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            Cuatro días en la semana número 31 de su embarazo era todo lo que su cerebro podía soportar antes de enloquecer. Se dio cuenta de eso luego de la quinceava visita al baño durante la noche, por lo hinchados que estaban sus pies y por el terrible dolor de espalda que no lo dejaba descansar en ningún momento. Las náuseas también habían regresado, y lo acompañaba una terrible jaqueca porque llevaba demasiadas noches sin poder dormir bien y de día tampoco podía hacerlo. No encontraba cómo acomodarse sobre la cama con ese terrible vientre de por medio, y en cuanto cerraba los ojos para intentar dormir... su hija comenzaba a moverse frenéticamente en su interior, como si estuviese empecinada en no dejarlo descansar. O en hacerlo perder la cordura de una vez por todas.

Y a pesar de todo eso, sentía que podía seguir. Quedaba solo una semana para que Frank regresara y una vez estuviera en casa iban a pasar las últimas semanas del embarazo juntos los dos, y con él hasta el infierno más terrible era algo llevadero solo porque sus terribles bromas y sus hermosas carcajadas estaban presentes. Extrañaba tanto ver los ojos de su amor en vivo y en directo que sentía que iba a largarse a llorar en cualquier momento, porque las video llamadas no funcionaba, de hecho, solo hacían más significativas sus ansias de que el tiempo pasara más rápido y en lugar de eso, cada segundo parecía arrastrarse terriblemente lento en lugar de correr de forma normal.

La mayor parte del tiempo se refugiaba en Netflix, pero tampoco funcionaba porque incluso su capacidad de concentrarse estaba viéndose afectada. Simplemente estaba en su peor momento... y aunque extrañaba horriblemente a su esposo, agradecía que no estuviera ahí para verlo así, con esas ojeras terribles y más obeso que nunca. De hecho, agradecía estar totalmente solo en casa para que nadie tuviera que verlo así. Le encantaba estar solo... ¿O lo odiaba? Ya daba igual, a decir verdad. Ni él mismo conocía la respuesta. En ese momento no conocía la respuesta a absolutamente nada. Todo era dolor, incomodidad y ganas de comer alitas de pollo.

— ¿Te gusta esa canción? —Preguntó con una vaga sonrisa en los labios, acariciando una zona en su vientre en busca de una reacción por parte de su hija. Pero llevaba un par de horas dormida, y ese estímulo no había sido suficiente para despertarla. — Yo también estoy cansado... —suspiró— Por favor no despiertes en cuanto cierre los ojos —añadió con voz apagada, y cerró sus ojos.

Sus sueños, como siempre. Eran algo totalmente difíciles de descifrar. Estaba él mismo dibujado en 2D y comenzaba a correr por un camino recto que se encontraba a ratos con los espirales de diferentes libretas. Y al final no había nada, y caía. Y caía. Y caía. Y abajo estaba blando, y era de muchos colores, y él era de plastilina. Todo el mundo alrededor de él era de plastilina. Y reía mientras corría por un césped interminable cubierto de plastilina. Pero eventualmente llegaba al final del mundo y volvía a caer. Esta vez tocaba de inmediato el piso y estallaba en miles de partículas, como si fuera agua. Veía todo el mundo. Se sentía enorme y al mismo tiempo se sentía tan mínimo... Entonces llegaba al sol, y comenzaba a evaporarse pero se sentía como si estuviera ardiendo. Todo ardía y sus ojos se derretían y había dolor. Tanto dolor... y aun cuando estaba en llamas se sentía húmedo. Y el dolor... era un dolor tan grande que golpeó su corazón y lo envió a su garganta. Y despertó de golpe.

Pero al despertar el dolor seguía, y se descubrió a sí mismo sudando frío y aun así sentía que su cuerpo estaba en llamas. Era un dolor que venía de todos lados y de ninguno al mismo tiempo. Y en cuanto estuvo mínimamente consiente de sí mismo un pensamiento vino a su cabeza: su hija. Su mano volvió a acariciar su vientre pero ella seguía dormida, y de pronto descubrió que posiblemente no estaba dormida... que algo malo estaba sucediendo.

Como pudo abandonó la cama y tomó su teléfono. Era difícil manejar la pantalla con los dedos sudados, pero logró marcar el primer número que se vino a su cabeza y cuando se puso el teléfono en la oreja descubrió que se trataba de Mikey, su hermano menor. Sonaba adormilado, ni siquiera sabía qué hora era. Pero posiblemente era tarde.

— ¿Gee? ¿Pasa algo?

Gerard jadeó.

— Mikey, ven... algo pasa con el bebé. Yo... ugh, por favor ven.

