43-. Veneno

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VENENO

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"Tu eras el amor de mi vida. La oscuridad, la luz. Este es un retrato de los torturados tú y yo."

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Él respondió a tiempo gracias al instinto, a los reflejos que desarrolló luego de años de entrenamiento y una temporada en la guerra. En segundos estuvo a su lado, tomando su mano antes de que lograra empuñar correctamente el cuchillo. Porque él no era ajeno a las señales ni mucho menos a lo que sentía. Zayn sabía que su esposa, su omega y madre de su hija se encontraba en una situación delicada, donde cualquier cosa podría empujarla a cometer un acto del que podría arrepentirse. Pero sostenerla no fue suficiente, no como solía ser. Ella forcejeó, intentando que la presión en su muñeca no le hiciera ceder.

—Deja caer el cuchillo—comandó, con los dientes apretados y la mirada firme sobre esos ojos llorosos, mientras restringía sus movimientos a la fuerza. Pero su orden no fue obedecida, las lágrimas corrían sin pausa por las ardientes mejillas de la rubia, y ella no cedía—. ¡Obedece!

Y ese vibrante sonido sí hizo una diferencia en la omega, porque aquella era la firma de un alfa; el poder de su voz sobre el omega que marcaban. La instrucción sacudió a Gigi en un sollozo, sólo entonces aflojando la tensión en sus dedos y dejando caer el cuchillo, bien sea por voluntad o porque su naturaleza se lo exigía así. Sus rodillas se doblaron y rompió en un lastimero llanto, aferrando los temblorosos dedos en la ropa de viaje del príncipe.

Pero era una infamia, lo que acaba de hacer, porque un alfa jamás debería buscar lastimar a su omega. No sólo había jurado frente a los dioses cuidarla, sino a sí mismo y todo lo que le hacía un alfa cuando sucumbió a la tentación de marcarla. Un príncipe no necesitaba marcar a nadie, ni siquiera para asegurar una descendencia, pero él marcó a Gigi. Porque lo quiso así, porque a pesar de amar a alguien más, deseaba tenerla también a ella.

Ahora tenía una mujer rota en sus brazos y no podía achacarle la responsabilidad a nadie más que a sí mismo. Debido a que no supo ser un buen alfa o esposo, no empatizó con todas las advertencias que le daba el lazo entre ambos, y en cambio la dejó a ella cargar con todos los males porque él estaba demasiado ocupado en ser un príncipe, en demostrar que podía tener y hacer todo lo que quisiera.

—Perdóname—susurró entonces, rodeando con sus brazos a la omega. Le acunó la cabeza y acarició sus dorados cabellos mientras ella se acurrucaba en su pecho. La sentía temblar, incluso compartía cada doloroso espasmo de los sollozos como si él mismo estuviera arrancándose el llanto de la garganta—. Fue desmedido que te hablara así. Prometí que no lo haría nuevamente.

Gigi intentó contenerse, pero la pena la abrazaba de una forma envolvente donde no hallaba escape, y era como si la cercanía de Zayn sólo agravara la situación.

—Por favor, por favor—no sabía a qué suplicaba, por lo que él sólo atinó a hundir los dedos en su cabello, siempre suave, y frotarle el cuello.

—No hay que tenga que angustiarte, estoy aquí—murmuró, tensando algo de calma en su voz, a pesar del malestar que sentía en el pecho. Paseó la mirada por las bandejas, y luego a la cuna. Se fijó en un detalle que había dejado escapar por el apuro de encontrar a su esposa—. ¿Dónde está nuestra hija? —movió los dedos que acariciaban el suave cuello hasta el rostro de la rubia, alzándolo un poco para encontrar su mirada—. ¿Dónde está Aurora?

Príncipe. » l.s | YA EN TIENDAS|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora