Parte 12

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Habían transcurrido dos largas horas desde que sus síntomas empezaron a empeorar.
El alfa llevaba alrededor de seis días sintiéndose fatal, incapaz de arrancarse la horrible imagen de la cabeza. Aquella mordida que tanto besó, esa piel dorada que se desvivió adorando, pútrida, mal cerrada con puntadas de hilo, amarillenta, tornándose dolorosa a simple vista.

Sabía que le había fallado.

Estaba totalmente consciente de lo que hizo en el hospital esa noche, encolerizado por ver a su omega en peligro, preocupado porque lo lastimaron, ahogándose en las mortales ganas de terminar con la vida de los culpables nuevamente, cegado ante su poderosa naturaleza que mantenía los sentidos nublados; desesperado, nervado, herido, inquieto, innegablemente destrozado.

Se arrepintió cada segundo por haberlo dejado ahí, por haberle gruñido y amenazado. Era su omega, debía respetarlo y cuidar de él, mas hizo todo lo contrario.

Era un maldito cobarde sin valor para controlar su propio instinto; el lado salvaje de un alfa y nada más; un inconsciente, un violento y despiadado sin sentimiento alguno que revelara su humanidad.

Era justo como su padre.

Se enamoró de sus ojos mieles, puros e inocentes como sólo esas gemas acarameladas podían ser, las que terminó dañando con lágrimas; de su bonita ingenuidad que destruyó sin piedad; de ese lindo cuerpo curvilíneo, pequeño, tan perfecto y que al final se volvió un montón de heridas y huesos a la vista; de su exquisita piel, dorada cual deliciosa fuente de caramelo que lograba aliviar su abrumadora sed, la cual fue rasgada con aguja e hilo y finalmente hecha un cascarón ennegrecido que lo hacía odiarse a sí mismo.

Pensó en quitarse la vida; retirarle la cuchilla a una navaja de afeitar y enterrársela en la muñeca, pero luego se preguntó:

¿Qué ganaría exactamente? Si de todos modos voy a morir, si la ausencia de ese omega acabará arrancándome el alma en cuanto me consuma por completo, si sólo estaría haciéndole más daño, si lo único que merezco es sufrir de vuelta por todos los horrores que he cometido...

Aquel pensamiento bastó para hacerlo caer en su desarreglada cama de nuevo y continuar contando el tiempo que le restaría antes de ser tomado por la oscuridad eterna.

Lo hizo todo para calmar el dolor.
Tomó medicamentos, se dio una ducha, bebió té caliente... Pero nada sirvió, volvió a retorcerse entre sus sábanas como ya estaba acostumbrándose a hacer.

Nada, hasta que aquel aroma tan conocido y exquisito llegó a sus fosas nasales, enviando un sentimiento de calidez por toda su adolorida anatomía.

El perfume natural de un omega era el único tratamiento para un alfa encelado; alimentaba el placer, tranquilizaba la desesperación, y más que nada, le hacía saber que no estaba solo.

Empezó a cuestionarse si enloquecía; si su cabeza le jugaba una broma para terminar de matarlo despiadadamente.

Pero no lo fue.
No mientras observaba aquella delicada figura acceder a su alcoba, aterrado, tembloroso e igual de encelado que él mismo.
No cuando sus huesos dolieron infiernos y su alfa interior rugió por reclamar al morenito.

Zayn sabía que para ese punto ninguno de los dos estaba en sus cinco sentidos. Eran sus lados salvajes peleándose por doblegar al raciocinio y ganando la batalla al final. Era la ambrosía, la necesidad y el desesperante deseo de tener al otro entre sus brazos. Era un alfa herido perdiendo la cordura y un destrozado omega desistiendo ante el arrollador perfume, tan salvaje y natural, tan exquisito y fuerte, tan ajeno y propio a la vez...

El castaño sintió fuego correr por sus venas; su corazón se convirtió en mil tambores resonando con furia; fue cegado por su lado animal, arrebatado de sus sentidos, y terminó hecho un verdadero alfa ante los temerosos ojos del pequeño omega.

The Bite  [ZIAM]Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz