Catorce.

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Yo pensaba que, al haber pasado tanto tiempo, los murmullos ya habrían desaparecido. Los insultos sin razón y las palabras que dañaban más que mil golpes continuaban, y ella (como siempre hacía) los ignoraba con lágrimas en los ojos pero sin haber derramado ninguna.

En mitad de la clase, me encontré con su mirada, que me preguntaba por qué yo no seguía con las burlas.

Tal vez todo siguiese igual que el día en que empezó, pero yo ya no participaba en esa función.

Al contrario, le sonreí de medio lado. Aquella sonrisa que, según me habían dicho, traía locas a las chicas. Pero ella no sonrió de vuelta, y lo entendía.

Tenía que hablar con ella, pero había una persona que necesitaba más mi atención.

Y esa era Natalia.

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- Pero... ¿tú la conoces?

- ¡Ya te he dicho que eso no importa, burro!

Me pasé la mano por el pelo, alborotándolo y dejando que cayese sobre mi frente en un signo de desesperación.

- Ese gesto ha sido muy sexy... - comentó Natalia mordiéndose el labio inferior, seguramente creyendo que ese acto tendría algún efecto en mí.

- Céntrate. La conoces, ¿sí o no?

Estaba empezando a exasperarme y sentía que, si Natalia no cooperaba y se aprovechaba de mi tiempo libre, iba a colapsar.

- Está bien. Sí, la conozco, ¿vale? ¿Qué más quieres?

De pronto, su personalidad había cambiado bruscamente y ahora se veía como una chica resentida y aburrida.

- ¿Y ahora qué te pasa?

- ¿No me querías para hablar de la fantasma esa? Pues empieza a preguntar.

Me sorprendí ante sus palabras, pero no desaproveché la oportunidad.

- Dime qué sabes de su segundo padre, del hombre con el que su madre se casó tras quedar viuda.

- Prácticamente, es un rico millonario mujeriego. La mujer esa se casó solamente por el dinero, porque si no lo hubiera hecho, ahora estaría en la calle con su hija pequeña. Se mudaron a otra casa, pero el hombre solo la quiere para tener sexo con ella.

- ¿Qué? ¿Y la niña, qué hicieron con ella?

- Se la llevaron a un internado- dijo encogiéndose de hombros sin ningún interés y dio un sorbo a su batido de coco.- ¡Tío, esto está riquísimo!

Pero yo seguía repasando los datos que había obtenido.

- Cambié de número. Toma- dije tendiéndole una servilleta de bar garabateada.- Llámame y te vienes a mi casa algún día...

- Para hablar. Entiendo. Al final sí te voy a servir de ayuda- admitió sincera, acto que me asombró en ese instante, y se fue balanceando las caderas.

No me odies, Daniela. [C O M P L E T A]Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt