Sueña que sueña con ella

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Esta noche he vuelto a soñar con ella. Sabía que al cabo de unas horas ya no recordaría nada, pero al menos por ahora era feliz. Y eso nadie me lo podía quitar.

Si le dijera que sueño con ella, y que dicha cosa se ha incrementado con el paso del tiempo, creo que lo único que me ganaría sería un guantazo por su parte. Y ya me he ganado muchos golpes desde mi niñez; no quiero seguir incrementando la cuenta.

Bueno, no era tiempo de ponerse tristes. Ya había gastado bastante tiempo soñando despierta. Me levanté y me vestí; me puse la primera camiseta que encontré, los vaqueros y las zapatillas. Me peiné con los dedos, y bajé a la cocina. El gato que adopté hace poco menos de un mes estaba justo en la puerta, hecho un ovillo, jugueteando con su comida.

-No sabes lo que te envidio, Cato –vale, no era el nombre más original. Pero era el que venía de serie. Me agaché y le rasqué detrás de las orejas, y empezó a ronronear-. No tienes que ir a la universidad, ni trabajar, ni lidiar con unos padres que no saben qué mierda hacer contigo... Pero en fin –suspiré y lo dejé solo.

Me hice el desayuno de siempre. Café y dos tostadas. Mientras esperaba que el pan se tostase, me quedé mirando por la ventana. Daba justo al baño de mi vecina de enfrente, una chica rubia de cabello largo y liso. Muchas veces me pillaba mirándola, pero parecía que a ella le daba igual. Hasta me sonreía y todo. Será zorra.

El olor a quemado me sobresaltó. ¡Mierda! A comer pan quemado otra vez. Refunfuñé y con el cuchillo le quité la parte quemada. Le unté mantequilla y me lo comí a toda prisa. Con la tontería de soñar despierta, hablar con el maldito gato y espiar a la vecina, el tiempo se me agotó.

Bajé corriendo las escaleras, y luego hasta la parada del autobús. Es lo que tiene tener 19 años, y no ser tan lista de haberse sacado todavía el carné. Si buscáis la definición de "gilipollas" en el diccionario, aparecería yo. Sin dudarlo.

Bueno, al menos me dio tiempo. Por los pelos. Me senté casi al final del autobús, al lado de un chico de mi clase que vive aún más lejos que yo. Se llamaba Lincoln.

-¿Cómo andas hoy? –me preguntó, cuando me senté a su lado y dejé la bandolera a mis pies.

-He vuelto a soñar con ella, Lincoln –respondí. Este chico era el único que lo sabía de todo el universo. Y hasta a él me dio vergüenza decírselo-. Y por culpa de eso casi llego tarde.

-¿Se lo dirás algún día? –me limité a mirar por la ventana, sabía que la respuesta era, es y seguiría siendo "no". A lo mejor algún día encontraba a alguien que me quitase este estúpido enamoramiento de la cabeza, porque no iba a ninguna parte-. Mira, Lexa... no es que yo sepa mucho, pero si no se lo dices... ¿Crees que te merece la pena seguir sufriendo?

No le dirigí la palabra en todo el trayecto. Llegamos a la estación y nos fuimos a la siguiente parada, ese autobús nos llevaría directos a la universidad. Estuve escuchando música todo el rato; me abstraía de todo, y me marchaba a mi mundo. Allí donde era feliz.

Lincoln me golpeó en el hombro para que saliésemos. Al llegar al colegio, ella llegaba también; me quedé como una gilipollas en medio de la carretera, un coche me pitó y sentí cómo alguien me cogía del brazo y me quitaba de en medio. Escuché la voz de uno de mis compañeros, el más cabezahueca de todos, Finn.

-¿Se puede ser más gilipollas? –chilló, antes de pisar el acelerador y perderse en el aparcamiento.

-¿Qué te pasa? –me dijo Lincoln, en el oído.

Miré en dirección a ella, y entonces lo comprendió. Suspiró, y me dejó sola. Me fui a un rincón, y me prendí un cigarrillo. No es que fumase mucho, pero algún mal hábito tendría que heredar de mis progenitores, aunque fuese el más suave de todos.

Vi pasar a un montón de gente. Gente de mi clase, de otros cursos, profesores. Yo no quería entrar. Me daba igual si me moría de frío en pleno enero, pero no quería. Se me habían quitado las ganas de escuchar a la torpe de anatomía.

Cerca de las 8:50 de la mañana, con los auriculares puestos, y con un vaso de leche caliente en la cafetería, alguien me chistó por detrás. Obviamente, no me enteré, así que me puso (con toda su rabia) la mano sobre un hombro, y captó toda mi atención.

