Capítulo 26

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Stella colgó el teléfono tras confirmar la reservación de su pasaje de avión. Por poco había olvidado que hacía semanas planeaba visitar Inglaterra, no podía esperar para darle un gran abrazo a Isabella. ¡Qué gran alegría!

Como ya había estado planificado, no tenía mucho que dejar en orden en la librería. Dio un último vistazo al inventario y paseó por la cafetería. Suspiró, sin poder evitar pensar nuevamente en él. Cayden.

Iba a matarse. Sí, quizás era una exageración porque un resfriado no había matado a nadie pero... ¿por qué le había dicho que no trabajara hasta tarde? ¡Era obvio que haría todo lo contrario! Era Cayden, por Dios, ella debería saber mejor cómo decirle algo. Estaba segura que, aun cuando estuviera muriéndose, Cayden trabajaría hasta muy tarde solo para demostrarle que estaba bien, que no la escucharía.

Bueno, siempre cabía la posibilidad de que fuera un poquito más sensato de lo que ella creía. Sí, ¿por qué no?

No era como si a él le interesara particularmente lo que decía ella. Lo había dejado muy claro en la mañana.

No. Lo había pronunciado con frialdad y dureza, cortando cualquier réplica que ella tuviera. ¿Acaso no era su esposa? ¿Acaso...?

Había ido a verlo pensado que, ya que el momento había pasado, él se encontraría bien. Mejor. Reiría del beso en el pasillo, bromearían y todo volvería a la normalidad. Como si nada hubiera sucedido. ¡Solo era un beso!

No era como si no se hubieran besado antes. Claro, ella era la primera en reconocer que NO había sido así ninguna vez previa. Sí, Cayden besaba bien. Muy bien, en realidad. Lo hacía perfectamente. Como todo lo que él se proponía hacer. Dominaba cualquier situación y un beso estaba incluido en esa categoría. Solo que, esta vez, él no parecía haber dominado... nada.

Había existido emoción. Rayos, había sentido la pasión desatada entre ellos. El fuego que se había encendido inesperadamente y... no podía recordarlo sin estremecerse. Sí, lo admitía.

Entrar a la habitación de Cayden y encontrarlo ahí parado, con el cabello mojado y desordenado, con sus ojos oscuros fijos en ella le había recordado al día anterior y había sentido algo... algo que no se suponía que debía. Que no había estado ahí antes. Sintió vértigo y un escalofrío.

Quizá Cayden le había contagiado el resfriado, eso debía ser. ¿Qué si no?

Al caer la noche, Stella tenía su maleta lista y bajó al comedor a servirse la cena. Frunció el ceño al notar, una vez más en diez minutos, que Cayden no hacía ademán alguno de llegar. Ni una noticia. Nada en absoluto.

Estaba preocupada. Bien, no debería ya que eso era normal en él pero Cayden no estaba recuperado. Quizás creía que sí, pero no lo estaba. Si bien su voz parecía normal, su rostro aún lucía un tanto pálido y una leve tos no lo abandonaba. Si recaía... esperaba que no.

Dejó el plato a un lado después de media hora de intentar comer algo. No podía, la preocupación le había hecho un nudo en el estómago. ¿Qué perdía si lo llamaba?

Podía hablar con su asistente y preguntarle, sin pedir que le pasaran siquiera a Cayden. Sí, eso haría.

–Corporación Sforza –contestaron al otro lado de la línea.

–Buenas noches –Stella vaciló y respiró profundamente– soy Stella... Sforza.

–¿Quién? –la recepcionista preguntó y carraspeó– lo lamento. ¿Desea que le comunique con alguien?

–Sí, con la oficina de Cayden Sforza.

–Oh... –su voz tenía un deje aterrado cuando añadió– ¿es la esposa del señor Sforza?

–Sí –confirmó Stella; y, no estaba segura, pero le pareció escuchar un gemido antes del tono de espera.

El asistente de Cayden sonaba eficiente y frío, lo que no le extrañó en lo absoluto. No parecía dispuesto a dar información respecto a Cayden y Stella empezó a impacientarse.

