Capítulo 24

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La visita de sus amigos había sido totalmente inesperada para Stella. Fulminó con la mirada a Daniel que elevó las manos en gesto inocente. De seguro él les había comentado respecto a la salud de Cayden.

Los invitó a tomar el té y cuando se dirigía a llamar a una doncella para que les sirviera más galletas, Daniel la siguió por el pasillo. Insistía en que los acompañara a una excursión la siguiente semana.

–No, soy una chica de ciudad y de libros. El viento en mi rostro y la hierba bajo mis pies solo funciona cuando estoy dentro del perímetro de la ciudad.

–¿Dónde sería eso? –Daniel se pasó una mano por su cabello rubio con una gran sonrisa.

–En un parque. En mi jardín –apuntó Stella impaciente y siguió caminando–. En cualquier lugar, excepto... no iré –repitió.

–¡Sé más aventurera!

Daniel había estado provocándola e intentando hacerla reír para que accediera. Ni siquiera había notado el lugar en el que se encontraban hasta que una puerta se abrió de un solo golpe. Cayden. Estaban frente a su despacho. Parecía molesto. ¿Habrían hecho ruido e interrumpido su trabajo?

No supo que pasó, no tuvo tiempo de pronunciar una palabra antes de que Cayden la tomara del brazo y la llevara por las escaleras hacia la planta alta. Estaba totalmente desconcertada. ¿Qué rayos sucedía?

–Cayden, espera –Stella intentó plantarse firme en el pasillo pero él no lo permitió–. Cayden, por todos los cielos, ¿qué te sucede? ¡Detente!

–Ahora no –gruñó y la asió para continuar caminando. Stella se sacudió y él la miró con los ojos oscuros relampagueantes–. Stella.

–¿Qué pasa? –insistió cruzando los brazos– ¿Cayden?

La mirada oscura de él fue apagándose poco a poco, al tiempo que dejaba caer su mano y se alejaba de Stella, dándole la espalda. Sus hombros se pusieron aún más tensos al sentir las manos de Stella sobre él.

–Cayden, ¿qué sucede? ¿Te sientes mal de nuevo? –musitó con una sombra de preocupación tiñendo su voz.

–No –su voz sonaba baja y controlada, fría y... ¿enfadada?

–Cayden –Stella dejó caer sus manos para ponerse frente a él– ¿qué pasa? Estás enfadado.

–¿Por qué lo dices con tanta sorpresa? También me pasa –soltó hoscamente.

–Nunca antes te había visto enfadado –dijo Stella aún sorprendida–; de verdad, siempre estás en control de tus emociones y ahora...

–No necesito que me resumas cómo soy –ironizó Cayden curvando la comisura de sus labios– estoy al tanto, por si no lo imaginas.

–¡Pero...! –protestaba Stella y se silenció al observar las facciones tensas de Cayden, que le gritaban peligro y la impelían a alejarse. Si fuera sensata, habría salido corriendo de ahí en cuanto la soltó y tuvo oportunidad. Solo que, desde que se había casado con un desconocido por una cuestión de orgullo, no se consideraba precisamente dentro de ese rango.

–Stella, vete.

–Cayden, si puedo ayudarte...

–No puedes.

–Cayden...

–¿Por qué no escuchas? –Cayden clavó sus ojos oscuros en ella y un deje salvaje se adivinó en ellos– debiste irte.

Bajó la cabeza hacia Stella y atrapó sus labios con fiereza y fuerza posesiva. La devoró sin compasión, como si pretendiera demostrarle un punto, solo uno: que le pertenecía. No se detuvo hasta que Stella estuvo jadeando y delirante, completamente fuera de sí y aferrada a su cuello. La observó con los ojos entrecerrados, se veía hermosa y apasionada en sus brazos. ¡Ojalá pudiera tenerla!

–Cayden...

Él la alejó de sus brazos con un movimiento suelto y firme. Giró y atravesó el pasillo hasta su habitación a grandes zancadas, sin decir ni una sola palabra. Un portazo hizo que Stella volviera a la realidad.

O a lo que parecía la realidad. Excepto porque tenía la impresión de que ésta era una versión distorsionada de su realidad. En la suya, Cayden jamás se enfadaba. Además, nunca la besaba así en medio del pasillo. Jamás... bueno, jamás la besaba y punto.

Con paso inseguro regresó hacia el salón. Daniel ya estaba ahí y la observaba fijamente, como si estuviera al tanto de lo que había sucedido en el pasillo del segundo piso. Como si lo entendiera... ¡ni ella lo entendía!

–Entonces, ¿tu esposo está bien? –Fiorella preguntó con preocupación y le palmeó la mano–. Estará bien, ya lo verás.

–Sí. Ya está mejor –contestó Stella, sin saber cómo había logrado que su voz sonara tan normal.

–Sin duda está recuperado –murmuró Daniel mirándola con intensidad.

–¿Qué dijiste? –Pietro ladeó la cabeza y Daniel negó– ¿te ha convencido?

–¿Disculpa? –Stella inquirió con estridencia.

–Daniel. Para unirte a nuestra excursión –explicó Pietro con extrañeza.

–Ah. No, no es posible –Stella empezó a explicar sus planes para la siguiente semana, intentando alejar su mente del hombre que se hallaba escaleras arriba.

Por la noche, se encontró con la puerta cerrada de la habitación de Cayden. Tal parecía que no había salido de ahí desde que se había alejado por el pasillo. Frunció el ceño y fue con el ama de llaves. Sí, Cayden había pedido que le subieran la cena y exigió que nadie lo molestara, bajo ninguna circunstancia. Era evidente a quién iba dirigido aquello.

No quería verla. No entendía por qué tenía aquella actitud. ¡No era como si ella lo hubiera besado! Él la había atacado, la había tomado entre sus brazos y besado como si... bueno, como si no fuera él. Ni ella. Como nunca antes.

Había sido tan inesperado y absurdo. Ella no lo había besado. Solo había respondido a su iniciativa. Solo eso.

Suspiró exasperada. Nunca lo entendería. A ese hombre de entre todos los demás, jamás lo podría entender. Cayden Sforza era el más inexplicable, irritante y extraño espécimen masculino que había pisado la Tierra. ¿Llegaría el momento en que pudieran entenderse?

Cenó frugalmente y se recostó porque necesitaba descansar. Tampoco había dormido demasiado bien aquellas noches en que Cayden había estado enfermo. A pesar de cerrar los ojos y cubrirse hasta la barbilla con las mantas, el sueño parecía lejano. Algo la inquietaba.

Bueno. Quizás era alguien, y no algo, lo que la tenía tan inquieta.

Inevitable (Sforza #2)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant