XXIX

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Llevaban días planeando la fiesta más esperada del mes, sin contar la de San Valentín, que no se haría ese año por el número de parejas que pasarían la fecha a su manera. Felicia y Leonardo saldrían a cenar a Fantom's usando la cena gratis que había ganado el equipo de los chicos, nunca llegaron a ponerse de acuerdo respecto a la salida y decidieron cedérsela a Leonardo, quien ya tenía planeado llevar a su novia a cenar, sin saber a dónde exactamente. Y, aunque no hubieran compartido los planes malévolos que tenían para esa fecha, todos sabían que el pichoncito y la conejita pasarían una noche espectacular. Las chicas bromeaban entre ellas, ¿qué decían? Solo ellas lo sabían, se acercaban los chicos y se callaban.

Charlotte había descubierto, gracias a Pamela, que la casa de su padre estaría desocupada en esas fechas por un viaje de negocios de Bernard. Rosa, sus hijos y la misma Pamela pasarían esos días en el Caribe. Así que usando a sus hermanos de intermediarios, la fiesta por el cumpleaños de Kristina se realizaría en el último lugar que pensaron: la casa hasta unos años de Charlotte. Cabe decir que un par se opusieron, entre ellos Marcelino y William, ambos deseaban tener la menor cantidad de problemas después de los sucesos de la cena de Navidad, esa en la que Charlotte le regaló una hermosa cachetada a Oliver. Rogando un poco, se decidió que allí sería.

Se citó temprano, pero a distintas horas. A la seis de la tarde a los muchachos y media hora antes a las chicas.

—Disculpe, ordené un pedido de bocadillos y no han llegado —decía Charlotte al teléfono, bastante desesperada. Miró al reloj rogando que no llegaran puntuales los chicos—. Si... esos. No, eran para hoy —soltó un largo suspiro, vencida. Felicia le sonrió con nerviosismo—. Si, gracias, que lleguen rápido, por favor.

Colgó. Se dejó caer en una silla de la cocina.

—¿Qué dijeron? —preguntó una chica rubia, el cabello le caía por el pecho hasta la cintura. No iba con ellas a la escuela, sino la conocían de los clubes. Al igual que las tres, Helena Parker era asidua de esos lugares. Constantemente se le veía en las áreas VIP y rodeada de mucho movimiento.

—Los muy brutos, porque no hay otra palabra, tenían el pedido para mañana, no para hoy.

—¿Entonces...?

—Lo traerán... espero que llegue a tiempo.

—Tenemos botanas, dip y otras cosas para llenar los estómagos de los hombres —intervino Kristina, sin levantar la vista del pastel que decoraban ella y Felicia—. Además hay pastel...

—Y la casa está bastante dotada de comida para un batallón.

Charlotte rió ante el comentario de Felicia. Si, tenía razón, no debía de preocuparse. Algo no faltaba en esa casa y eso era la comida. La única adolescente de la casa era constantemente animada por su madrastra para invitar a sus amigas, hacer peliculadas un día sí y otro también. Otras veces era Rosa la que invitaba a sus amigas a cenar, toda la comida era cocinada en casa. Tenían un chef de primeras, casualmente tenía vacaciones los días que los señores Lennox no estaban. Lástima, sus creaciones eran pedazos de cielo.

Los minutos pasaron. Aprendieron muchas cosas. Primero que nada, los chicos no eran puntuales. Segundo, el número de baños era más que suficiente para que todas se cambiaran de ropa al mismo tiempo. Y tercero, nunca, por nada del mundo, debes de dejar un panque al alcance de un perro, por más lejos de él que hayas puesto la comida. El perrito siempre encontraría una manera para comerse lo que deseaba. Charlotte encontró la cocina con migas de pan de chocolate, el caniche miniatura de Paulina, de nombre Filomeno, miraba a Lottie con esos ojos que decían "no rompo un plato". Odiaba que la vieran con esa mirada, le era imposible castigarlo.

Piedra, papel o besoWhere stories live. Discover now