Una bala en el corazón

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Tenía miedo, muchísimo miedo. Sabía hacia donde me dirigía, y sabía muy bien para qué caminaba hacia ese lugar tan peligroso. Un callejón apenas iluminado, en un barrio marginal, sola en medio de la noche, con un arma en la mano.

Pero, a pesar del miedo que sentía, también sentía euforia. Y tranquilidad. Y seguridad. Y amor. Porque el amor es la fuerza que mueve el mundo.

Así que allí me encontraba, sentada en un banco ajado y roñoso, a la luz de una vieja farola que apenas podía iluminar ella sola todo final del callejón. Un cigarrillo entre mis labios, siendo consumido por el tiempo y la desesperación. De vez en cuando miraba mi reloj de pulsera; eran cerca de las cuatro y media, cuando apareció.

Poco o nada quedaba del chico apuesto que fue hasta hace apenas unos días. Ahora apenas era una sombra de sí mismo, la copia de una copia. Desaliñado, una descuidada barba de cinco días le cubría las mejillas. Ropa hecha jirones y heridas por la parte visible de su piel. Sus ojos oscuros, que antes rezumaban una felicidad extrema, ahora estaban vacíos, tan sólo el punto de luz de sus pupilas dejaba ver que era un ser humano, y no un animal abandonado.

-Desde el primer momento en que te vi, supe que la perdería –susurró él, con la voz rota; un tono metálico indicaba que apenas había articulado palabra desde hacía días-. ¿Y sabes qué? ¡Que ya no me importa una mierda lo que haga! –gritó-. Y dime... ¿qué me vas a hacer, renacuaja? Porque Clarke no va a quedarse conmigo, eso ya está más que claro. ¿Vas a pelear por ella, conmigo? ¿Me la vas a arrebatar?

-Eso es algo que has hecho tú mismo –susurré, mirándole a los ojos, a ese par de agujeros negros sedientos de sangre.

-¿Y qué vas a hacer? –repitió, en pose chulesca.

-Darte lo que te mereces, un quid pro quo –respondí, quitándome la chaqueta, quedándome con una simple camiseta de manga larga.

-¿Vas a pegarme, renacuaja? –se burló, yo asentí-. ¡Ja! ¿Tú, tan debilucha? No me hagas reír, por favor –se metió la mano en los bolsillos, y enarcó una ceja-. Anda, vete a casa, y haz lo que te plazca. Pero no te metas con alguien que te dobla en tamaño.

Pero yo estaba decidida a darle su merecido. Lo único que quería era que probase el dolor de la carne herida; el sabor salado y metalizado de la sangre; el amargo sabor de la derrota. Con eso me conformaba. Pero no me fiaba de él; aunque fuese niño rico, podía hacer lo que quisiera con sólo un chasquido de dedos. Y yo no podía arriesgarme, no más.

Empecé a caminar hacia él, y cuando llegué a su altura, cerré el puño y lo estampé contra su barbilla, haciéndole retroceder, perder el equilibrio y caer al suelo, mareado. Me senté sobre él, le cogí las muñecas con mis manos, y las puse sobre su cabeza.

-Sólo quiero que pruebes un poco de tu propia medicina, nada más –le susurré, y entonces él pareció reaccionar.

Se removió y me vi obligada a levantarme. Me alejé y me puse en guardia; Finn era ahora una especie de bestia humanizada, rezumaba enfado y frustración por cada poro de su piel. Avanzó hacia mí, cual toro encabritado.

Me aparté de su trayectoria, mas no pude evitar que su puño izquierdo impactase contra mi parrilla costal derecha. Nunca en mi vida había recibido un golpe así, ni tan siquiera cuando niña. El dolor me hizo caer de rodillas al suelo, mis manos apretando la zona del golpe, intentando disminuir el dolor.

No podía caer derrotada tan pronto. Tenía que continuar, tenía que hacerle pagar... tenía que matarle. Porque él era un rendido, como yo lo sería al acabar la noche, pero no me fiaba de él. Sabía que tenía que matarlo; una decisión drástica y cruel, pero así era como me había criado: entre disparos, muertes, drogas y maltratos. No conocía otro mundo.

Finn volvía hacia mí; me levanté y giré sobre mí misma, mi pie dio de lleno en su pecho. Retrocedió unos pasos, pero luego volvió a la carga. Sus puños eran rápidos y fuertes, se movía preso del deseo de venganza, carcomido por el miedo y la furia. A veces los esquivaba, otros los frenaba y algunos me daban de lleno. Mis brazos eran ágiles, él también recibía golpes y arañazos; era cuando él se quejaba y se dejaba hacer; se volvía indefenso.

