21. Adán.

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Adam se miró al espejo del baño del hospital.
Sus grandes ojeras contrastaban con el verde apagado de sus ojos y su piel pálida. Su cabello parecía una madriguera. No era de extrañar si salía algún bicho raro.
El reflejo de su propia pupila rodeado de venas rojas le hacía ver claramente los sentimientos que estaba experimentando.

Abrió el grifo metálico y ahuecó su mano debajo del agua. Cuando estuvo rebozando de agua fría, mojó su cara.
El agua se tiñó de un color rosado mientras corría por el mármol blanco al desaguadero.

Mirar como el agua se arremolinaba antes de desaparecer lo hizo desear que todas sus pesadillas hicieran lo mismo.

Buscarla por el edificio en el cual trabajaba no había valido la pena; fue tiempo perdido, si hubiera ido directamente a la única persona que la vio por última vez, nada de esto hubiera pasado. Cuando salió afuera y vio a Pepper subirse a su auto la detuvo y le preguntó sobre el paradero de Stephanie.  Ella le ofreció una mirada extraña y le había dicho que la vio tomar un taxi.

Fue el jodido peor presentimiento.

Había subido a su Jeep, comprobó su arma y, a toda velocidad, se dirigió a la casa de Stephanie. No era lo suficiente rápido para él.
Ella no contestaba el celular y eso fue suficiente como para que presintiera el peligro en el que ella se encontraba.
No se había despedido, no había dicho ni una puta palabra, y él estaba al límite de la preocupación. Esa misma mañana, la impotencia que sintió, porque ella no confiaba en él, lo mantuvo apartado.

Él sabía que había fallado.

No era un hombre de verdad, porque si lo fuera, aún estaría con ella y no correría al primer intento en el que sus sentimientos lo asustaran.

Finalmente, cuando entró a su casa y oyó un gemido ahogado de sufrimiento, su corazón se detuvo.

Recordó a su madre en el suelo ese fatídico día, escuchar su último gemido de dolor lo rompió en pedazos y más encontrarla sangrando en el suelo, como si el líquido saliendo de una herida sobre su corazón, de agua se tratara.

Pero Stephanie era la mujer a la que más amaba, se había dado cuenta cuando dio un paso lejos de ella.

Pero entonces, ya era demasiado tarde.
Ella completaba su mundo cuando estaba cerca y él lo único que hacía era destruirla al alejarse, deshacer todo el trabajo.

Nunca debió alejarse. Pensó que después de ver la vida de su madre escurrirse entre sus dedos aprendería la lección, pero se equivocó como en todas sus acciones.

Creyó en un momento que Stephanie no podría con el peligro, con el peligro que acarreaba su apellido y, por ende, las personas que podrían venir detrás de él.

Pero se equivocó. Su tío le había contado lo limpio que estaba su nombre antes de buscar a Stephanie por el edificio y confesarle lo que en realidad sentía.
Gran sorpresa y terror cuando no la encontró.

Sin embargo, cuando la vio a ella en el apartamento, y un segundo después a ese gilipollas, supo que Stephanie sabía como defenderse.

Sabía luchar por su vida.
Lo vio en el desfigurado rostro de ese infeliz que al final no estaba muerto a pesar de la bala que le dio en el pecho izquierdo.

Todo eso había ocurrido hace diez minutos. Ahora debía volver a esa maldita sala de espera.

Salió al pasillo y caminó hacia la puerta por donde entraban todos lo pacientes heridos de gravedad.

No le hacía menos hombre odiar no saber nada de ella. Pero la impotencia de saber que eso él no lo controlaba era exasperante.
Su tío tomó el control de lo que su papá hacía. Encargarse de trabajos que la justicia del gobierno dejaba de lado o que no lo resolvían totalmente, no era exactamente a lo que quería dedicarse.

Seduciendo al mejor escritorWhere stories live. Discover now