— Voy de inmediato —su voz cambió al instante—. No te preocupes, estaré ahí en un pestañeo.

Gerard cortó la llamada cuando su hermano hizo lo propio, y con el teléfono en una mano avanzó por la habitación. Logró llegar a su armario para tomar un cómodo cardigan gris que como pudo acomodó sobre sus hombros. Metió los pies a medias en unos zapatos y comenzó a avanzar fuera de la habitación con paso increíblemente lento. Una de sus manos se cerró en torno a su vientre y apoyó la espalda contra la pared una vez estuvo en el pasillo. Sentía que su cabeza iba a estallar, que todo su mundo iba a estallar. Sus piernas temblaban y sentía la boca en llamas. Quiso llamar a Frank, pero... ¿Qué podía hacer Frank desde donde estaba? Solo iba a servir para preocuparlo, así que eliminó esa idea de su cabeza. Avanzó un poco más y cuando llegó a las escaleras se aferró del pasamanos y lentamente comenzó a bajar. A mitad del camino se arrepintió porque no se sentía capaz de llegar abajo. De hecho, sentía que en cualquier momento iba a desmayarse. Sentía que hasta ahí llegaba todo y...

— ¡Gerard!

Mikey llegó justo a tiempo, y en cuanto las piernas de Gerard dejaron de funcionar, el cuerpo de su hermano estuvo ahí para sostenerlo y ayudarlo a bajar los últimos escalones que los separaban del piso. Mikey no decía nada, y eso era suficiente señal para Gerard. Estaba blanco como un papel y sudaba profusamente. Mikey intuyó de inmediato que algo andaba mal con su sobrina, pero no quiso decir nada en algo para no alterar todavía más a su hermano mayor.

— Maneja con cuidado... —A pesar de su estado, Gerard se las arregló para darle una orden.

— Tendré cuidado —dijo el menor de los dos.

Lo ayudó a recostarse en los asientos traseros del auto y luego cerró la puerta. Nunca había imaginado ver a su hermano mayor en aquél estado. Y si bien la idea de añadir a la familia un miembro de ese modo era algo totalmente adorable porque eso quería decir que los chicos tendrían un hijo totalmente de ellos dos, sin participación de terceros... era preocupante. Ese método era algo demasiado nuevo todavía, y como con todas las cosas nuevas... había muchos errores. Mikey lo suponía, pero no había querido decir nada para no parecer un aguafiestas. Y en ese mismo momento tenía ganas de gritar un gran "Te lo dije" en la cara de su hermano mayor. Pero iba a reservárselo para cuando todo estuviera bien, y tanto su hermano como su sobrina estuvieran fuera de peligro.

— Mikey... me duele —Gerard sollozó. No se había percatado que estaba llorando hasta que le dio voz a sus pensamientos. Dolor, dolor y miedo era todo lo que inundaba su cabeza— Mikey... tengo miedo.

El menor miró a su hermano por el espejo retrovisor y luego presionó el acelerador una vez más. El trayecto hasta el hospital se hizo dolorosamente largo, pero cuando finalmente estuvieron ahí todo se calmó un poco, o al menos así se sintió para el menor de los Way. Ayudó a su hermano a caminar el par de metros que los separaban de la entrada principal del hospital, y una vez estuvieron ahí, se escuchó a sí mismo gritando por ayuda aunque en el futuro iba a asegurar que no recordaba absolutamente nada de esa noche. Gritó hasta que unos paramédicos fueron hacia ellos con una silla de ruedas, y luego vio como se llevaban a su hermano mayor, casi inconsciente, tras las mamparas de vidrio de la sala de urgencias. Había gente corriendo de un lugar a otro, y alguien le preguntó su parentesco con su hermano porque necesitaban que alguien firmara una orden para realizar una operación de urgencias. Eventualmente le explicaron qué sucedía, pero no entendía nada. Y se limitó a firmar los documentos, y sentarse en la sala de esperas. Se sentó y esperó, ¿Qué más podía hacer?

Se sentó y rezó como no lo había hecho desde que, hace muchos años, su abuela estaba a punto de morir y él pidió que no muriera. Dios no escuchó esa vez... pero quizás ahora sí escuchaba. Después de todo su hermano todavía tenía mucho por vivir y su sobrina todavía ni siquiera empezaba a vivir... rezó, pidió por ellos y lloró aun sin noción de estar llorando. Estaba tan aterrado que absolutamente podía renunciar a ese "Te lo dije" y cambiarlo por un "Gracias a Dios están bien". Solo quería ver a su hermano, verlo y abrazarlo. Pero tendría que esperar para eso. Sentarse y esperar.  

linger ・ frerardWhere stories live. Discover now