La casa de los tubos

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En la localidad La Escondida, en Monterrey, muy cerca de la iglesia de Cristo de la Montaña se encuentran las ruinas de una construcción arquitectónica muy peculiar, que los lugareños llaman la casa de los tubos. No solo resalta por su singular estilo, sino porque se cuenta una leyenda en torno a ella.

Todo comenzó con la mejor de las intenciones de un padre amoroso hacia su joven hija afectada por la parálisis, decide construirle una mansión de extraño diseño cilíndrico, con habitaciones y pisos unidos por rampas para que la silla de ruedas en la que se desplazaba su hija tuviera libre circulación y su hija no se viese afectada por los obstáculos comunes que se encuentra en un hogar normal.

El proyecto fue teñido por la desgracia desde el principio, dos trabajadores murieron durante la construcción en accidentes inexplicables, la obra avanzaba lentamente y los lugareños veían al edificio como una extraña torre de Babel cuya presencia era claramente abominable.

No obstante el padre movido por el deseo de facilitar un poco la vida a su amada hija la llevó una tarde a la casa para observar el progreso de la obra, durante su visita una imprudencia provocó que su silla de ruedas se deslizara por una de las rampas llevándola hacia la muerte al caer por una ventana.

Después de tal tragedia el Padre no hizo más que perderse en el alcohol, y al no poder resistir más el dolor, se suicidó. La obra se detuvo y la casa fue abandonada a medio construir.

Aun así, han ocurrido en ella una cantidad considerable de desgracias, visitantes muertos, pactos suicidas dentro de ella, accidentes fatales.

Y lo más espeluznante: los gemidos de angustia que se escuchan todas las noches en los alrededores de la casa pertenecientes al fantasma de la niña que en ella murió, hacen de la casa de los tubos un lugar del cual hablar hasta el día de hoy.

Aquí una historia extra para todos, gracias por leer

Pies descalzos

La joven difunta avanzaba lenta, pero firmemente por el estrecho pasillo persiguiendo a su presa. Sus menudos pies descalzos caminaban sin hacer ruido alguno. Pronto llegó hasta la puerta de la amplia sala de autopsias, y la empujó con suavidad.

A pocos metros observó a través de sus aterradores ojos en blanco, que el joven estaba en el centro de la habitación, en la que había tres mesas de brillante acero pulido y todo tipo de instrumental médico para realizar las autopsias, y que blandía en su mano derecha un afilado bisturí como improvisada arma defensiva.

-No te acerques, Emma, o quién diablos seas, o te mataré -le dijo el joven fuera de sí.

-¿Matarme? ¡ja, ja, ja, ja! No puedes matarme, Ethan, porque yo ya estoy muerta -le contestó abalanzándose contra él con los brazos extendidos.

El auxiliar del depósito de cadáveres, con los nervios en tensión, esperó la feroz acometida de aquella figura monstruosa, de pesadilla. Cuando ésta se aproximó, con un rápido movimiento consiguió hacerle un profundo corte en el cuello, y después dio un paso hacia atrás. Del cuello de la mujer no chorreó sangre a bobotones como era de esperar en una persona normal; sino que la fina línea del corte apareció roja, pero no surgió ninguna gota de sangre.

Johnson, cada vez más desesperado, con el corazón palpitándole como un tambor enloquecido, amenazándole con salírsele del pecho, siguió retrocediendo y pensando que seguramente no saldría vivo de allí.

Sin saber qué hacer, ya que el uso de la afiladísima hoja de acero del bisturí, había sido por completo inútil, cogió una botella de vidrio que contenía ácido sulfúrico, que se utilizaba para limpiar pequeños restos orgánicos que a veces quedaban pegados en las mesas de autopsias. Quitó el tapón de plástico con manos temblorosas, y le roció la cara al terrible ser del averno que le estaba atacando. La espectral figura se paró en seco, y pocos segundos después el ácido en su todavía hermosa faz empezó a humear, y a producir un olor fétido y hediondo.

-¡Ahhhhh...! -gritó de dolor la terrorífica aparición llegada del tenebroso mundo de los muertos, mientras su preciosa y fina cara de porcelana, se deshacía por momentos.

Corriendo como una posesa, presa de un atroz dolor, salió de la sala de autopsias, temiendo que el rubio joven volviera a rociarla con ácido, intentando desprenderse del abrasador fluido con sus níveas y delicadas manos.

Escapó del lúgubre recinto de la morgue con inusitada rapidez. Sus menudos pies desnudos no parecían posarse sobre el suelo; sino que flotaban unos centímetros por encima. Volvería a la tranquilidad y a la seguridad del cementerio de Highgate. El lugar del que no debía de haber salido nunca.

Atrévete a LEER!!!Where stories live. Discover now