7. Ropas Prohibidas.

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Cinco días después...

Lista de odio.
Odio Brooklyn.
Odio mi trabajo.
Odio mi apartamento.
Odio La Chica Perfecta.
Odio Cien formas de seducción.
Odio las hamburguesas y las sodas.
Odio Diamond.
Odio a la población masculina.
Odio a Adam Cameron.

Stephanie lanzó su teléfono en su cama. Vio cómo rebotaba y casi se le cae el alma a los pies cuando el aparato rectangular por poco cae por el borde.

Su corazón casi se detuvo. Era su único celular y no tenia el lujo de comprarse otro ahora que la despidieron de su trabajo.

Tantas cosas podían suceder en una semana que ni se lo esperaba.

Era culpa suya; todo y cada uno de sus problemas.
No debió confiar en un hombre, pensó. Eso era lo que recibía a cambio. Decepción. Eso era lo que se sentía cuando una persona importante te decepcionaba; duele como el infierno al principio, luego te acostumbras al dolor hasta que llega la ira y te convierte en una persona que lanza fuego por la nariz a cada persona con pelotas para hablarte.

Estaba sin trabajo, sin dinero y sin una maldita cosa que hacer. Podía enterrarse en un libro. Ya lo había intentado, pero fallaba en concentrarse. Su mente siempre iba al domingo; cuando ese chico con lengua perceptiva la llevó al mejor éxtasis de su vida.

En su lista del odio no había podido incluir a Adam en la población masculina porque Daniel ya estaba en esa categoría y Adam no era como Daniel, en absoluto.

Después de que cerró los ojos ese día, creyó que después las cosas iban a estar mejor.

Era tonta.

Adam no le había profesado amor eterno.

No había etiqueta en lo que sea que estuvieron haciendo. Lo que era estúpido. Casi toda la semana pensó que él se había alejado por lo estúpida que era. Quizás él se había dado cuenta más tarde.

Cinco días  antes...

Despertó sola en el sofá.
No había brazos a su alrededor.
Un par de ojos verdes la observaban un momento antes de despertarse completamente. Sólo eso. Del otro lado de la sala, en la mesa, estaba él; los ojos metidos en su brillante pantalla, tecleando a una gran velocidad y vestido completamente.

Stephanie tenía su vestido puesto. Había jurado haberse dormido sin el. Sin embargo, cuando se movió, se dio cuenta que no tenía ropa interior. Adam la había arropado. No había duda. Todo lo que pudo hacer fue levantarse sonrojada y ponerse sus botas. Buscó con la mirada su ropa interior y sólo encontró su sostén. Su diminuta braga no estaba.

Maldijo por lo bajo. Hasta que Adam lo sostuvo en el aire con una mano. Ella se lo arrebató y lo fulminó con la mirada. Él la ignoró y siguió tecleando. Sin levantar la vista.

Stephanie se sintió ignorada. Muy mal después de todo.

Se despidió y él sólo había asentido. Fruncía el entrecejo a su pantalla y tenía una cara de pocos amigos.

Cuando salió de allí y cerró la puerta, casi llora. Pero las miradas de las personas no se lo permitieron. Caminó por el camino de la vergüenza hasta llegar a su casa y encerrarse en su habitación para deprimirse por su lamentable situación.

Quizás después de todo Daniel tenía razón; no besaba bien. Alejaba a los chicos con sus labios. Eso era todo. Adiós a la población de Adams.

A la mañana siguiente se vistió para su habitual día de trabajo. No estaba de humor para ir, pero no podía faltar. Ridley no podía cubrirle por un día entero con la clientela que estaba atrayendo el local.

Seduciendo al mejor escritorWhere stories live. Discover now