Pero el tiempo pasaba, y pronto amanecería. No era un lugar seguro donde pelearse, las patrullas de policías pronto aparecerían por las esquinas, y lo nuestro no tendría razón de ser. Él lo sabía. Yo lo sabía. Así que esta absurda pelea tenía que tener un fin próximo.

Yo tenía un arma, con una única bala. Sabía que no podía fallar. Él no tenía nada... aparentemente. Pero nunca hay que fiarse de un alma derrotada, aquella que se aferra a la más mínima esperanza, a un único clavo ardiendo. En esos momentos donde un simple movimiento podría bastar para proclamarse vencedor o derrotado.

Y como dos bestias heridas, Finn y yo volvimos a colisionar; yo con mis manos desnudas y él... él traía algo, jamás pude ver de qué se trataba, pues fue directo a mi estómago.

Sentí que algo frío y duro me atravesaba las entrañas, la piel se desgarraba y la sangre comenzaba a brotar. Sangre caliente y espesa, roja y brillante, que comenzaba a formar un charco a mi alrededor.

Qué curioso, cuando la imaginación se vuelve realidad. Cuando la hermosa y emponzoñada flecha de Cupido te atraviesa por dentro, y comienza a tejer su red en tu interior, tan rápido, que no puedes escapar. Ese frío trozo de metal, que me clavó en el estómago, que supuraba sangre, que me estaba matando. Como una simple ilusa acerqué mi mano a la herida, y presioné, intentando, en vano, frenar el flujo de sangre.

A lo lejos veía a un victorioso, pero asustado Finn. Feliz por derrotarme; asustado por matarme. Una lucha interna, en la que la sangre fría y el lado misógino y cruel ganó la batalla, y su rostro fue dejando atrás el miedo, para convertirse en una mueca macabra.

Feliz por su victoria, por hacerme daño, por matarme, se alejó de la realidad. Me dio la espalda. Y aproveché.

A tientas, llegué hasta mi chaqueta, hasta el bolsillo interior. De allí saqué una vieja Magnum 44 que le robé a mi padre, que cogí de la casa de mi madre cuando me marché para no volver, hacía ya tantas lunas. Cometí el error de no amartillarla antes, pero no quería correr el peligro de dispararme. Así que cuando el típico sonido llenó el silencioso cielo, Finn se dio la vuelta rápido, demasiado rápido, quizá, y la bala le atravesó el cráneo, entrando por la frente y saliendo por la coronilla, dejando tras de sí el cuerpo inerte del chico, y el eco del disparo en los edificios.

Ya está, ya se ha acabado, me dije a mí misma. Y me dejé caer al suelo, de rodillas, derrotada y herida de muerte. Rodeada de mi propia sangre, pero con la mente muy lejos de allí, a un simple trozo de papel, escondido en un pequeño sobre, al lado de una rubia que vivía feliz en su mundo de sueños.

Querida Clarke;

No me veo digna de llamarte aún amor mío, pero quiero que sepas que pase lo que pase esta noche, mi corazón será tuyo eternamente. Y si... si muero, lo último en lo que pensaré será en tus labios.

La muerte es apacible, fácil. La vida es más difícil. Por eso apretar el gatillo fue tan sencillo, tan delicioso. Ahora me ahogaba en mi propia sangre, pero... me sentía tan lejos de allí. Me sentía... en un lugar cálido, donde alguien gritaba mi nombre, pero yo no era capaz de oír nada. Y dentro de mi dolor, el recuerdo de los labios de Clarke, sus besos, el calor de su piel y la sensualidad de su voz, era lo único en lo que pensaba. En mis últimos momentos felices, instantes antes de encaminarme a una muerte segura, sólo por ella.

Y mientras sentía cómo mi corazón se frenaba, cómo me iba despidiendo de este mundo, sentí unos cálidos labios sobre los míos, y unas goteras cálidas y saladas... ¿Es que acaso alguien estaba llorando? ¿Quién lloraba por mí? ¿Acaso era Clarke?

Me dolía saber que me vería morir, que perdía la oportunidad de ser feliz... y yo también. Pero yo me iba, y ella se quedaba. Y no sabía si lo soportaría. Estaba siendo egoísta, siempre lo había sido, pero... lo llevaba en la sangre.

Una sangre que abandonaba rápidamente mi cuerpo, dejándolo frío y cada vez más lejos de la realidad. Inspiraba con rapidez, pesadez y desesperación, no tenía oxígeno suficiente. La vista se me nubló, y todo se volvió negro.

Caí en el abismo.

**** 

¿Entendéis ahora el porqué del título del fanfic? 

Sweet dreamsWhere stories live. Discover now