-¡Se puede saber qué cojones haces, imb...! –el insulto fue menguando poco a poco, hasta quedarse reducido a un simple susurro en algún rincón solitario de mi mente. Enfrente de mí, con su ceño fruncido y una cara de pocos amigos, estaba ella. Sentí como toda la sangre de mi cuerpo subió a mi cara, y se instaló en las orejas, que me ardían como si las hubieran marcado a fuego, como el ganado-. Lo... lo... lo sie... lo siento, perdona –tartamudeé, mirando avergonzada al suelo. Jamás había sentido tantísima vergüenza.

-¿Por qué no has entrado en clase? –preguntó, visiblemente enfadada-. De todas las personas que hay en la clase, han tenido que mandarme a mí.

Me callé y le aparté la cara. La mano derecha rascaba con fuerza y furia la coronilla, tanta, que noté cómo un hilillo de sangre resbalaba por mis manos. Al notar el calorcillo del líquido escarlata, me sobresalté, pero me dio igual. Había visto mucha sangre en mi vida, un par de chorrillos más no me harían daño. Así que simplemente cogí una servilleta, me limpié las manos y cogí la mochila, cargándomela al hombro.

-¿Por qué me odias tanto, Clarke? –creo que era la primera vez que su nombre salía de mis labios, la primera vez que me atrevía a nombrarla. Ni tan siquiera en mi mente, allí donde soy dueña y señora de todo, ni tan siquiera allí, era capaz de nombrarla. Así que cuando susurré su nombre, apenas un murmullo, sentí algo extraño en el pecho, como si acabase de romper una cadena, y algo se liberase. Pero cuando algo está atado de tal manera, significa que es peligroso, una especie de bestia que destruye todo a su paso.

-¿Odiarte? –dijo ella, en un tono que no supe clasificar. Rio de forma nerviosa, y al salir de la cafetería, el viento removió su cabello, aquellas hebras de oro que tanto deseaba enredar entre mis dedos-. No... no es eso. Es que... -suspiró, miró a la fría calle y luego fijó sus orbes azules en mí-. ¿Por qué tienes esa fijación conmigo?

Yo abrí la boca para contestar pero... ¿qué decir? Era casi incapaz de hablar cuando ella estaba a un metro de mí; y ahora era lo más cerca que había estado de ella en todo el curso, en toda mi vida... más allá de mis sueños. Bueno, no es que en mis sueños me fuese muy cercana, pero al menos... al menos no me gruñía, ni me hacía el vacío cuando me acercaba. Y me hablaba, en vez de gruñirme.

-Mira... -alcé las manos, como si me tratase de un criminal, y me di la vuelta. Ahora la encaraba-... Mejor dejemos esto como está. Hagamos que esta conversación no ha pasado. Tú seguirás en tu mundo y yo en el mío, sigue ignorándome y todos felices, ¿de acuerdo? –di un par de pasos hacia la parada del autobús, quería irme a casa. Después de este bochorno, lo último que quería era entrar en clase con la profe neurótica-. Y dile a la de anatomía que me he ido enferma, que tenía fiebre. Por favor.

-¡Lexa! –ella gritó mi nombre, pero había sido firme en mi decisión; yo también la ignoraría; se acabaría ese estúpido jueguecito por mi parte de pasarme las horas mirándola. Así sería menos doloroso-. ¡Lexa, maldita sea, mírame!

-¡Creí que habíamos acordado no volver a hablarnos! –respondí, a medio camino de la cafetería y la parada.

Entonces sentí a alguien correr, acercarse. Alguien que me agarró por la espalda y me impidió seguir andando. Alguien que me obligó a darme la vuelta, y observar el charco de sangre que se me había formado en la cabeza, en el cuello y en el hombro de la chaqueta.

-¿Estás herida?

Entonces yo la miré como ella suele mirarme, con ese odio y ese rencor sin razón, una mirada de hielo que ella no se merecía, pero que me era imposible evitar. Suspiré, me llevé la mano derecha a la coronilla, y lo dejé pasar. Sonreí de forma fría.

-Cuando te llevas 18 años de tu vida viendo sangre día y noche, un poco más no hace daño –respondí, estoica. El autobús se acercaba, y yo no estaría a tiempo-. Ahora suéltame.

-No.

-¡Que me sueltes! –chillé, moviendo el brazo con violencia y dejándola caer al suelo. Entonces me fui hacia la parada, cogí el autobús a tiempo y me marché a casa.

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Twitter: sass_prince

Sweet dreamsWhere stories live. Discover now