–Escuche, soy la esposa de Cayden –dijo irritada y recalcó–: su esposa. Quiero saber cómo está y quiero saberlo ya.

–El señor Sforza ha pedido que nadie...

–Lo moleste. Sí, lo imagino. Pero no es eso lo que le estoy preguntado. ¿Cómo está él?

Un largo silencio se extendió en la línea y Stella pensó que de alguna manera le habían colgado. ¡Demonios!

–Señora Sforza –pronunció el asistente aclarándose la garganta. Había escuchado su maldición– no está bien.

No está bien. Stella intentó encontrarle sentido a aquella frase, dicha a regañadientes por el asistente. ¿No está bien? ¡No está bien!

–¿Cayden? –musitó preocupada. Y lo decidió. Iría a las oficinas de la Corporación. Por primera vez desde la boda.

Le tomó más tiempo del que había supuesto. Se encontraba irritada y nerviosa. Era evidente que se había equivocado. Cayden no tenía ni la más mínima sensatez. ¡Estúpido Cayden!

Tal como lo esperaba, las oficinas se encontraban prácticamente desiertas. Avanzó hasta el lugar que ocupaba Cayden y encontró que su asistente ya estaba por irse. Se identificó y él le dio un breve asentimiento, seco y lejano. Ah, ahora entendía por qué trabajaba tan bien con su esposo.

Detuvo la mano a centímetros de tocar la puerta. Él le había dicho que debía aprender a tocar y... ¿por qué iba a escucharlo ella si él no lo hacía? No. Iba a entrar. Si no quería que lo molestaran, debió asegurar la puerta.

La oficina estaba en penumbra. Eso le recordó tanto a la escena en el despacho en casa que reprimió un suspiro de frustración. ¿Por qué hacía aquello Cayden? ¿Por qué no se preocupaba por su salud? ¡Trabajo! Mientras más terco se pusiera, más tiempo pasaría lejos de su adorado trabajo.

–Stella –murmuró él, sin siquiera abrir los ojos. Stella escrutó la oficina, al notar que no estaba detrás del escritorio– aquí.

Como si supiera que lo buscaba, pronunció aquello. Esta vez, fue capaz de encontrarlo. Estaba medio recostado en el sofá, con los ojos cerrados y el brazo en el respaldo. Lucía tan agotado, tan frágil, tan enfermo que Stella sintió cerrarse su puño con furia.

–¿Minuto de descanso? –inquirió respirando profundamente. No podía golpearlo. Quizá se lo merecía, pero no podía hacerlo.

–Más de un minuto, creo –Cayden sonaba calmado y tosió un poco–. Al parecer, tenías razón.

–De nuevo –precisó entre dientes.

–De nuevo –aceptó él y entreabrió los ojos– ¿qué haces aquí?

–Sabes que eso es lo que me he preguntado durante todo el camino –soltó el aire lentamente y se acercó para sentarse a su lado–. ¿Qué haces tú aquí?

–Trabajo aquí –respondió, irónico. Stella resopló con incredulidad– de verdad.

–No me refiero a eso y lo sabes.

–Me sentí un tanto agotado y decidí descansar antes de regresar a casa.

–Seguro.

–Bueno, quizá me excedí un poco –admitió a regañadientes.

–Un poco.

–Sí.

–Eso ni siquiera merece una respuesta –bufó Stella.

–¿Has venido a llevarme a casa?

–Sí –contestó con sequedad. Cayden clavó sus ojos oscuros en el rostro de Stella y esbozó una trémula sonrisa.

–Gracias a Dios –musitó.

Stella había pensado que iba a protestar y se encontraba lista para darle un buen golpe. Se lo estaba mereciendo más y más a cada momento. Sin embargo accedió, levantándose con lentitud y con aquella frase tan impropia de él. Le costaba trabajo, comprendió. Si nombraba a Dios, seguro que estaba mal.

Necesitaba que él se recuperara lo más pronto posible. Así podría asesinarlo sin sentir remordimiento alguno. ¡Solo Cayden, en verdad!

Inevitable (Sforza #2)Where stories live. Discover now