Una entropía adorable

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Volví con los primeros rayos de sol a la espalda. Compré las habituales dos barras de pan y subí a casa. Creía que Clarke se había ido, que me esperaba en casa el desorden de siempre y el silencio con el que tan bien me llevaba.

Pero esta mañana no.

En cambio vi que el desorden que tenía siempre había desaparecido, y un llamativo olor a café que venía de la cocina. Oía el traqueteo de alguien corriendo de un lado para otro; dejé el chaquetón en la percha de detrás de la puerta, y el pan en la cocina, y fui a investigar.

Al entrar en mi habitación, no pude evitar sonreír. Una sonrisa avergonzada, porque me hacía gracia la lucha que Clarke tenía con las sábanas, pero me entristecía saber lo que estaba haciendo por mí.

-A este paso vas a tener que cobrarme por cada hora que pases aquí –comenté, y la rubia se asustó. Mi sonrisa se hizo aún más grande-. Anda, voy a ayudarte. Al fin y al cabo, ésta es mi casa.

-¿Cómo puedes vivir con este desorden? –inquirió ella, enfrente de mí, estirando la sábana de arriba.

-Porque no soy una señorita como usted, Griffin –bromeé, pero al parecer a ella no le hizo tanta gracia-. Me gusta vivir en mi desorden. Como el universo. ¿Sabías que tiende al máximo desorden?

Como respuesta, Clarke alzó una ceja y continuó haciendo la cama. En ese momento, me sentía en casa, en un verdadero hogar. A lo mejor lo único que necesitaba era a ella. Con ella era más que suficiente.

Abandoné el cuarto y fui a la cocina. Con la fiebre ya desaparecida, mi estómago rugía de hambre, y más sabiendo que dentro de poco probaría bocado. Tosté el pan como cada mañana, pero esta vez mi entretenimiento era otro. Ya no se me iban los ojos tras la vecina de enfrente, sino con el ir y venir de Clarke, que parecía que la entropía que me rodeaba le daban sarpullidos, y tenía que erradicarla.

Tuve que llamarla para que se sentase a comer, y aún así parecía intranquila.

-Deja de ser tan nerviosa, que me pones enferma –le dije, entre bocado y bocado.

-Ah, no –negó ella, con el ceño fruncido-. No pienso pasarme otro día cuidando de ti, ya he tenido suficiente.

No pude evitar reírme por su comentario. Su sola presencia bastaba para que la soledad que me rodeaba se disipase. Cato decidió levantarse en ese momento, y se me subió al regazo, y luego a la mesa. Arranqué un trozo de pan, y se lo acerqué. El gato lo aceptó con mucho gusto y empezó a mordisquearlo. Clarke puso cara de asco.

-Es sólo un cachorro, y es muy bueno, además –la tranquilicé-. No hará travesuras. Con ese trozo le basta y le sobra.

Esa mañana me duché como alma que lleva el diablo. Estuve tentada de decirle a Clarke que se duchase conmigo, pero después de rechazarla en la cama, no era la mejor opción. Dejé que ella se duchase después, y salimos poco después de las siete y media de la mañana.

¿Y ahora qué? Era demasiado pronto para ir a la escuela, además, cantaría demasiado que ella llevase la misma ropa que ayer. Así que no tuve otro remedio que despedirme de ella.

Sentí un fuerte vacío en mi pecho, que me absorbía por dentro y me dejaba sin energías. Fui a la parte trasera del edificio, donde guardaba la moto, y la saqué. Al arrancarla, vi que Clarke aún seguía por aquí. No dijo nada, simplemente me dio un casto beso en la mejilla. Luego se dio la vuelta, y se subió en su lujoso BMW plateado.

Aún era demasiado temprano como para ir a la escuela, así que decidí darme una vuelta por la ciudad. Intentaba, con todo mi ser, sacarme a la rubia de la cabeza, que lo de esta mañana sólo había sido un espejismo, una ilusión, como tantas otras veces. Prefería ser esclava de mis silencios que vivir en una mentira.

Sweet dreamsWhere stories live. Discover now