Introducción

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   "Surge y se disipa el arco iris
la rosa es bella
... Mientras la tierra misma se engalana
esta suave mañana de mayo
y los niños recogen en todas partes
en miles de valles amplios y remotos
frescas florecillas y el sol brilla cálidamente". 

WILLIAM WORDWORTH

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Inglaterra, 1880 (algún punto en el camino de Londres a Sussex)



El carruaje se arrastraba a mediana velocidad, levantando una polvareda a su paso. El ritmo de los caballos ya no era tan veloz. La tarde iba cayendo, y se encontraban cansados. Dentro, entre rítmicas sacudidas, cinco pasajeros muy diversos, esperaban ansiosos llegar al punto donde descansarían hasta la mañana siguiente, para luego seguir camino. Ellos también se encontraban cansados. Habían tenido dos breves paradas durante el camino, para refrescar a los caballos y estirar un poco las piernas. Pero eso había sido todo.

El viaje era largo y se había tornado aburrido. Solo dos de los viajeros habían parecido algo dispuestos a la conversación, pero no habían encontrado eco en el resto.

El Sr. Lancaster, por ejemplo, era un hombre cuarentón, ceñudo y completamente parco. Viajaba por negocios, no por placer. Así que su único interés era que el viaje se realizara rápido y lo mas cómodamente posible. Hacer sociales con sus compañeros de travesía no le interesaba en lo mas mínimo y lo demostraba abiertamente, mirando por la ventanilla continuamente y solo prestando atención a los viajeros para poner cara de recriminación cuando algo no le parecía bien.

Después estaban la Sra. Smith y su hija Abigail, las únicas dos dispuestas a una conversación. La señora era regordeta y rubicunda, una típica matrona inglesa, bastante parlanchina, algo metiche, pero ella se consideraba muy simpática y tenia la impresión de que los demás debían pensar lo mismo, y que si una situación era aburrida o tensa, ella tenia la obligación de intervenir y hacer que todos se sintieran cómodos... cosa que por supuesto terminaba teniendo el efecto contrario. Su hija, la señorita Abigail, tenia 25 años ya, casi una solterona para la época. Era delgada y poco agraciada, y su madre ya no tenía muchas esperanzas de poder casarla bien, pero no perdía la ilusión de que al menos lograra formar un hogar decente. Era callada, aficionada a la lectura de novelas románticas, y a soñar con encontrar un hombre que se ajustara a la descripción del héroe guapo y romántico que encontraba en sus libros... Alguien que fuera justo como... el hombre que viajaba frente a ella, y al que desde que habían subido al carruaje no había podido quitarle la vista de encima. Ni ella, ni su madre... aunque por diferentes motivos, claro.

En el asiento de enfrente como dijimos, viajaba otro pasajero... en realidad dos.

Jonathan Blanchard, era un joven apuesto, de alrededor de 28 años. Tenía un porte distinguido y buena ropa, por lo que dedujeron que su posición económica debía ser bastante holgada. Por lo poco que había hablado parecía también una persona educada. Estaba vestido con ropa totalmente oscura, lo que parecía destacar mas el blanco algo pálido de su piel. Su cabello oscuro y ondulado, estaba algo largo y enmarcaba su rostro agradablemente y tenía una pequeña barba muy cuidada. Su mirada triste, y una sombra de ojeras bajo sus ojos, les hizo pensar que quizás había estado enfermo. A pesar de ello, era un hombre sumamente atractivo... y misterioso. Además de que no hablaba casi nada, el mayor misterio parecía ser el pasajero que lo acompañaba. A su lado, en una enorme canasta, viajaba un niño de unos cuatro meses de edad, durmiendo placidamente.

Si ya era bastante extraño ver viajar a un hombre solo con un niño de tan corta edad, mas raro aun era ver como se ocupaba de el... tal cual lo habría hecho una mujer. Le había dado su biberón en varias oportunidades (de hecho las paradas se habían hecho, también, para conseguir leche tibia), había cambiado sus pañales con increíble habilidad... y habían notado que viajaba con una buena provisión de ellos. En el camino no había donde ni quien los lavara, así que el los desechaba y usaba pañales nuevos.

Cuando el señor Lancaster los vio subir al carruaje en Londres, se maldijo por su suerte. Un bebe a bordo siempre era una molestia. Lloraban y olían mal... y para peor este viajaba sin su madre, eso era evidente. Ni madre ni niñera a la vista. Le intrigo imaginar como ese joven iba a arreglarse en el camino. Pero para su sorpresa, el padre se arreglo a la perfección y el niño resulto un santo. No hacia más que comer y dormir. Y su padre miraba también todo el tiempo el camino, solo con su brazo cruzado sobre la canasta, como si temiera que fuera a caerse. De vez en cuando deslizaba la mano descuidadamente dentro de ella y acariciaba las manitos del bebé.

Por el otro lado a la Sra y srta. Smith, les pareció la cosa más dulce del mundo. Un hombre capaz de semejante ternura... solo podía ser un buen hombre, no había duda. Un hombre sensible...

Guapo, sensible... y solo, se dijo la srta. Smith. Una pena que fuera a Sussex, estaba lejos del destino que ella y su madre llevaban. Una pena...

Fue la Sra. Smith la que averiguo que iba a Sussex, en uno de los tantos intentos que hizo por entablar una conversación con el. Todas sus respuestas eran amables, con una media sonrisa, pero breves y concisas. No daba lugar a seguir preguntando. Pero no parecía molesto para nada. El señor Lancaster en cambio, se sentía indignado. No sabía porque este joven simplemente no la mandaba de paseo. Era una chismosa, eso saltaba a la vista. Y francamente el prefería hacer todo el viaje en silencio, que escuchar los estupidos comentarios de esa mujer, tratando de parecer simpática. Por suerte para el, el silencio llego definitivamente, cuando la mujer se aventuro a averiguar el porque Jonathan viajaba solo.

-Debe ser difícil para Ud. hacer un viaje como este con un niño tan pequeño... Como ya le dije al empezar el viaje, puede contar con nosotras para ayudarlo. Estaríamos encantadas...

-Y yo se lo agradezco de nuevo, madame... pero como ya ha podido ver, estoy acostumbrado. Me arreglo perfectamente... gracias.

A la Sra. Smith no le molesto la negativa... Que la hubiera llamado "madame" con ese acento francés tan encantador había sido suficiente para obnubilar su mente. Si hubiera estado un poco más atenta, no hubiera preguntado lo que pregunto...

-Me doy cuenta, mi querido señor... Y eso me hace pensar, si disculpa mi intromisión y si no le molesta la pregunta... donde esta la madre del niño? Se encuentra enferma quizás?

La media sonrisa desapareció del rostro del joven y su mirada pareció oscurecerse.

-No señora, no esta enferma...Esta muerta.-contesto calmadamente.

Dicho lo cual desvió su vista hacia el camino sin cambiar de expresión. La señora Smith observo que aferraba la canasta con fuerza, pero en cambio su rostro parecía calmado. Murmuro una apresurada disculpa bajo las miradas de reproche de su hija y del Sr. Lancaster, y no volvió a abrir la boca el resto del camino, cosa que todos agradecieron.

Finalmente, cuando ya casi no había luz, arribaron a la posada donde pasarían la noche.


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Otra vida, otra historia.Onde histórias criam vida. Descubra agora