Capítulo 23

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Los escasos rayos de sol que atravesaban las cortinas le anunciaron que el nuevo día había llegado. A Cayden la parecía increíble haber dormido una noche completa –y varias horas de la tarde–. Se sentía mucho mejor, era lo que había necesitado. Un buen descanso y horas de reparador sueño.

Tomó la medicina junto con el té que había en una tetera en la mesita de noche junto a la cama. Decidió darse una ducha rápida, tendría que ser agua templada, una temperatura mucho más alta a su acostumbrada ducha fría. Vistió algo informal, que le permitiera recostarse cómodamente al regresar y pidió que le trajeran el desayuno.

Durante la mañana charló con Stella hasta que llegó la hora de la comida. Compartieron unos capítulos más del libro, los comentaron y después de insistir en que se encontraba mucho mejor, Stella accedió a dejarlo ir hasta su despacho para leer los informes de su asistente. Además, estaba cansado de estar en la habitación.

Al atardecer, Cayden inspiró hondo y dejó caer su cabeza en el respaldo de la silla. Era hora de descansar, quién diría que él pensaría alguna vez que era suficiente trabajo por un día. Suspiró y se pasó los dedos por la frente, seguramente lo habría pensado antes si hubiera estado así de enfermo. La recuperación era lenta y desagradable, había momentos en que se encontraba bien, concentrado y con fuerza. Lastimosamente duraban poco –o bastante menos de lo que él estaba acostumbrado–.

Apoyó la mano en el picaporte y antes de girarlo, escuchó voces en el pasillo. Se detuvo y esperó que pasaran, no tenía ánimo de encontrarse con nadie y menos si él estaba de esa manera, tan informal y descuidado.

Para su gran mortificación, los pasos se detuvieron prácticamente fuera de su despacho. ¿Tenía visitas en un domingo por la tarde? Lo dudaba. Escuchó con más atención, logrando así distinguir la voz de Stella... y la de un hombre.

Arqueó una ceja con extrañeza y se sintió estúpido al escuchar detrás de una puerta –por dentro de la habitación nada menos– en su propia casa, pero no pudo evitarlo. Antes de notarlo, tenía pegado el oído para distinguir mejor las palabras.

–¡Qué no, ya te lo dije! –exclamó Stella y se le escapó una risita–. ¡Basta!

–¿Por qué? ¡Stella, debes ser un poco más aventurera!

–Daniel, eres un... –sus palabras se perdieron y chasqueó la lengua–. He dicho que no.

–Solo una vez. ¿Sí?

–Vete al salón. ¿Qué haces?

Un silencio de varios segundos se elevó del otro lado. Cayden se preguntó si habían notado dónde estaban o si se habían ido. Sin embargo, él lo habría escuchado y... un fuerte latido en su cabeza no lo dejaba pensar.

–¡Daniel! Para ya –insistió Stella sin aliento y rompió a reír– ¡nos pueden ver!

Aquellas palabras le provocaron un vuelco en el estómago. Cayden apretó la mandíbula y procuró no imaginar algo que... ¡no era un estúpido y era evidente lo que sucedía!

Eso era todo. Saldría. En ese instante.

–¿Y eso qué tiene? ¡Qué nos vean! –proclamó riendo Daniel y dejó sus manos en el aire cuando la puerta del despacho se abrió intempestivamente.

Cayden sentía la sangre rugir por sus venas, dejándolo en un estado de aturdimiento y de tensión. Tuvo que luchar para mantenerse impasible y apretar sus puños al costado, para no alejar a Stella del hombre rubio, dándole un buen empujón para que retirara las manos de su esposa. ¡Al demonio!

–Stella, ven –tomó su brazo con firmeza y la acercó a su cuerpo– si nos disculpas, tengo algo que discutir con mi esposa.

La arrastró sin miramientos y sin esperar respuesta hasta las escaleras laterales, subió con rapidez los peldaños y Stella no dijo ni una sola palabra. Parecía demasiado asombrada para hablar y si estaba caminando –o casi corriendo– a su lado era porque no encontraba manera de no hacerlo.

Inevitable (Sforza #2)Where stories live. Discover now