Nueve.

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9 de junio del 2017_  21:29

Viernes. Día perfecto para actuar y obtener respuestas de una vez por todas.

Cualquier transeúnte, al verme pasar por la calle, pensaba que era un chaval de al menos diecisiete años que se apuraba por pedalear rápido para llegar a tiempo con sus amigos.

Y sí, yo era un chaval de diecisiete años que me apuraba por pedalear rápido, pero no para llegar a tiempo con mis amigos. Si no para irrumpir en una casa en la que nunca había estado.

Frené y dejé mi bicicleta de montaña tirada en la acera. Revisé rápidamente el número de su hogar y me sorprendí viendo que el 22 escrito en el trozo de papel coincidía con el 22 estampado en la fachada de un chalet que seguro sobrepasaba los doscientos cincuenta metros cuadrados, sin contar el área que debía ocupar el patio trasero.

Con el ceño fruncido y algo de confusión, caminé por el sendero que conducía a la puerta principal, y una vez subidos los escalones de la entrada, llamé al timbre.

Esperé. Pasaron dos minutos y yo seguía frente a la puerta de madera blanca. Justo cuando iba a marcar otra vez, oí el sonido de la cerradura al abrirse y una mujer de mediana edad vestida con delantal me abrió, sonriente.

- Perdona la tardanza, hijo, estaba cocinando.

- No se preocupe, señora...

- Por favor, tutéame, no me hagas sentir vieja. Soy Lidia, un gusto.

Lidia. ¿Lidia?

- ¿Lidia Sanz?

Ella soltó una pequeña carcajada y sus mejillas se tornaron rosadas.

- Sí, esa misma. Lo pone en el buzón.

Al parecer no me equivoqué de dirección y definitivamente esta es su casa.

- Bueno, ¿cómo te llamas y qué te trae por aquí, hijo?

Por alguna razón, no me disgustaba que me llamase "hijo". Me hacía sentir cómodo, seguro, como en casa.

- Soy Brad, y venía a hablar con su hija... Si no hubiese problema, claro.

Lidia me miró interrogante. Parecía que recordaba algo, pero luego sacudió esa expresión de su cara y volvió a sonreírme como antes.

- Por supuesto, Brad. Seguramente se encuentre en el jardín, por ahí perdida- comenta riéndose de su propia expresión.

- Voy para allá, entonces.

Lo más extraño de aquella charla fue ver una lágrima en el rostro de aquella mujer.

No me odies, Daniela. [C O M P L E T A]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora