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            Lo único que mantenía su cabeza lejos de lo deprimente que significaba estar solo era su trabajo. Aunque incluso eso se volvía monótono cuando la idea de salir a dar un paseo para atraer inspiración quedaba descartada. Y no es que tuviera miedo o que fuera un ermitaño. Simplemente... no se sentía cómodo saliendo solo. Podía perfectamente ir a las oficinas de DC Comics, aunque era principalmente porque caminaba dos pasos, se subía al auto, estacionaba, caminaba dos pasos, entraba al edificio... no era un viaje significativo. Salir a caminar a un parque, salir al supermercado, salir a pasear por algún boulevard... eso le aterraba porque, vamos, ya tenía sus años y sus ganas de lidiar con la gente iban disminuyendo a medida que se sumaban velas a su pastel de cumpleaños. Ya no tenía el mismo entusiasmo cuando fanáticos de su extinta banda se acercaban a saludar o a pedir una fotografía; y eso era antes del embarazo. En su estado lo que menos quería era abrazar a extraños o tomarse fotografías que luego iban a andar dando vueltas por internet para crítica abierta de desconocidos. No quería eso. No quería enfrentar nada de eso.

Quería a Frank... con él se sentía menos incómodo cuando salía. Porque Frank era agradable y gracioso y siempre tenía ganas de conocer a personas, y siempre lo hacía de buena gana y se tomaba mil fotografías y firmaba cosas aun cuando estaban en la fila del supermercado y... Jesús, lo extrañaba tanto.

Así que con la idea de salir de casa descartada, solo le quedaba dibujar o escribir lo que llegara a su mente y esperar a que Mikey no se pusiera de mal humor cuando le pidiera que fuera a comprar las cosas de la lista al supermercado, o que su madre accediera de buena gana cuando le pidiera que lo acompañara a visitar a su doctor dentro de unos días... contaba con su familia, y se sentía totalmente disminuido por eso. Pero no podía dejar que esos pensamientos negativos tomaran el control de su cabeza, porque con las hormonas revolucionadas iba a ponerse a llorar sin duda alguna y lo que menos quería era llorar porque cuando empezaba no paraba hasta que sus ojos ardían y todo su rostro estaba rojo como un tomate y estaba haciendo ruidos extraños e incluso olvidaba por qué había empezado a llorar. Hace algunos días le había pasado así, luego de visitar la casa de su amigo. Y lo que menos quería era volver a eso porque al día siguiente el dolor de cabeza había sido totalmente insoportable.

— Quieta... —suspiró, con un bowl vacío en la mano derecha y la mano izquierda en la barandilla de la escalera a medida que bajaba con una lentitud que en cualquier otro momento le hubiese parecido estresante, pero que ahora sentía necesaria. Dentro de dos días iba a cumplir 31 semanas de embarazo. Y a partir de ese momento solo quedaban siete u ocho semanas para que su hija naciera: prácticamente nada. Y por lo tanto, su vientre era cada día más grande y pesado. Y el nerviosismo en él aumentaba, también la ansiedad... y con la ansiedad venía el hambre desmesurada y Dios, estaba ganando peso como loco. Aunque ni siquiera quería pensar en eso porque entonces la culpa le caía encima y de ahí no había cómo salir.

Cuando finalmente llegó a la cocina y se plantó frente al fregadero para lavar el bowl sucio, su cansancio había subido a un nivel en donde simplemente no tenía energías para lavar nada. Así que lo dejó junto a los demás recipientes sucios y comenzó el camino de regreso a la comodidad de su cama, en donde las mantas y Netflix lo estaban esperando. Un sonido en particular distrajo su atención, y tardó en comprender que venía del bolsillo de sus jeans. Con torpeza tomó su teléfono y sonrió como un tonto al ver que se trataba de su esposo.

Y contestó de inmediato.

— ¡Gee! —No tuvo que pegarse el teléfono a la oreja para escuchar su voz. Detrás había mucho ruido, así que posiblemente era por eso que Frank estaba gritando— ¡No sabes cuánto los he extrañado!

linger ・ frerardWhere stories live. Discover now