La valiente y la cobarde

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Después de aquel día, Clarke volvió a distanciarse de mí. Era tan frustrante tenerla tan cerca y a la vez tan lejos... Sentía todo mi cuerpo carcomido por la sombra del deseo, de los celos, de la desesperación. La ponzoña de la flecha había invadido toda célula de mi identidad, ya nada era.

Desde pequeña me crié casi como atea, no creía en nada, excepto en los gritos de mis padres cuando querían algo; en el dinero, en la fama. Poco más. Pero luego, viviendo escasamente unos meses con mi tío, y yendo de casa en casa, aprendí a apreciar a un ser superior que guiaba nuestras acciones. Yo no creía en él, como tampoco lo hago ahora, pero tenía que seguir la corriente.

Pero ahora, en este momento, no sabía qué creer. A lo mejor sí que había algo... alguien, que sí que nos ayudaba. O hacía algo con nosotros. Aunque fuese a base de golpes, rechazos y mala suerte. Algo, único y especial para cada uno de nosotros, que nos ponía en este mundo en un momento determinado, y cuando lo creía bien, nos quitaba de en medio.

A lo mejor me había vuelto loca. Pero cada noche vivía entre pesadillas, en primera persona; como espectadora y entonces no podía hacer nada. Nada me importaba si me ocurrían cosas escabrosas y dolorosas a mi persona, pero a ella... eso no podía permitirlo. Pero entonces era como si una gruesa pared de cristal me impidiese el paso, no podía llegar a ella y la veía sufrir, la veía llorar, gritar y desvanecerse. La veía morir, y yo moría un poco más a cada sueño similar. Esos sueños estaban acabando conmigo.

Pero a veces los sentía tan reales... y no, no eran pesadillas, en el sentido estricto de la palabra. Era como si ella estuviese en el mismo sueño que yo, viendo, oyendo, sintiendo lo mismo, pero a la vez, era tan diferente.

Despertar tarde y permanecer en la cama siempre fue un lujo para mí. Ahora podía hacerlo, en mayor o menor medida, porque despertar antes del alba se había convertido en algo necesario para mí. Necesitaba saber a ciencia cierta que la noche se volvería día, que la realidad del mundo estaba allí, delante de mis ojos. Sólo así era capaz de seguir adelante.

El frío empezaba a desaparecer, la nieve se ablandaba y los días le ganaban las batallas a las noches. Todo el mundo se sentía más feliz, pero yo... mi corazón seguía tan pétreo e inmóvil desde que Clarke volvió a distanciarse de mí, sin hacer un mínimo esfuerzo por acercarse, recomponerme y devolverme a la vida.

Parecía que disfrutaba con mi dolor, con mi angustia interior, con mis lágrimas no derramadas, los gritos jamás oídos. Me observaba en silencio, apoyada en la pared, mirándome fijamente durante las clases, en una batalla épica en la que únicamente ella y yo éramos las únicas habitantes, las únicas a las que se les permitía el estar aquí.

Era un duelo silencioso, todo el mundo veía, todo el mundo callaba. Nadie sabía qué pasaba, nadie tenía por qué enterarse. Nadie conocía nuestro pasado, nuestro presente, y nuestro inexistente futuro.

Intentaba por todos los medios olvidarme de ella. Lincoln salía conmigo casi todas las noches, y soportaba, como siempre, mis sufrimientos, pesadillas y todo lo que saliese de dentro de mi alma. Veía en sus ojos que sufría tanto o casi más que yo, porque él quería curar mis lágrimas, pero yo no le dejaba que me curase. Me comportaba como una bestia con él, una bestia con una pata herida y que hace daño a aquél que intenta hacerle bien, curarle y hacerle libre. Y al final, siempre acabábamos más lastimados que antes, lo cual dolía de sobremanera.

"El destino tiene una manera muy cruel de dar vueltas inesperadas. Después de tantos esfuerzos, para salir de Aston, resulta que la chica de la que estaba enamorado se había comprometido con uno de los tipos más cretinos del pueblo. Hay momentos en que los que un hombre tiene que luchar, y hay momentos que tiene que aceptar que ha perdido su destino, que el barco ha zarpado, que sólo un iluso seguiría insistiendo. Lo cierto es que siempre he sido un iluso..."

Sweet dreamsWhere stories live. Discover now