Dieciséis.

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Todo el mundo reía, todo el mundo se burlaba. Todos los alumnos ya lo sabían, y no había nadie que no se hubiese enterado.

Qué pena.

- Hiciste bien, Brad. Esa zorra solo te estaba comiendo la cabeza.

- ¡Brad, tío, eres la estrella del instituto, chaval! La que has montado, joder...

- Enhorabuena, tú. Ha sido el bombazo del curso.

¿Que qué he hecho? Prácticamente, arruinar su vida, reducirla a cenizas, acabar con la poca esperanza que tenía, y convertirla en una mártir más.

No se puede ser más gilipollas.

¿Y qué? Hicimos una apuesta, y no iba a rechazarla pues sería el hazmerreír de la escuela. Ni me iba a rebajar a ese nivel. Y si para eso tenía que machacar la vida de alguien... posiblemente lo haría.

Aunque ya está hecho.

Ella me miraba, con rabia y decepción, aguantando a duras penas los insultos de otros. Pensaba que podía confiar en mí, pero ya ha visto que no.

Solo soy uno más, nadie especial. Y sí, me sentía mal por ello.

Pero no podía dejar que todos vieran cómo me disculpaba ante ella, no. Eso sería mi ruina. Mis instintos me gritaban que la agarrase y le dijese cuánto lo sentía.

Porque sí, antes me dije gilipollas a mí.

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Llegué exhausto a su casa. Toqué el timbre, tres veces, pero nadie abría.

«Me voy a quedar aquí hasta que llegue. Total, no hay nadie que me espere con urgencia...»

Media hora después apareció. Una sombra, pálida y ojerosa, de aspecto horrible, pero ella, a fin de cuentas.

Cuando llegó a mi altura se paró frente a mí e intentó que me apartara de la entrada a su casa.

- Déjame pasar, Brad.

- Espera... - agarré su muñeca suavemente para retenerla.- Prométeme una cosa.

Ella asintió, con su mirada cargada de rabia y su brazo tenso hacia mi agarre.

- No me odies, Daniela.

Y se rió. Una carcajada ahogada, con más dolor que mil puñales, que me destrozó por dentro.

- Ayer te pedí una cosa, y pensé que sí, ibas a hacerme caso pero... Mírate, estás horrible. ¿Sabes? Las cuentas de ese hombre solo se pueden pagar con una cosa...

Sabía que se refería al cuaderno que llegó a sus manos por medio de una a caja y un coche negro.

- Por favor...- susurré. Debía de verme estúpido.

- Es la muerte, Brad.

Y se derrumbó sobre sus piernas dejando un cuerpo muerto a la puerta de casa.

No me odies, Daniela. [C O M P L E T A]Where stories live. Discover now