Parte 2

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Cuando el omega despertó aquella oscurecida mañana, quiso morirse.

Lo primero que pasó por su nublada cabeza al abrir los ojos fue por qué demonios el cuello le dolía tanto. Pero al palpar el fuerte hombro del alfa con sus cálidos dedos, la pregunta fue más que contestada.

Dio un respingo, sentándose en la desordenada cama y se quedó atónito, observando tremenda figura esculpida que dormitaba demasiado tranquilo junto a él.

Entonces cometió el error de deslizar la pequeña mano hasta su clavícula derecha. De tan sólo percibir la áspera sensación de la marca recién hecha sintió el universo caer al vacío.

Lágrimas instantáneas arribaron junto al terrible picor de la herida. Se agarró el ébano pelo con sus temblorosas manos y se fregó el ojeroso rostro.

Esto no podía estar pasando. No a él... ¡No ahora, maldición!

¿Cuántos años tenía? ¡Dieciséis pendejos años! Ni siquiera había concluido la preparatoria, le restaba todo un año y parte del presente... Y ya tenía alfa.

Apretó los párpados y lágrimas saladas gotearon de sus espesas pestañas. Levantó el pesado cuerpecito del colchón y comenzó a dar vueltas por todo el lugar; desnudo, atareado y sin tener la mínima idea de qué hacer... Perdido en una cueva sin salida.

Una simple escapatoria fue formulada por su acorralado cerebro. Se vistió con tanta rapidez como una pantera y dejó el lugar, corriendo como el maldito cobarde que era.

Al llegar a casa, luego de tomar un camino de quince minutos en autobús y haciendo maniobras para esconder su -aún amoratada- mordida, decidió averiguar la hora en su teléfono.

Palpó el bolsillo derecho de los jeans de su hermano y el vacío le saludó felizmente. Su corazón dejó de palpitar por unos segundos. Hurgó en los demás, respirando como un loco, pero fue inútil; lo había dejado en el cuarto de ese alfa.

¡El estúpido alfa que lo había mordido tenía su teléfono!

Se sentó -o más bien, se dejó caer- en las escaleras del pórtico de mármol, sintiendo más lágrimas humedecer su terso rostro y plantando los fanales mieles en el horizonte. Dedujo que no eran más de las 5AM, pues aún estaba algo oscuro.

Su corazón estaba jodidamente roto.
¿Cómo pudo haber sido tan imbécil para dejarse morder por un alfa? Porque una cosa era acostarse con alguien que no conocía, y otra muy distinta era entregarle la virginidad a un alfa completamente extraño, dejar que se robe toda tu inocencia mientras estás más que bebido y encima permitir que marque tu piel; que te recalque como suyo ante el mundo y ante ti mismo.

Tenía el pecho exageradamente comprimido, como si un bloque de acero hubiese caído allí; la garganta muy reseca y adolorida; su cabeza daba volteretas debido a la horrible resaca mañanera... Estaba tan aterrado que incluso pensó en rasparse la clavícula con un cuchillo para deshacerse de esa endemoniada mordida; ese tatuaje irremediablemente permanente que cambiaría su vida por completo.

Acunó el rostro entre sus manos y casi dio un brinco al presenciar las imágenes en su cabeza; cómo el alfa se adueñaba de su cuerpo y él sólo pedía más... ¡Pedía más! ¿Qué tan drogado se debía estar para hacer algo así?

Siempre soñó con un buen alfa; uno cariñoso que le mostrara las cosas que él aún no conocía, que lo enamorara despacio y le enseñara a arriesgarse... ¿Pero qué tenía? Ni siquiera sabía lo que tenía, sólo podía mirar esa marca de dientes, rebosante de odio.

Entre tanto pensamiento, una fuerte brisa primaveral le azotó cruelmente, aprovechándose de la débil escena que el omega protagonizaba. Y ahí se dio cuenta de lo perdido que estaba; cuando se abrazó a sí mismo y su instinto gimió, clamando un alfa... El que había marcado pertenencia la noche anterior.

The Bite  [ZIAM]Where stories live. Discover now