Siete.

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4 de Junio del 2017_  19:36

Odiaba el póquer. Y eso era justo lo que estaba haciendo aquella tarde lluviosa: jugar al póquer.

Más allá del cristal resonaban truenos y el cielo se despertaba con furia cada vez que una descarga eléctrica decidía aparecer. Y no, yo no era de esos que aman las tardes de tormentas, mirar la lluvia caer y disfrutar del sonido de las gotas contra el cristal, melancólico, con una botella de ron en la mano. Al contrario, las tormentas solo me parecían una idiotez más del cielo, un capricho desatado sin pensar en las consecuencias.

Aquella tarde solo pensaba en la noche anterior, y en cómo aquella chica de iris marrones hizo que todos los miedos que creía que estaban superados, resurgieran por enésima vez.

Ella no iba a arruinarme la vida. No de nuevo.

_ _ _ _ _

- Brad, pásame una cerveza, anda.

- ¿Otra?

- Mejor un par más.

Me levanté del sofá y me acerqué a la nevera. Después de dejar las cartas a un lado, nos movimos al salón, con varios paquetes de cervezas y casi infinitas bolsas de Lays.

Éramos un grupo de seis chavales, compañeros del instituto, demasiado aburridos como para hacer otra cosa que no fuera reunirnos en casa de uno de nosotros a pasar la tarde.

- Entonces... Cuéntanos, Brad. ¿Qué tal te va con la chica esa?

Bufé ante la palabra que utilizó para referirse a ella. Todos me miraban expectantes, esperando noticias nuevas.

- ¿Te la has tirado ya?

El comentario de Miguel me tomó desprevenido. ¿Tirármela... a ella? ¿Cómo han llegado a esa conclusión? Y pensar que hace una semana la odiaba, y quién sabe si todavía la seguía odiando.

- No me la he tirado, idiota. Ni siquiera me gusta.

Intercambiaron una mirada de complicidad y negaron al mismo tiempo, pero no dijeron nada.

- Y tampoco consigo averiguar nada- añadí con desgana.- Sigo dándole vueltas al tema de la caja, pero sigo sin respuestas. Y el hombre ese...

Al mencionar a tal animal, apreté la mandíbula e hice de mis manos unos puños.

- Cálmate, tío. Nosotros no tenemos la misma curiosidad que tú, pero aún así queremos saber- admitió mi compañero.- Esa chica era demasiado callada como para no guardar algún secreto.

- Un secreto bastante gordo, ¿no creéis?

Tras un asentimiento general, brindamos con otra cerveza y decidimos que, tarde o temprano, la verdad iba a salir a la luz.

Aunque tuviera que ser yo el que la destapase.

No me odies, Daniela. [C O M P L E T A]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora