19. Adam y sus Armas.

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Siempre fue una cobarde, no había vuelta atrás, o quizás fue el hecho de que si se enteraba de esa forma sería peor.
Digamos que en una prueba de aptitud quedaría descartado Intrepidez para ser exactos y, pensándolo bien, también sinceridad.
Borró esos pensamientos de Divergencia de su cabeza y caminó hacia Adam antes de que la chica con el síndrome de Tourette abriera la boca.

Su interior literario a veces tomaba el control en su cabeza.

No había nadie alrededor, excepto la mujer con cejas muy pobladas detrás de la mesa.
Quizás caminaba con un poco de celos, pero no iba admitirlo ni si estuviera en una habitación de interrogación con el suero de la verdad en su sistema.

Él giró su cabeza, antes de que pudiera decir nada. Increíble, en una habitación llena de gente notaban la presencia del otro, así también en una silenciosa.

—Ahí estás, me tenías preocupado hasta la médula.

—¿Me extrañaste?— dijo fuerte para que la chica la escuchase.

Su voz profunda y gruesa cuando dijo: —Siempre lo hago, nena.

Quiso aplaudir, pero en vez de eso sonrió, imitando la sonrisa de él, pero estaba aún tensa, como si le hubieran puesto una barra en su columna vertebral. Trató de relajarse con una respiración profunda. Funcionó, quizás fue la mano de Adam que se instaló en su espalda. Él siempre buscaba de alguna manera tocarla y ella no se resistía a ello.

Miró sus manos que sudaban cuando él estaba cerca, pero se olvidó de que tenía las fotografías cuando miró hacia abajo.

Notó que el color desaparecía de su rostro.

Miró a Adam, que miraba hacia abajo y fruncía el ceño.

Las piernas de Stephanie estaban entumecidas, se suponía que no se enteraría así.
¡No así!

Stephanie bajó sus manos que sostenía a su costado. Derrotada.

—¿Nos vamos?— la voz de Adam no cambió de tono.

Ella quería una reacción de él. Pero cuando miró sus ojos no había señal de que lo supiera.

¿Acaso nunca vio una ecografía?

No podría. No tenía a su mamá o a una hermana embarazada para saberlo, estaba segura de que si él lo sabía, ya no estaría cerca, y exigiría explicaciones.
Ella miraba a su bebé; él, una fotografía en blanco y negro.

Suspiró de alivio mientras caminaba deprisa hacia la luz del sol y lejos de la mirada de muerte que le dirigía admiradora numero uno detrás del mostrador.

Su mejor arma era el ignorarla y llevarse a su hombre lejos.

Mientras Adam conducía no pudo evitar que su estómago se revuelva. Pasaban una intersección cuando Adam dijo—: Tengo que detenerme a cargar combustible.

Stephanie vio que se acercaban a una gasolinera, necesitaba un descanso de los edificios pasando veloz a su lado, porque en cualquier momento se pondría a vomitar en el tapizado de cuero del Jeep.

Cuando por fin las ruedas se detuvieron dejó de contener la respiración.

—No tardo— dijo Adam, antes de salir del automóvil.

Vio a través de los vidrios polarizados cómo él deslizaba una tarjeta en el panel y luego cargaba el combustible en el tanque. Todo con movimientos gráciles.
Un señor se acercó a él para pedirle ayuda y ni siquiera dudó.

Momentos como ese, donde Adam sacaba su lado generoso, amable y gentil, eran los que Stephanie alojaba en su corazón. Ella ahora conocía todas las reacciones de Adam. Cuando se volvía posesivo, su lado gruñon, su lado descontrolado, el vulnerable y hasta el más agradable. Sin embargo, no sabía como los había perfeccionado. ¿Era sólo la escritura y la lectura que lo moldeó hasta ser perfectamente a su manera? ¿O eran otros aspectos de su vida?

Seduciendo al mejor escritorWhere stories live. Discover now