Cuatro.

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2 de Junio del 2017_  15:50

¿Es que no podía callarse ni si quiera un minuto y dejar a mis oídos descansar?

Iba cantando por la calle, pensando estar sola en una acera desierta. Llevaba caminando más de media hora, siempre al mismo paso, y allí donde comenzaba la carretera rodeada de vegetación, giró bruscamente hacia la derecha, tomando una senda abandonada por la vereda del río.

Mi amigo me paró en medio del camino.

- Brad, tío, estoy cansado de perseguir a esta. Sigue tú si quieres, pero yo tengo que correr un poco hasta llegar al instituto- resopló por lo bajo y me lanzó una mirada de disculpa.- Avisé a mi padre que me recogiera más tarde, pero se me va a pasar el tiempo.

Asentí con la cabeza, claramente comprendiendo sus palabras.

- Ya te aviso mañana de cómo ha ido todo, si es que pasa algo.

Él se dio media vuelta y, tras un asentimiento de cabeza, me dejó solo ante aquella extraña situación.

Su voz seguía produciendo armonías diversas, cantando versos en francés, todavía sin darse cuenta de que un espía la seguía con sigilo. Empezaba a preguntarme a dónde se dirigía mientras el minutero de mi reloj de aguja corría lentamente.

Las cuatro menos diez. Ya debería de haber comido, y si mi madre estuviera en casa ya me hubiera caído la bronca del siglo.

"Si estuviera, Brad."

Por perderme en mis pensamientos, estuve a punto de tropezar. Una rama crujió, y ella apagó su canción, girándose cautelosamente, con miedo a ser perseguida. Pero siguió andando al no ver peligro alguno, convencida de estar sola.

Cien metros más allá de donde estaba, la chica se paró en lo alto de un puente. Por él cruzaba una carretera, con aspecto de no haber sido transitada en meses. Se sentó de piernas cruzadas sobre el asfalto abrasador, y yo me escondí no muy lejos de ella, demasiado curioso para esperar. A lo lejos se veía la silueta de un auto, que circulaba recto y sin tener intención de frenar. Después de varios largos segundos, el coche hizo chirriar las pastillas de las ruedas al parar bruscamente, dejando la marca del neumático tatuada en el suelo, y un hombre salió por la puerta delantera con una caja de cartón en las manos.

Ella, con miedo, se arrodilló ante aquel individuo y murmuró un casi inaudible 'por favor'.

No me odies, Daniela. [C O M P L E T A]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora