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Tal vez pienses que soy un hijo de puta y el único motivo para decirte que no lo soy, es que mi madre fue una santa y que mis tías, quienes me criaron, son señoras muy respetadas por todas las miembros honorables del club bíblico. Tampoco espero que lo entiendas o intentes definir mi situación en una palabra, pero ellas, ellas eran mis chicas.

Tenían mi corazón en sus manos, ¡Dios, mi vida iba y venía en cada pestañeo, yo podía matar por escuchar sus risas, yo sentía regresar aire solo si estaba en sus brazos!

La única verdad vigente, aún al día de hoy, es que las sigo amando, a cada una de ellas, de forma única e incomparable.

Los lunares de Lucía, los labios de Gala, la mirada de Marisa.

A veces pienso en aquel terrible miedo por perder a una de ellas, sabía de antemano que eso solo haría de mí una masa inservible, un hueso seco, un hombre vacío.

¡Qué iluso!

Aunque, tal vez, eso era lo mínimo que me merecía.

Las chicas de IzanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora