XIII

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Los Lennox no eran la familia moderna que vemos todos los días, menos las de películas famosas. De hecho eran la excepción a todo lo que vemos todos los días. Empezando por el número de hijos, en la actualidad usualmente no pasan de dos, cuando mucho tres hijos; los hijos del doctor Lennox eran diez en total. Los hijos de la familia viven bajo el mismo techo hasta que se casan o empiezan a trabajar o se van a estudiar a equis lugar; los Lennox dejaban su casa apenas cumplían los dieciocho años, cada uno se iba por razones distintas, Charlotte porque odiaba seguir ordenes. En la mayoría de las casas los hijos son quienes deciden qué estudiar, en otras no era así, pero no tenían el castigo de los Lennox, uno que ninguno de los chicos había probado ya que todos los que entraban a universidad estudiaban medicina sin chistar. Los Lennox... mil cosas distintas, las nombradas solo son algunas de ellas.

William tenía una breve idea hecha a partir de las experiencias de su madre, las cuales llegaban a sus oídos en versión resumida y censuradas en su mayoría, y sus últimos cuatro meses en el mismo salón que Charlotte. Esperaba ver una casa ruidosa, con juguetes regados por el suelo y decoración elegante, opacada en los cuartos con el desorden de los niños. Quizá con muchos autos en la cochera y perros súper mimados por aquí y por allá. Una casa digna para niños finos como los Lennox.

—¡Hogar, dulce hogar! —dijo Paulina brincando del auto.

—Infierno, picante infierno —murmuró Charlotte, bajando del auto sin mucha emoción.

Charlotte llamó a interfón mientras William vigilaba a los pequeños. Respondió una voz joven y femenina, Charlotte la reconoció como la de su hermana Pamela.

—¿Quién es? —había dicho la voz medio distorsionada.

—Charlotte, traigo a Paulina y Rodric —dijo Charlotte, revolviéndole el pelo al niño. Este se quejó un poco.

—Abre tú —rezongó la chica.

—No tengo llave.

—Espera a que llegue papá, no debe de tardar.

—Pamela —contó hasta diez antes de hablar, su hermana le estaba colmando la paciencia—. Quiero salir de aquí antes de que ese viejo regrese. Solo ábreme.

Pamela tardó en responder. Charlotte rodó los ojos, sintió una mano apoyarse en su hombro. Era William intentando tranquilizarla.

—Me da flojera.

—¡Solo tienes que apretar el maldito botón! ¡Ábreme, Pamela! —ordenó Charlotte. Se veía muy chistoso que estuviera discutiendo con una máquina. Conociendo a su hermana, esta estaría viendo todas sus reacciones desde la cocina, allí estaba el teléfono del interfón, al igual que la pantalla que mostraba a aquella persona que estuviera al alcance de la cámara.

Un sonido metálico de algo destrabándose indicó que la puerta había sido abierta. Charlotte empujó la puerta, dejó pasar a los pequeños, intentó que Will pasara delante de ella, pero este se entercó en que ella fuera primero. Caminaron sobre un camino de piedras, Charlotte reconoció el auto de Marcelino y el de Rosa en la cochera, uno más mal estacionado que el otro. Eso significaba que la actual señora de la casa se encargaría de retenerla hasta que llegara su padre, siempre era lo mismo.

Antes de que pudiera tocar la puerta, esta se abrió, dejando ver una chica de alrededor de metro sesenta enfundada en unos pants lavanda y una básica blanca debajo de la chamarra a tono con los pants. El pelo, observó William, era tan lacio y castaño como el de Charlotte, solo que mucho más largo, casi hasta las nalgas. A comparación de Charlotte y Paulina, ella no tenía los ojos azules, sino marrón.

Piedra, papel o besoWhere stories live. Discover now