Capítulo 9

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Cayden tamborileó los dedos sobre el volante con una muestra inusual de nerviosismo, tan impropia de él que no reconocía su propia mano. ¿Por qué le preocupaba tanto? No debería. Si Stella lo aceptaba o no, dudaba que dependiera de su familia.

O tal vez no. Aun recordaba fragmentos de las conversaciones en que Stella hablaba sobre su familia y, probablemente, su aprobación era decisiva para sus decisiones. Eso era un error y tendría que cambiar, ella debía ser libre.

Sí, no se había equivocado en su percepción acerca del confinamiento mental que sufría Stella. Se condicionaba a muchas cosas para decidir sobre algo y sospechaba que el amor era algo que influía en ella más que en otras personas. Amor y aceptación. De su familia... ¿y de alguien más?

Se había preguntado varias veces que llevaba a una joven como Stella aceptar la propuesta de él. Ella lo tenía todo, o podría tenerlo si lo quisiera, y estaba seguro de que atención masculina no le faltaba –no estaba ciego–. Entonces, ¿cuál era el problema?

–Cayden, hola –Stella abrió la puerta del auto y entró con unos copos de nieve diminutos asidos a su ropa–, ¿por qué no entras?

–Stella, esperaba una invitación –contestó arqueando una ceja y ella negó lentamente–. ¿Qué es tan divertido?

–Nada. Sé que eres puntual y me extrañaba que no vinieras. ¿Hace cuánto tiempo estás aquí afuera?

–No lo sé –se encogió de hombros. En verdad que no recordaba la hora a la que había llegado–. Salí temprano de la oficina.

–¿Has venido directamente? ¿No fuiste con tu familia? –inquirió, extrañada.

Cayden sonrió. ¿Con su familia? ¿Para qué? ¿Solo porque era ese día del año se suponía que él debía ir con ellos? ¡Ah claro, si Stella se había extrañado cuando le había comentado que era un día como cualquier otro!

Quizá si conociera a su familia... ella lo entendería. Pero dudaba que estuviera preparada, aun cuando su padre la trataría bien, porque aprobaba esa unión.

–¿Cayden? ¿Por qué no fuiste?

–¿Recuerdas lo que te comenté sobre las navidades en la Mansión Sforza? –él ladeó el rostro y Stella asintió–. Era cierto. Cada palabra.

–¿Cada...? –Stella lucía confusa e incrédula. Sí, de hecho había creído que él bromeaba. Pero no, en absoluto. Las navidades en la familia Sforza eran una oportunidad de presentar los avances académicos, intelectuales y de ser posible económicos, de cada miembro de la familia. No había regalos, a excepción de las acciones que cada hijo recibía al cumplir los veintiún años y esa fecha era elegida sencillamente porque todos estaban presentes.

O casi todos. Había ocasiones en que la familia no realizaba esas reuniones porque ni siquiera eran anuales, sino solo cuando un hijo llegaba a esa edad. Quizá no tenía nada que ver con la celebración en sí, sino que su padre había elegido caprichosamente la fecha, por las vacaciones que todos parecían tomar. Sí, seguro era eso.

–Sí. Y este año nadie cumple veintiuno así que dudo que suceda nada.

–¿Cómo es eso posible, Cayden? ¡Si Navidad es la mejor época del año! –ella abrió desmesuradamente sus ojos verdes, brillantes–. Las luces, el árbol, la nieve, el pavo, el panettone...

–No sé a qué te refieres –él parecía intrigado–. Suena como si describieras una película muy cursi y... –Cayden sopesó sus palabras–; es decir, el año pasado fue la última reunión de entrega de acciones para uno de mis hermanos menores, Dante y ni siquiera estábamos todos.

Inevitable (Sforza #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora