Parte 14

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El alcohol corría furiosamente a través de sus venas.

La feroz noche bañaba la ciudad de Bradford por completo, cazando almas jóvenes que se dejan caer por la sed y la insensatez, arropando los clubes con la infaltable lujuria, empujando a aquellos cobardes directo al acantilado de la peligrosa valentía.

¿Y qué era un jodido sábado en la madrugada sin cervezas, música a reventar los oídos y un masivo conjunto de errores por cometer?

Después de todo, la noche era sólo noche: el momento en que el sol dejaba caer su telón y lo recogía nuevamente para dejarle algo de protagonismo a la luna... La noche era sólo noche, hasta que los bares abrían sus puertas, los espíritus ingenuos salían en busca de lo desconocido y los dedos se escurrían directo a donde nunca deberían.

Vodka, mojitos, ron, cervezas frías, tragos largos, margaritas, gargantas sedientas, miradas brillantes, copas vacías, litros interminables de alcohol que se repartían entre el barullo de gente como el mismísimo pan fraccionado.

Y aquel moreno de ojos mieles, oh, no era la maldita excepción para nada.

La cabeza le daba vueltas, sentado descuidadamente sobre aquel banquillo junto a la mesada de mármol, atiborrándose de un dulce ponche que halló en su búsqueda de lo incierto.

Las luces coloridas que flotaban por cada esquina de la amplia mansión parecían un montón de globos emborronados que lo perseguían a todas partes; su pecho rugía como una bestia hambrienta, exigiéndole que desahogara sus penas con algún posible alfa que compartiera los mismos deseos: tener un buen rato.

Paseó la brillante mirada a través del desordenado lugar, mas sólo pudo toparse con la masiva botella de ron que lo había estado abasteciendo durante gran parte de la noche y que sólo dependía de unas cuantas gotas para ofrecer.

Su carita, siempre jovial y angelical, ocultando a la perfección la bestia lujuriosa que amenazaba con fugársele del pecho ante el mínimo descuido; sentía sus manos tan sudadas como la piel que cubría aquella camisa negra; su pelo, ya enmarañado; su sonrisa que no dejaba entrever ni una pizca de vergüenza junto a los labios más rojos y apetecibles que cualquier alfa moriría por acariciar entre los suyos.

El omega se paró del asiento, debiendo sujetarse a la base de mármol para evitar abrirse la cabeza en un repentino tropiezo de sus inestables pies. Luego de haber tomado un profundo suspiro, logró equilibrarse lo que -tomando en cuenta su estado de ebriedad- creyó suficiente, y se encaminó torpemente hacia la puerta de la cocina.

En el amplio salón las luces parecían aún más brillantes y fosforescentes y lo hicieron sentirse doblemente mareado. Sus ojos mieles localizaron las escaleras que dirigían hacia la planta superior, por lo que sin pensárselo medio segundo, se escurrió entre toda la gente y se aferró al barandal para evitar caerse en algún escalón.

Los pasillos eran casi tan oscuros como la habitación a la que accedió, donde una cómoda cama de dos plazas recibió el peso de su embriagado cuerpo.

El omega no estaba en sus cabales y era algo evidente. Sabía que si se quedaba allí y un alfa entraba, no saldría por esa puerta sin ser anudado, aunque quizás tenía la intención de que aquello ocurriera.

La lujuria lo torturaba; sacudía su sistema nervioso y le pegaba directo al pecho, donde su corazón no dejaba de latir desenfrenadamente por algo que le saciara el inaguantable deseo.

The Bite  [ZIAM]Where stories live. Discover now