2. Épica seducción.

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Stephanie dio un paso tras otro, pavoneándose lo mejor que podía.

Todo lo que tenía que hacer era llegar a él, mostrar su escote, morderse los labios, provocarlo un poquito y caería rendido a sus pies ¿qué tan difícil podría ser?
Se imaginó su interacción con él:

—Hola. ¿Cómo estás?

—Fuera de tu alcance.

No, no podía fracasar. Se imaginó otra escena para darse valor.

Escuchó los gritos y silbidos de su público y caminó balanceando el trasero. En su mente ella tenía una falda corta, medias escaparadas y un top ajustado al igual que el liguero, con un taco alto de quince centímetros que rompía tobillos. Ella era sexy, exuberante y erótica mientras miraba intensamente al chico y con sus cuerpo decía "fóllame"

¿Qué tan difícil podía ser?
Sólo que la respuesta vino demasiado rápido a la pregunta anterior y la escena en su mente se disolvió. Justo en su cuarto paso pisó la agujeta de su converse y cayó al suelo con un chillido que no pasó desapercibido para el chico yo-leo-libros-románticos.
Juró por lo bajo mientras se incorporaba y se limpiaba las palmas de sus manos en la tela de su simple vestido azul.

—¿Necesitas ayuda?

La voz masculina la sorprendió, no es que esperaba que no se dé cuenta. Cualquier persona en un radio de dos kilómetros vería a una chica perder el equilibrio y, si se trataba de alguien como ella, a una milla de distancia. La diferencia estaba en ir a ayudarla, cosa que ningún hombre con sangre en las venas haría por ella. Los chicos guapos, ricos, y que estaban interesados en ayudarla, eran gay o playboy. ¿Se veía rara mirando la hebilla de su cinturón mientras pensaba en lo que escondía detrás de ésta?

Levantó la vista hacia él.

Y, al hacerlo, fue peor que tener la mirada perdida en cualquier parte de su espléndida anatomía porque no pudo apartar la mirada. Aquel cabello negro y aquellas largas pestañas enmarcaban brillantes ojos verdes.

Necesitaba desesperadamente un traje de amianto para protegerse de lo caliente que era el chico. ¡Piedad! sus abdominales ondulaban a través de la fina tela que se hacía llamar camisa y la ponían cálida en su vientre.

—Yo..eh...yo...— se dio un golpe mental en la frente, pero no podía hacer nada porque su nerviosismo aumentó al igual que su ritmo cardiaco.— Estaba buscando un libro.

El chico levantó las cejas.—oh, bueno, creí que buscabas un alfiler en el piso.

Su gesto tosco, y su irónico sarcasmo, la hizo reaccionar y responder lo primero que se le vino a la mente.

—No, yo sólo quería comprobar si el piso era duro como decían— contraatacó.

El chico sonrió un poco, casi imperceptible.—¿Y?

Stephanie levantó la barbilla en alto.—Lo es —dijo cortante.

El chico se puso serio, entre cerró los ojos y con cautela señaló:—Tus agujetas están desamarradas.

—Lo sé.

—Deberías atarlas.

—Lo sé —volvió a repetir, hipnotizada por aquellos ojos tan impresionantes. ¿Qué le pasaba? Su cerebro no podía formular otra respuesta que no fuera un torpe «lo sé».

Él enarcó una ceja y luego se puso en cuclillas.

Antes de que pudiera protestar él ya había acabado de atar los cordones.
Tenía que hacer algo, ahora. Su intento de seducción estaba ahí, aún a la espera.

Seduciendo al mejor escritorWhere stories live. Discover now