura para siempre.

Antes que pudiese reaccionar me entregó una llave.

—¿Qué es esto?

—Vladimir, tengo una depresión excesivamente severa —repuso Alberto—,yo me voy, me voy a Paraguay con mis hijos. Si Rosa no está, no tengo nada que hacer aquí.

Me acerqué y traté de consolar su tristeza, su llanto era un vendaval de agua. Sus ojos estaban inyectados de sangre.

—Parece ser —dije al fin—, que Dios me ha castigado y ahora me encuentro como un gran miserable.

Alberto no midió la grande responsabilidad de dejarme su casa y el taller a mi cargo. Prescindió de las futuras consecuencias porque no podía extinguir el dolor que llevaba adentro de su pecho. Esas últimas palabras las había pronunciado para despegarse de los recuerdos, así poder continuar su vida con su familia de origen.

Cuando llegué a mi casa, vi que tenía veneno de hormigas en una lata que en la ventana de la cocina. Se me cruzó la idea de suicidarme para llegar al cielo y estar con mi mamá. La imagen de mi madre muerta gravitaba en mi mente.

Pensé que mi porvenir estará lleno de melancolía (¡oh, cómo podré salir adelante sin fallar!) el aire estaba lisiado y mi mente estaba negra o más bien en blanco.

Ocurría por ejemplo, que ya nunca más escucharía la voz de mamá, chillando para que me siente a la mesa a comer, ya no iríamos a discutir sobre los romances unilaterales que tienen los personajes de la farándula, ya no iría a oír gritando porque dejé la ropa sucia en el suelo o porque olvidé regar las plantas del porsche.

Pensé que era hora de avisarle a alguien lo que había pasado. Mis amigos ahora eran mi todo, ¿quién me podría ayudar a salir a delante? No sé usar el horno, ni el lavarropas, no sé cocinar y mucho menos ganar dinero por mi propia cuenta, ¿soy un imbécil? ¿debo suicidarme? ¿para qué vivir?

Así transcurrieron los minutos.
Mi familia, mi pequeña familia había desaparecido. Todos los recuerdos estaban en las repisas de las cintas de video tapes.

El asunto es que todo desapareció, los domingos de raviolada, las nochebuenas con asadito a la parrilla, los cumpleaños con torta selva negra, los 31 de diciembre con pionono salado y vitel toné, las pascuas comiendo tallarines con merluza. Podría hacer una larga lista superflua.

Pensaba que por más que quisiera que todo esto sea una inmunda pesadilla, todo era real. Me senté frente a la televisión con un vaso de ginebra mezclado con jugo de ananá.

—Mi vida es una mierda —dije serenamente —. ¡Esto tiene que ser una maldita alucinación!

 ¡Esto tiene que ser una maldita alucinación!

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.



BALADA DE OBOE  (𝙽𝚘𝚟𝚎𝚕𝚊 𝚝𝚛𝚊𝚜𝚑) Where stories live. Discover now