18. Doctora Kendall.

1.1K 107 35
                                    

A la mañana siguiente, Stephanie se despertó con ojeras, la luz de la ventana abierta se filtraba por las cortinas púrpuras.
No pudo dormir en toda la noche, ni siquiera el libro que había estado leyendo apartaba los pensamientos que se dirigían hacia Adam. Y, cuando por fin había conciliado el sueño, el sol apareció por su ventana.

Lo que nunca quiso fue eso: que Adam sólo fuera un pensamiento constante en su cabeza. Se suponía que las personas que amabas debían quedarse en tu vida, pero no todas las personas deciden amarte de vuelta. Había forjado un sentimiento no recíproco y maldita sea si no dolía.

Amar a alguien siempre fue complicado para ella. ¿Porqué tenía que enamorarse de Adam tan fácilmente?

Con esa pregunta rondando en su cabeza se alistó para su primera cita con su ginecóloga.
Un vestido simple funcionaría, con un par de bailarinas para sus pies.
Había visto en las películas lo que ocurría en la primera cita con la doctora. Así que, llevaba lo más cómodo que tenía. El vestido era de color turquesa con una cadenita dorada alrededor de la cintura y sin mangas largas. Sus bragas del más fino encaje blanco era apropiado para la revisión.
Un moño adornaba su cabeza que la hacía parecer muy joven, así que lo cortó con tijeras de la goma para sujetar su cabello. Lo que pretendía era parecer más madura, no una pequeña niña tímida y con ojos asustados.

Buscaba su llave en el fondo de su bolso cuando abrió la puerta para salir.
Lo había tirado ahí esa mañana... ¡Bingo!

—Buenos días.

Dejó caer su bolso cuando lo escuchó. Levantó la vista de la llave en sus manos y ahí estaba Adam, oliendo tan condenadamente bien y luciendo de la mejor manera cuando usa camisas a cuadros de color morado.

—¿Qué haces aquí?— tartamudeó.

—Vine a recogerte para llevarte a la clínica.

La boca de Stephanie cayó abierta.
Eso no estaba pasando. Él se daría cuenta.
Pero no podía actuar de manera extraña. Todo estaba bien.

—Er...no tenías que hacer eso. Puedo tomar un taxi.

—No, Stephanie, quiero llevarte.

Ella se cruzó de brazos.—Dejaste muy claro anoche que no me quieres cerca, Adam.

—Yo...— se rascó la nuca nerviosamente—Estaba preocupado por ti...tengo miedo, sabes.

—Soy grande y puedo cuidarme sola.

—Lo sé, eres la persona más fuerte que conozco.

El corazón de Stephanie saltó un latido. ¿Porqué este increíble hombre estaba desnudando su alma en su puerta?
Él dio un paso cerca, dentro del marco de la puerta y puso una mano en su mejilla.

—No debería, Stephanie, pero quiero hacerlo. Desde que me fui no saliste de mi cabeza ni un minuto. Has inundado mis noches y mis días. Todo lo que hago me recuerda a ti, te busco en la sonrisa de los demás y en los ojos de las personas que pasan. No puedo evitarlo. ¿Qué me has hecho?

Stephanie se quedó sin habla. Lo que había dicho le robó el aliento. No quería nada más que encerrarlo en el círculo de sus brazos, pero sus brazos permanecieron cruzados y pegados a su cuerpo. Arriesgarse de nuevo sería inútil y más si llevaba una vida dentro de ella, una vida que compartiría el mismo dolor si él decidía irse de nuevo. Se recordó el poder que ejercía con las palabras, ya sea pasmados con tinta o fluyendo de sus carnosos labios. Tenía el poder de mover cada nervio, cada fibra de su cuerpo.

—¿Qué tratas tú de hacer, Adam? Porque yo no espero que vengas a conquistarme con esa sonrisa tuya porque estoy de vuelta. Me perdiste, te perdí. No hay nada más que discutir.

Seduciendo al mejor escritorحيث تعيش القصص. اكتشف الآن